Disfrutemos escuchando a Jesús que siempre tiene una palabra nueva y llena de vida para sembrar esperanza en nosotros y poner paz en el corazón
Tobías
11, 5-17; Sal 145; Marcos 12, 35-37
Nos gusta escuchar a quien hable bien: y cuando decimos que nos gusta
escuchar a quien hable bien no nos referimos únicamente a quien nos diga cosas
bellas y halagadoras que nos sirvan de entretenimiento o que nos consientan en
nuestro ego. Claro que nos agrada que lo que se nos dice se haga de una forma, podríamos
decir, literariamente bella y agradable de escuchar, sino que en aquello que se
nos dice haya mensaje, se nos trasmita algo que enriquezca nuestra vida, nos
abra caminos, nos impulse a algo mejor y también, por que no, más comprometido.
Una pagina literaria bellamente escrita sin errores ortográficos pero también
con una redacción clara y llena de imágenes, bellamente compuesta, nos
complace, pero más aun si en el fondo hay un mensaje, se nos descubre algo,
eleva nuestro espíritu, nos hace mirar las cosas, la vida, las personas con
otros ojos más llenos de luz aunque la realidad sea dura en ocasiones.
Hoy nos dice el evangelista que ‘la gente, que
era mucha, disfrutaba escuchándolo’. En el entorno de estas palabras del
evangelista nos habla de las diatribas que Jesús mantiene con los fariseos y
con la gente principal entre los judíos a los que les costaba aceptar a Jesús,
su mensaje y su obra. No entramos en ello ahora. Quiero fijarme en este
aspecto, la gente, la gente sencilla que rodeaba a Jesús, el pueblo que le seguía,
disfrutaba escuchando a Jesús.
¿Solo porque eran bellas
sus palabras? Es cierto que las imágenes que nos ofrece en sus parábolas tienen
también una belleza grande en si misma. Pero aquella gente disfrutaba por algo
más hondo. Es lo que tenemos que saber descubrir porque nos ayudará a nosotros también
a disfrutar de las palabras de Jesús, de la Palabra del Señor.
Eran palabras llenas de
vida, que trasmitían ilusión y esperanza, que hacían vislumbrar una paz nueva
para los corazones; eran palabras que sembraban vida, luz, calor en los
corazones, porque respondían a interrogantes profundos que siempre se tienen en
el corazón, porque abrían caminos nuevos, porque hacían comprender que un mundo
nuevo se podía construir; eran palabras nuevas que hacían descubrir el propio corazón
con sus luces y con sus sombras y entonces impulsaban a vivir de una manera
distinta, a alejar sombras del corazón, a mirar con una mirada nueva y limpia
cuanto les rodeaba, a mirar con una mira nueva y limpia a los hombres y mujeres
que caminaban a su lado a quienes habían de ver en una nueva categoría porque
ya para siempre habrían de sentirse hermanos.
Creo que tenemos que aprender nosotros también a disfrutar de la
Palabra de Jesús. Depende ciertamente de la actitud con que nosotros vayamos a
escucharla, de la sinceridad y de la apertura de nuestro corazón; no podemos ir
con prejuicios ni ideas preconcebidas de lo que desearíamos que nos dijera.
Siempre será para nosotros una palabra nueva, una palabra llena de vida.
Vayamos, si, con lo que es nuestra vida y con sus problemas, con las
alegrías que vivimos y con lo que es nuestra vida de cada día, pero abiertos al
Espíritu, abiertos a lo que el Señor quiera trasmitirnos y encontraremos esa
luz a pesar de las oscuridades que pudiera haber en nuestro corazón,
encontraremos esas palabras que nos llenan de esperanza, encontraremos esa
palabras que nos abren camino y nos hacen ver la realidad de una manera nueva,
sentiremos que la palabra de Jesús nos compromete pero nos hace sentir también
la fuerza del espíritu para vivir ese compromiso. Son palabras que no nos darán
miedo sino que siempre nos llenarán de paz.
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