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sábado, 10 de junio de 2017

Lejos de nosotros actitudes arrogantes que nos aíslen y siempre con un corazón solidario que nos hace caminar al lado de los demás


Lejos de nosotros actitudes arrogantes que nos aíslen y siempre con un corazón solidario que nos hace caminar al lado de los demás

Tobías, 12, 1-20; Sal.: Tob. 13; Marcos, 12. 38-44
La arrogancia crea distancias y barreras que nos alejan de los demás y cuando nos dejamos arrastrar por ella terminamos haciéndonos odiosos y rechazados. Quizá nos cueste verlo en nosotros mismos, pero la observación y la experiencia de lo que vemos en los demás tendría que hacer que nos revisemos para que nunca nos subamos a esos pedestales que nos aíslan y terminan separándonos de los demás. El arrogante todo se lo sabe, todo lo hace bien, y se cree el único y el salvador de todos.
Es el corazón humilde el que nos acerca a los otros, porque el humilde siempre sabe caminar a la misma altura del otro compartiendo sus pasos que es sintiendo como propias las cosas que les suceden a los demás. El corazón humilde sabe ser desprendido y aunque nada tenga se pone él al lado del que sufre haciendo propio su sufrimiento y teniendo siempre un gesto que mitigue el dolor, que consuele y que alumbre una esperanza al que está a su lado.
El evangelio de hoy nos ofrece en contraste las dos caras. Jesús estaba a las puertas del templo en las cercanías de donde estaba colocada el arca de las ofrendas. Observaba Jesús a los que iba entrando al templo con sus diferentes actitudes, con las más diversas posturas.
Por allá iban los que no se dignaban ni mirar a los que iban a su lado, mas preocupados quizá de llegar a colocarse en primeros puestos, en lugares de honor, o allí donde los demás pudieran verles en su arrogancia. Otros calladamente sin dejarse notar con humildad en su corazón pero también en sus actitudes simplemente lo que querían eran postrarse en adoración al Señor humildes, reconociéndose pequeños y pecadores. Eso le servirá en otra ocasión para ofrecernos una hermosa parábola, la del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar.
Ahora Jesús observa y ve el detalle de una pequeña y humilde viuda que deposita silenciosamente su moneda en el arca de las ofrendas. Nadie sabe cuanto ha echado aquella mujer allí ni los sacrificios que haya podido realizar para hacer aquella ofrenda. Pero Jesús ve el corazón de las personas y sabe bien lo que aquella mujer ha colocado. Y quiere resaltarlo, lo comentara con los que le rodean. Esa mujer ha echado algo de mucho más valor que todas las grandes cantidades que hayan podido poner los demás. Ha puesto cuanto tenia para vivir, ha puesto toda su vida en las manos de Dios desprendiéndose de todo.
Ya antes había comentado Jesús esas actitudes básicas de humildad y sencillez que hemos de tener en nuestra vida en contraste con aquellos que buscan lugares de honor, que van de arrogantes por la vida. Es el camino del Reino de Dios que hemos de recorrer y que hemos de vivir. No nos podemos convertir en señores y dueños de la vida porque uno solo es nuestro único Señor.
Caminamos como hermanos, codo con codo con el que va a nuestro lado, pero nunca dando codazos, sino siempre siendo capaces de ofrecer nuestro brazo para que sirva de apoyo al que se siente débil o nuestra mano para señalar el camino que adelante juntos hemos de recorrer, con nuestro corazón abierto para que todos quepan en él, y con la generosidad del que sabe compartir porque siente que nada es suyo propio sino que todo siempre es para el bien de todos. Lejos de nosotros actitudes arrogantes que nos aíslen sino siempre con un corazón solidario que nos hace caminar al lado de los demás.

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