Cuaresma, cuarenta días para irnos al desierto, para hacer desierto, para en el silencio del corazón abrirnos a Dios y a su Palabra y caminar hacia la Pascua
Génesis 2,7-9; 3, 1-7; Sal 50; Romanos
5,12-19; Mateo 4,1-11
Cuaresma, cuarenta días que nos faltan para la pascua. Cuarenta días
que nos dan para mucha reflexión, cuarenta días que pueden ser un buen
ejercicio espiritual con sus silencios, con sus escuchas, con ese tiempo
pausado en medio de tantas carreras, con la mirada puesta en lo alto para
elevarnos a algo mas espiritual que esas materialidades que son los pasos que
cada día vamos dando. Cuarenta días para irnos al desierto, para hacer
desierto, silencio para escuchar a Dios, para descifrar sus caminos, para
dejarnos envolver por Dios, para que nos conduzca el Espíritu.
Cuarenta días, como aquellos cuarenta días con sus noches que paso Jesús
en el monte de la Cuarentena, en el silencio y en la austeridad, en la apertura
a Dios pero también siendo tentado por el diablo.
Cuarenta días como aquellos cuarenta años de desierto, de purificación
del pueblo de la Alianza que hacia camino de liberación hacia la libertad, que
caminaba a una vida nueva, que no solo era salir de las esclavitudes de Egipto
sino de sus propias esclavitudes en la cerrazón de sus vidas, en sus egoísmos y
en sus sueños y ambiciones, en que aprendieron a caminar juntos, a hacerse
pueblo, en los que fueron desmontando los ídolos a los que adoraban a sus vidas
que eran algo mas que el becerro de oro
que se hicieron al pie del Sinaí.
Como los cuarenta días de Moisés en lo alto del Sinaí para escuchar a
Dios y recibir su ley, o los cuarentas días de Elías vagando también por el
desierto hasta el Monte de Dios.
Nos dice hoy el evangelio que ‘Jesús
fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y
después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre’.
Es el comienzo del relato de las tentaciones y nos habla de la tentación de
convertir las piedras en panes, el aplauso fácil del que caía de lo alto del
pináculo del templo sin que nada le pasara, o la de la adoración de Satanás con
tal de obtener el dominio sobre todos los reinos del mundo.
Tres tentaciones que Jesús
siente en lo mas hondo de si mismo cuando va a comenzar a cumplir su misión. ¿Seria
con el milagro fácil con el que Jesús iba a lograr la atención de todos para
que escucharan su mensaje? ¿Cómo podría realizar su misión para el anuncio del
Reino? Ya lo veremos a lo largo del evangelio como las gentes muchas veces
pueden sentirse mas cautivadas por Jesús por los milagros que realiza y muchos quizás
serán los que vienen hasta El solo buscando el milagro. Pero el anuncio de Jesús
es el Reino de Dios, es la proclamación de la Palabra viva y salvadora de Dios
la que en verdad nos va a traer la salvación y con fe hemos de escucharla.
Es lo que Jesús ira repitiendo
continuamente; es por la fe por lo que podemos obtener la salvación de Dios. No
querrá en muchas ocasiones que los milagros se divulguen porque ese no es el
camino para acoger y aceptar el Reino de Dios. Solo desde la conversión del corazón
y desde la fe mas honda y mas autentica es como acogeremos en verdad esa Buena
Nueva de Jesús.
Las tentaciones de Jesús
reflejan muy bien lo que fueron las tentaciones del pueblo de Israel en el
desierto camino de la tierra prometida, como reflejan también las tentaciones
que sufrimos los hombres de todos los tiempos. Los judíos en el desierto
añoraban los ajos y cebollas que comían en Egipto aunque fuera en la
esclavitud, como nosotros añoramos también tantas cosas en las que como en
falsos ídolos ponemos la salvación aunque luego vivamos esclavizados a ellas.
Son nuestras ambiciones y
nuestros afanes por una manera de vivir en la que predominan en nosotros el
materialismo y la sensualidad de la vida. Cuantas veces hablamos de un estado
del bienestar que fundamentamos solamente en la posesión de cosas materiales, y
en el simplemente pasarlo bien queriendo muchas veces cerrar los ojos u olvidar
el sufrimiento que puedan tener muchos seres a nuestro lado.
Es por otro lado esa pérdida de
ese lado espiritual de la vida y de ese sentido de trascendencia limitándonos a
vivir el momento presente sin poner otras metas y otros ideales más altos en
nuestra vida que nos ayuden a crecer realmente como personas. Así brota
fácilmente la insolidaridad y el egoísmo, aparecen los rebrotes del orgullo y
del amor propio, surgen nuestros sueños de grandeza, de poder y de dominio
haciendo lo que sea para yo sentirme siempre por encima del otro y poderlo
manipular todo a mi antojo.
Hoy Jesús en el evangelio da
tres respuestas al tentador que nos siguen siendo validas totalmente para
nuestras propias situaciones y tentaciones. ‘No solo de pan vive el hombre
sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios… No tentaras al Señor, tu
Dios… al Señor tu Dios adoraras y al El solo darás culto…’
Pongamos a Dios en verdad en el
centro de nuestra vida porque solo en El vamos a encontrar nuestra mayor
grandeza y dignidad. Dios había creado al ser humano a imagen y semejanza de
Dios, nos dice la Biblia, pero fijémonos en lo que consistió la tentación
de la serpiente. ‘Sereis como dioses’, les dice. No es ser a imagen y
semejanza de Dios sino convertirnos en dios. Es la gran tentación del orgullo
del hombre, de la autosuficiencia para creerse grande y creerse dios. ¿Por qué
ha de escuchar a Dios? ¿Por qué ha de dejarse conducir por la ley del Señor? Es
la eterna pregunta de la rebelión, de cuando queremos sustituir a Dios por
nuestro yo, es nuestro pecado porque queremos hacernos dioses. Y ya hemos
escuchado la respuesta de Jesús.
Son solo unas breves pinceladas
para la reflexión de este primer domingo de la cuaresma. Muchas más cosas nos
puede sugerir el Espíritu del Señor en nuestro corazón. Dejémonos conducir por
El y emprendamos este camino en aquel sentido que decíamos al principio, un
camino que nos llevará a encontrar a Dios y vivir su salvación.
Somos uno con Dios, somos la expresion de la Divinidad. "Dios es yo, y yo soy Dios cuando dejo de ser yo"
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