Un misterio de comunión que experimentamos en Dios y nos hace entrar en una nueva dimensión que da sentido a nuestro ser y en un nuevo camino de plenitud
Éxodo 34,4b-6.8-9; Sal.: Dn 3,52-56;
2Corintios 13,11-13; Juan 3,16-18
Todos andamos siempre buscando, queremos conocer. No es una mera
curiosidad, como quien vaya coleccionando imágenes en su retina como el turista
curioso que pasa de un lugar a otro simplemente captando imágenes. Es algo mas
profundo, no es una imagen, es algo que quiere calar hondo porque quiere
desentrañar el ser de las cosas, de lo que busca, de si mismo cuando al mismo
tiempo descubre lo otro y al otro.
Por eso nos hacemos preguntas, queremos encontrar respuestas que nos
den vida, que sean importantes para nuestra vida o que nos den un sentido a la
vida. Me estoy enrollando, pensará alguno al hilo de este pensamiento, pero es
que no queremos respuestas superficiales, aunque nos cueste entender; por eso decíamos
que es algo mas que coleccionar imágenes en nuestra retina o en el disco duro
de la vida. Y eso cuesta. Todo el recorrido de la vida de una persona es estar
en esa búsqueda, en querer encontrar esas respuestas. Es, en cierto modo,
preguntarnos por nuestra propia vida aunque terminemos preguntándonos por el
misterio de la vida de Dios, como nos encontramos en este domingo.
Hoy es un domingo importante, queremos celebrar algo importante porque
estamos metiéndonos, por así decirlo, en el misterio más íntimo y más profundo
de Dios. Hoy celebramos el misterio de Dios que es su Trinidad. Ya decimos
‘misterio’ porque nos supera, nos cuesta meterla en la cabeza, pero quizá tendríamos
que comenzar por sentirlo en el corazón. Pero para eso tiene que haber una
apertura por nuestra parte, dejar que ese misterio nos inunde, que Dios mismo
se nos revele.
Es lo que ha sido toda la vida del hombre cuando se ha dejado inundar
por Dios, porque es Dios el que quiere revelársenos que es algo más que decir
cosas de si mismo. Es sentir a Dios, sentir su presencia en nosotros. Dejar que
Dios pase por nuestra vida, pero estar atentos a ese paso de Dios para
sentirle, para vivirle.
Es lo que vemos en Moisés en la primera lectura de hoy. Subió a la
montaña, quería ver a Dios, pero mas que ver fue sentir el paso de Dios; no era
la tormenta, no eran los rayos y relámpagos que pudieran cruzar el firmamento,
no era el viento recio que resquebrajada las montañas, era algo distinto. Y
Moisés sintió que Dios era compasivo y misericordioso, sintió el amor
misericordioso de Dios, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, pudo
bajar de la montaña inundado de Dios, resplandeciente de Dios.
Es el Dios que nos ama y nos ama de tal manera que Jesús nos lo
enseñará a llamar Padre. El Padre que ama, que se da por sus hijos, que le
entrega lo mejor, que los busca y se acerca a ellos siempre con corazón
misericordioso. Toda la revelación de Jesús es manifestarnos ese rostro de
Dios, del Padre misericordioso. Pero no serán solo palabras sino lo que vamos a
sentir y a experimentar en nuestra vida. Es lo que Jesús nos manifiesta con su cercanía
y con su entrega.
Por eso podía decirse ‘tanto amó Dios al mundo que entregó a su
propio Hijo’. Y fue entrega para el perdón, para la salvación, para la vida
nueva, para la gracia, para la renovación total de nuestra vida. Y eso lo podemos
sentir en nosotros cuando nos sentimos perdonados, cuando nos sentimos salvados,
cuando nos sentimos amados. No son palabras, no son simplemente ideas, son
experiencias, son cosas vividas. Así se nos revela Dios. Así nos comunica su Espíritu.
Todo en Dios es amor, es donación de si mismo, comunión en su mismo
pero para que nosotros entremos también en esa comunión; porque ya no podremos
sentirnos lejanos de Dios y ya aprendemos que ese también es el ser de nuestra
vida, el amor y la comunión.
Por una parte podemos recordar aquella primera pagina de la Biblia en
la que se nos dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, pero
podemos recordar lo que Jesús nos decía en el evangelio; que cuando entramos en
la orbita del amor y la comunión es que Dios habita en nosotros, ‘vendremos
y haremos morada en él’, que nos decía.
Pensar y confesar nuestra fe en la Trinidad de Dios que hoy de manera
tan especial celebramos nos ha de hacer pensar que en nosotros hay esa
trinidad, porque hay ese amor de comunión, porque tenemos que estar ya para
siempre en comunión con Dios, pero también en comunión con los demás. No somos
ya para nosotros mismos, es el sentido profundo y valioso de nuestro ser, sino
que somos para los demás, nos sentimos amados y estamos a amar y darnos de la
misma manera también a los demás. Nos sentimos hijos amados del Padre en Jesús
pero con ese mismo amor como Jesús nos damos y nos entregamos amando siempre a
los demás; estamos así llenos del Espíritu divino en nosotros que habita en lo
mas profundo de nuestro ser.
Buscamos, siempre en búsqueda, porque queremos conocer, decíamos al
principio. Buscamos a Dios porque queremos conocerle y entramos en una dimensión
nueva y profunda porque ese conocimiento nos viene desde eso de Dios que
experimentamos en nuestra vida. Conocer es vivir, conocer nos hace vivir y ese
conocimiento de Dios nos hace encontrarnos con Dios y vivir a Dios pero es
aprender a entrar en una dimensión nueva de nuestro ser; descubrimos así el
sentido profundo de nuestra vida, de lo que somos, de lo que hemos de hacer, de
adonde vamos a ir, del camino a recorrer y la meta que alcanzar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario