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jueves, 8 de junio de 2017

El amor a Dios y al prójimo es algo muy profundo que nos inunda y nos transforma y que se convierte en identificativo de nuestra ser

El amor a Dios y al prójimo es algo muy profundo que nos inunda y nos transforma y que se convierte en identificativo de nuestra ser

Tobías 6,10-11; 7,1.9-17; 8,4-9ª; Sal 127; Marcos 12,28b-34
‘Amarás a Dios sobre todas las cosas’, nos enseña el primero de los mandamientos que hemos aprendido de toda la vida. Y lo damos por sentado. No nos preguntamos mucho por el amor que le tenemos a Dios, como le mostramos ese amor o como tendríamos que amarlo. ¿Será solo algo que tenemos que en la cabeza y damos por aprendido y por cumplido sin preocuparnos más?
Cuando hoy leemos el evangelio de este día quizá hasta nos pudiera parecer superfluo esa pregunta que viene a hacerle aquel escriba a Jesús. ‘Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ Y decimos que aquel hombre lo que quería era poner a prueba a Jesús y nos entretenemos en reflexiones así.
Pero no es tan superfluo preguntarlo. Y es que muchas veces nos quedamos en hacer cosas pero que son en un momento determinado, o cosas que aunque sean nuestras pues hasta tenemos la generosidad de desprendernos de ellas, pero nos podemos quedar en lo externo, en lo superficial, pero el corazón esté bien lejos de lo que tiene que ser ese amor a Dios.
Tras las respuestas de uno y otro, de Jesús recordando literalmente lo que estaba escrito en la ley y que todo judío sabia muy bien de memoria y el escriba ratificándose en lo mismo, terminará diciendo éste, todo eso ‘vale más que todos los holocaustos y sacrificios’.
Podemos ofrecer muchos holocaustos, muchos sacrificios, llevar muchas flores a la imagen de la Virgen de nuestra devoción, encender muchas velas o luces en recuerdo de nuestros seres queridos, hacer muchos regales que embellezcan nuestros templos, incluso hasta en un momento hacer una limosna a una persona que vemos en necesidad, pero si no hemos llenado nuestro corazón de un autentico amor a Dios, sintiendo que El es el único Señor de nuestra vida y nada hay que está por encima de El, y al mismo tiempo tengamos un verdadero amor al prójimo porque le amamos al menos como nos amamos a nosotros mismos, nada hemos hecho.
Cuando decimos que amamos no lo convertimos en solo palabras, sino que será ese sentimiento que nace de lo más hondo de nosotros mismos, que nos inunda por dentro y nos llena de gozo y alegría en aquel a quien amamos, por quien nos entregamos, a quien queremos estar unidos de la forma más profunda, que queremos que sea lo único para nosotros. Es algo muy profundo que inunda y transforma nuestra vida. ¿Será así el amor que le tenemos a Dios? ¿Nos quedaremos solo en palabras?
Y cuando hoy nos recuerda el evangelio cual es ese principal y primer mandamiento Jesús nos une ese amor a Dios ‘sobre todas las cosas’ con el amor al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Lo que decimos del amor en esa referencia a Dios, lo decimos también en como ha de ser ese amor que le tengamos a los demás.
Amamos al prójimo y ya no es solo que le demos algo en un momento determinado, sino que es que tenemos que estar metiendo a ese hermano en nuestro corazón. Porque de la misma manera que nunca queremos nada malo para nosotros mismos, sino que siempre estaremos buscando lo mejor y lo que nos haga mas felices, de la misma manera ha de ser ese amor que le tenemos al prójimo, como nos dice el evangelio, como a nosotros mismos.
Cuantas consecuencias tendríamos que sacar de todo esto para el día a día de nuestra vida, para vivir auténticamente esa actitud creyente que ha de marcar nuestra vida, pero para vivir en ese amor que ha de ser el caldo de cultivo que verdaderamente nos haga grandes.

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