Cuidemos de vivir superficialmente la vida rodeados de vanidades, disimulos y apariencias porque nuestro orgullo y amor propio nos pueden jugar malas pasadas
2Corintios
4, 7-15; Sal 115; Mateo 5, 27-32
La fidelidad igual que las otras virtudes que hemos de cultivar en la
vida no las hemos de vivir como algo meramente formal y externo. Es cierto que
en aquello que hacemos se manifiesta la que llevamos dentro y esa fidelidad también
hemos de expresarla con gestos, con actos positivos que vivamos en nuestra vida,
pero hemos de cuidarnos muy mucho de que se solo se quede en esa apariencia o
formalidad externa, porque las actitudes de nuestro corazón, nuestros
pensamientos interiores estén muy lejos de eso que aparentemente queremos
manifestar. Somos muchas veces verdaderos maestros para el disimulo, para la
apariencia en nuestras vanidades o en nuestros orgullos.
No nos vale decir si con nuestras palabras si nuestros hechos,
nuestros pensamientos y deseos o lo que llevamos en el corazón está muy lejos o
en contradicción con ese si que manifestamos en las promesas o en las palabras.
De la misma manera que tenemos que cuidar el evitar todo aquello que pueda
mermar de alguna manera esa fidelidad.
Muchas veces nos decimos eso no tiene importancia, total es un mal pensamiento
que le viene a uno en un momento determinado, pero si no sabemos enfrentarnos a
ese peligro o tentación terminamos cayendo por la resbaladiza pendiente que nos
va enfriando en nuestros planteamos y primigenios deseos. Es una lucha, es
cierto, pero que merece la pena mantener para conseguir esa fidelidad o esa
virtud que adorne profundamente nuestra vida.
Esto forma parte de ese crecimiento humano, de esa maduración de
nuestra personalidad en la que hemos de empeñarnos cada día. Nos cuesta, porque
son muchos los señuelos que nos aparecen por aquí o por allá. Pero hemos de
mantener esa pureza de nuestro corazón, esa entereza de nuestra vida, esa
fidelidad a nosotros mismos y a lo que son nuestros compromisos, y todos
entendemos bien que hablamos también en esa fidelidad en el amor. Tenemos que
arrancar de raíz en nuestra vida aquellas cosas que pudieran poner en peligro
nuestra fidelidad.
Es la fidelidad de los amigos, la lealtad que hemos de mantenernos
unos con otros, pero hoy se nos está hablando también de esa fidelidad en el
amor matrimonial. Somos débiles, lo reconocemos, y nos pueden aparecer los
cansancios, los atractivos diferentes por un lado o por otro, en el mundo en
que vivimos casi nos hemos acostumbrado a esa infidelidad, a esos enfriamientos
en el amor, a esas rupturas que ya lo vemos todo por igual. Vivimos muchas
veces en un mundo muy superficial y cuando vivimos superficialmente nos
rodeamos de muchas vanidades, disimulos, apariencias y tenemos el peligro de
que prevalezcan nuestros orgullos y nuestro amor propio.
Pero es algo que hemos de cuidar mucho, comenzando por no tomar nunca
decisiones precipitadas y antes de un compromiso hemos de aclarar muy bien lo
que queremos, si es en verdad el amor de nuestra vida analizándolo todo muy bien
y nuestra capacidad para ese compromiso de fidelidad. Es el análisis también
cuidadoso que hemos de hacer cuando nos venga la duda, la debilidad, la tentación
pues tras un mal momento que todos podemos tener vienen decisiones de las que
luego nos podemos arrepentir. Con demasiada superficialidad vivimos muchas
veces las diferentes circunstancias de la vida.
De todo esto nos ha hablado hoy Jesús en el evangelio. Les invito a
que leamos con detenimiento de nuevo la cita del texto que hoy se nos ofrece.
Tratemos de descubrir la hondura con que Jesús quiere que vivamos nuestra vida.
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