Jesús ha venido para que tengamos
vida y vida en plenitud y tenemos que esperanza que un día en Dios podemos
alcanzar esa plenitud
Tobías 3,1-11.24-25; Sal 24; Marcos 12,18-27
‘No es Dios de muertos, sino
de vivos. Estáis muy equivocados’. Es la sentencia final que Jesús nos deja hoy en aquel planteamiento que le
hacían los saduceos, que no creían en la resurrección, acerca de la vida
futura. ¿No nos querrá decir algo semejante hoy Jesús a nosotros que tanto
decimos que creemos en El, pero en quienes no brilla esa esperanza llena de
trascendencia que tendría que manar de nuestra fe en Jesús, muerto y
resucitado?
Es un Dios de vivos, nos dice Jesús,
pero tenemos que analizar si acaso nosotros no nos hemos hecho excesivamente
una religión de muertos. Sí, nos puede parecer fuerte esta afirmación. Pero
analicemos en lo que hemos convertido la mayoría el centro de toda nuestra
religiosidad. Analicemos un poco serenamente cual es la motivación para la mayoría
de los que nos decimos creyentes y cristianos de nuestra relación con Dios.
Una gran mayoría de nuestros
actos religiosos los relacionamos con los difuntos. Vamos a misa y parece como
que lo principal que hacemos es rezar por los difuntos; nuestras oraciones
habituales es rezar por nuestros muertos, o como algunas personas dicen la mayoría
de las veces, rezar a sus muertos. Nuestra asistencia a la Iglesia que
consideramos tan fundamental se nos centra en la mayoría de las ocasiones en la
asistencia a las exequias o los entierros. Una religión, parece, basada en los
muertos, en los difuntos. Que en la mayoría de las ocasiones no está llena de
esperanza y trascendencia, sino en la angustia y la tristeza de la separación
de aquellos seres que amamos. ¿No es en cierto modo entonces una religión de
muertos?
Nos preocupamos mucho de la
celebración de unos ritos funerarios excesivamente cargados de dramatismo, de
tristeza, de desesperanza, pero no ponemos mucho empeño en ayudar a nuestros
seres queridos para ese transito hacia la otra vida desde la esperanza de la
vida con Dios y prepararnos purificándonos de todo pecado desde la misericordia
del Señor para poder vivir en plenitud esa vida en una eternidad feliz junto a
Dios.
Nos falta esperanza de eternidad
en el caminar de nuestra vida; nos falta esa trascendencia que hemos de darle a
lo que hacemos o a lo que vivimos desde esa fe que tenemos en Dios que lo que
quiere para nosotros es la vida y que alcancemos un día esa vida en plenitud.
Así se nos queda pobre nuestra religiosidad, nuestra espiritualidad, nuestra
vida cristiana.
Jesús ha venido para que
tengamos vida y vida en plenitud. La llamamos vida eterna, porque será un vivir
en Dios para siempre, pero que ha de ser algo que ha de impregnar ahora nuestro
camino, lo que hacemos y lo que vivimos dándole un sentido profundo, un sentido
de plenitud a lo que ahora vivimos. Ahora imperfectamente porque no somos
perfectos y estamos sujetos a muchas limitaciones y también a muchas
debilidades, pero tenemos que esperanza que un día en Dios podemos alcanzar esa
plenitud.
No olvidemos artículos de
nuestra fe que confesamos en el Credo. Creemos en la resurrección y en la vida
eterna. Creemos en Jesús que murió y resucito por nosotros para que tengamos
esa vida en plenitud, esa vida eterna. Como nos decía en el evangelio el quiere
prepararnos sitio para que estemos donde está El. ‘Subió al cielo y está
sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso’ confesamos en el Credo.
Ahí quiere que estemos con El. El quiere darnos vida para siempre junto a si en
el cielo. Preparémonos para poder vivir esa eternidad feliz y dichosa junto a
Dios.
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