Como la sal que se diluye en nuestros alimentos contagiemos a nuestro mundo de ilusión y esperanza, con la alegría de nuestra fe
2Corintios
1, 18-22; Salmo 118; Mateo 5, 13-16
Cuando tenemos momentos de convivencias, ya sean encuentro de amigos o
reuniones familiares porque celebremos alguna conmemoración o acontecimiento o
simplemente porque queramos pasar el rato juntos, deseamos o valoramos que haya
siempre alguien que anime el encuentro, que tenga la palabra fácil o la
ocurrencia que nos alegre el momento y nos lo haga pasar bien; de esa persona
decimos que tiene chispa, que tiene salero, que tiene sal porque siempre tendrá
esa ocurrencia que nos alegre, ese tema de conversación que nos una a todos y
ese don especial que nos ayude en nuestra convivencia o en nuestro mantenernos
unidos en ese encuentro. Es la sal de nuestra convivencia.
Pero algo más que eso necesitamos en la vida, o podríamos decir también,
de la mano del evangelio que hoy escuchamos, que eso es lo que quiere Jesús que
seamos nosotros en medio del mundo, no simplemente porque se lo hagamos pasar
bien a los que están a nuestro lago – lo que ya en si mismo es también un valor
– sino porque desde nuestra fe ayudemos a quienes están a nuestro lado a
encontrar un sentido en la vida.
Esa fe que tenemos no es un adorno de quita y pon, algo de lo que nos
podamos valer en momentos difíciles, pero que luego pronto podamos relegar a un
lado como si no nos hiciera falta. Por
nuestra fe encontramos en Jesús ese sentido y ese valor de nuestra vida. Ya nos
dirá Jesús que El es la luz del mundo. La luz ilumina nuestro camino, la luz
nos hace ver donde nos encontramos, la luz nos señala a donde tenemos que ir,
la luz nos hace mirar mas allá de lo inmediato, de lo que tenemos simplemente
ante las narices, la luz nos hace abrirnos a unos horizontes mas amplios que
nos llenan de esperanza. La luz que nos hace encontrar el sentido de nuestra
vida.
Y esa es la luz que hemos de llevar a los demás. Ese es el sabor que
le damos a nuestra vida y el sabor que le hemos de dar a nuestro mundo. Es lo
que nos hace ser de verdad sal en medio de nuestro mundo, porque en nosotros
hay algo muy especial por la fe que tenemos que Jesús que hemos de trasmitir a
los demás, con lo que hemos de contagiar a nuestro mundo, hacer que encuentren
ese sabor de la vida que solo desde la fe podemos encontrar.
Para eso estamos en medio del mundo; quizás aparentemente no se note
nuestra presencia porque nos diluimos en ese mundo; es que además no es a
nosotros a quienes tenemos que anunciarnos, sino que el anuncio que hacemos con
nuestra vida es el anuncio de Jesús, es ese anuncio que transforma nuestro
mundo verdaderamente en reino de Dios. No se nos va a notar porque hagamos
cosas como las que hace nuestro mundo, sino que calladamente, como lo hace la
sal en nuestros alimentos, nosotros vamos dando sabor, vamos dando un sentido
nuevo a lo que hacemos, vamos contagiando de nuestra esperanza, de nuestra ilusión,
de la alegría de nuestra fe a quienes nos rodean, y así los transformaremos.
Hemos de ser de verdad conscientes de ello.
Hoy la iglesia nos esta recordando continuamente que somos discípulos
y misioneros; se nos esta recordando como tenemos que ir a ese mundo que nos
rodea con el anuncio de nuestra fe. Es lo que nos esta pidiendo hoy el
evangelio, es lo que nos dice Jesús cuando nos dice que somos la luz del mundo
y la sal de la tierra.
Pero nos preguntamos con sinceridad, ¿seremos en verdad esa sal que da
un sabor nuevo un sentido nuevo al mundo que nos rodea? ¿Contagiáramos al mundo
con nuestra ilusión y con nuestra esperanza, con la alegría de nuestra fe?
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