El reconocimiento de nuestras debilidades siendo capaces de pedir perdón es lo que nos hace crecer y madurar y nos va haciendo más grandes cada día
2Corintios
3, 15-4, 1. 3-6; Sal 84; Mateo 5, 20-26
El camino de todo ser humano es el del crecimiento y la superación
personal. No es solo la consecución de unas metas en el sentido de lograr
situarnos en unos puestos, adquirir unas riquezas materiales que nos hagan
vivir una vida mejor y más cómoda, conseguir un bienestar para nosotros y para
los nuestros con todo lo bueno que eso también significa, sino que en lo
personal y más intimo de la persona hemos de ir logrando ese crecimiento y maduración,
superando nuestras debilidades y defectos, corrigiendo errores, profundizando
en unos principios, desarrollando unos valores que nos hagan más persona, más
humanos.
No podemos darlo todo por conseguido, ya sea en aquellas metas de
bienestar para nosotros y los que de nosotros dependen, sino también en esos
valores y virtudes que como decíamos nos ayuden a ser más persona. Siempre
podemos mejorar algo en nuestra vida, porque bien sabemos de nuestras
debilidades e imperfecciones, de los tropiezos que cada día podemos tener, y
siempre podemos conseguir algo mejor en el desarrollo de esos valores y
virtudes.
Esto lo decimos como seres humanos que somos y dentro de ello lo
consideramos también en lo que es el camino cristiano que como creyentes en Jesús
queremos hacer en nuestra vida. No podemos nunca pensar que lo tenemos todo
conseguido, que ya somos buenos y hacemos algunas cosas buenas. Un buen
cristiano, como todo ser humano, se revisa, se traza nuevas metas, trata de
crecer y el cristiano lo hace iluminado por el evangelio. Es nuestro vademécum,
que llevamos siempre con nosotros, volvemos a leerlo y rumiarlo, meditarlo en
nuestro corazón confrontando nuestra vida.
Hoy Jesús en el evangelio nos hace reflexionar sobre varios aspectos
de nuestra convivencia con los demás, en el respeto mutuo que siempre hemos de
tenernos evitando todo lo que nos pueda dañar u ofender. Para que tengamos el corazón
lleno de paz, hemos de saber estar en paz con los demás, siendo capaces de
reconocer los errores que hayamos podido cometer y pedir perdón cuando de
alguna manera hemos ofendido a nuestro hermano. Esa humildad del reconocimiento
de nuestras debilidades y fallos siendo capaces de pedir perdón es lo que nos
hace crecer y madurar, lo que nos va haciendo grandes cada día.
No nos podemos contentar con aquello tan fácil que se dice yo no tengo
pecado porque yo no mato ni robo. El amor que hemos de tener al otro ha de
estar lleno de delicadeza, de buenos detalles, de buenas y agradables palabras
evitando todo lo que pueda ser ofensivo para el otro, de generosidad en nuestro
corazón, de sensibilidad para ver lo que puede estar haciendo sufrir al otro y
ser capaz de acercarme a él para ayudarle.
Son tantos los detalles que puede tener el amor en nuestra relación
con los demás, tantas las cosas con las que nos llenamos de paz porque llevamos
esa paz a los que están a nuestro lado. Son muy necesarias en este mundo
violento en que vivimos y hemos de comenzar por nuestras palabras en nuestra relación
con los otros; empleamos excesivamente palabras fuertes e hirientes en nuestro
trato – nos hemos acostumbrado - y en el fondo manifiestan la violencia que quizás
sin quererlo llevamos en el corazón.
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