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viernes, 16 de junio de 2017

Cuidemos de vivir superficialmente la vida rodeados de vanidades, disimulos y apariencias porque nuestro orgullo y amor propio nos pueden jugar malas pasadas

Cuidemos de vivir superficialmente la vida rodeados de vanidades, disimulos y apariencias porque nuestro orgullo y amor propio nos pueden jugar malas pasadas

2Corintios 4, 7-15; Sal 115; Mateo 5, 27-32
La fidelidad igual que las otras virtudes que hemos de cultivar en la vida no las hemos de vivir como algo meramente formal y externo. Es cierto que en aquello que hacemos se manifiesta la que llevamos dentro y esa fidelidad también hemos de expresarla con gestos, con actos positivos que vivamos en nuestra vida, pero hemos de cuidarnos muy mucho de que se solo se quede en esa apariencia o formalidad externa, porque las actitudes de nuestro corazón, nuestros pensamientos interiores estén muy lejos de eso que aparentemente queremos manifestar. Somos muchas veces verdaderos maestros para el disimulo, para la apariencia en nuestras vanidades o en nuestros orgullos.
No nos vale decir si con nuestras palabras si nuestros hechos, nuestros pensamientos y deseos o lo que llevamos en el corazón está muy lejos o en contradicción con ese si que manifestamos en las promesas o en las palabras. De la misma manera que tenemos que cuidar el evitar todo aquello que pueda mermar de alguna manera esa fidelidad.
Muchas veces nos decimos eso no tiene importancia, total es un mal pensamiento que le viene a uno en un momento determinado, pero si no sabemos enfrentarnos a ese peligro o tentación terminamos cayendo por la resbaladiza pendiente que nos va enfriando en nuestros planteamos y primigenios deseos. Es una lucha, es cierto, pero que merece la pena mantener para conseguir esa fidelidad o esa virtud que adorne profundamente nuestra vida.
Esto forma parte de ese crecimiento humano, de esa maduración de nuestra personalidad en la que hemos de empeñarnos cada día. Nos cuesta, porque son muchos los señuelos que nos aparecen por aquí o por allá. Pero hemos de mantener esa pureza de nuestro corazón, esa entereza de nuestra vida, esa fidelidad a nosotros mismos y a lo que son nuestros compromisos, y todos entendemos bien que hablamos también en esa fidelidad en el amor. Tenemos que arrancar de raíz en nuestra vida aquellas cosas que pudieran poner en peligro nuestra fidelidad.
Es la fidelidad de los amigos, la lealtad que hemos de mantenernos unos con otros, pero hoy se nos está hablando también de esa fidelidad en el amor matrimonial. Somos débiles, lo reconocemos, y nos pueden aparecer los cansancios, los atractivos diferentes por un lado o por otro, en el mundo en que vivimos casi nos hemos acostumbrado a esa infidelidad, a esos enfriamientos en el amor, a esas rupturas que ya lo vemos todo por igual. Vivimos muchas veces en un mundo muy superficial y cuando vivimos superficialmente nos rodeamos de muchas vanidades, disimulos, apariencias y tenemos el peligro de que prevalezcan nuestros orgullos y nuestro amor propio.
Pero es algo que hemos de cuidar mucho, comenzando por no tomar nunca decisiones precipitadas y antes de un compromiso hemos de aclarar muy bien lo que queremos, si es en verdad el amor de nuestra vida analizándolo todo muy bien y nuestra capacidad para ese compromiso de fidelidad. Es el análisis también cuidadoso que hemos de hacer cuando nos venga la duda, la debilidad, la tentación pues tras un mal momento que todos podemos tener vienen decisiones de las que luego nos podemos arrepentir. Con demasiada superficialidad vivimos muchas veces las diferentes circunstancias de la vida.
De todo esto nos ha hablado hoy Jesús en el evangelio. Les invito a que leamos con detenimiento de nuevo la cita del texto que hoy se nos ofrece. Tratemos de descubrir la hondura con que Jesús quiere que vivamos nuestra vida. 

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