Desde la autenticidad y coherencia de nuestra vida creyente hemos de saber buscar siempre los caminos del reencuentro y la reconciliación sanándonos por dentro con la verdadera paz
Ezequiel
18,21-28; Sal 129; Mateo 5,20-26
Autenticidad y coherencia, dos valores que manifiestan nuestra madurez
humana. No tememos manifestarnos como somos, porque no tenemos nada que
ocultar, porque con nuestra manera de actuar estamos manifestando limpiamente
lo que somos, porque no tenemos intenciones ocultas ni inconfesables dentro de
nosotros cuando hacemos las cosas, porque siempre deseamos construir lo bueno y
buscamos la paz, porque aunque cometamos errores en la vida – que todos
cometemos porque somos débiles – estamos siempre con el deseo de corregirnos y
mejorar nuestra vida.
Esto nos lleva a la coherencia en nuestro ser y en nuestro
manifestarnos; tenemos unos principios por los que queremos regir nuestra vida
y somos fieles hasta sus ultimas consecuencias aunque nos cueste y hasta nos
duela en ocasiones. No queremos ser de palabras fáciles y charlatanas que
siempre vamos diciendo cosas bonitas pero luego en el día a día de nuestra vida
parece que fuéramos por otros caminos.
Es cierto que en nuestra debilidad hay ocasiones en las que fallamos,
pero ahí esta nuestra capacidad de reconocer aquello en lo que fallamos y
levantarnos para emprender un camino corregido. Y seremos capaces de pedir perdón
y buscar siempre la reconciliación porque queremos tener paz en nuestro
interior, pero es que queremos tener paz siempre con los que nos rodean.
Realmente reconocemos que muchas veces no es fácil. Herimos o nos
podemos sentir heridos y no sabemos como actuar, como resolver los conflictos,
nos sentimos confundidos, nos aparece el orgullo y el amor propio, pero hemos
de saber tener la valentía de busca solución, de salir de esa situación, de
buscar la manera de encontrarnos de nuevo con esa persona herida o que nos ha
herido para restablecer el dialogo y la paz.
Como decía, sabemos que muchas veces no es fácil, y tiene que desarrollarse
todo un proceso interior que busque la manera de sanarnos por dentro y no
buscar una falsa paz. Buscaremos quien nos ayude, nos anime, nos diga la
palabra acertada que nos levante el animo, que nos haga sentirnos con fuerza
para ir dando esos pasos. Hoy Jesús nos señala en el evangelio algunas de esas
situaciones en las que podemos decir mal de los demás, ofender con palabras
hirientes, romper la comunicación y la comunión. El nos señala los caminos de
la reconciliación.
Como creyentes sabemos donde podemos encontrar esa fuerza y esa
gracia. Con nosotros va el Señor ayudándonos en esa cruz que nos hace sufrir ya
sea por lo que hayamos recibido o ya sea por nuestra propia debilidad que
hayamos hecho sufrir a los demás.
‘Desde lo hondo a ti grito,
Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica…’ rezábamos en el salmo que hoy nos ofrece la
liturgia, porque sabemos que ‘del Señor viene la misericordia, la redención
copiosa; y él nos redimirá de todos nuestros delitos’. Confiamos en el
Señor, confiamos en su Palabra, sentimos su presencia alentadora siempre junto
a nosotros. El camina a nuestro lado y nos ayuda a caminar por esas sendas de
rectitud, caminos de autenticidad y de coherencia.
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