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jueves, 9 de marzo de 2017

Acudimos a Dios con la confianza de que siempre nos escucha, la humildad de reconocer nuestra incapacidad y debilidad, y la perseverancia que da el amor

Acudimos a Dios con la confianza de que siempre nos escucha, la humildad de reconocer nuestra incapacidad y debilidad, y la perseverancia que da el amor

Esther, 14, 1-14; Sal. 137; Mateo, 7. 7-12
Perseverancia, humildad, confianza cualidades importantes en lo que hacemos en la vida. Sin perseverancia en luchar por aquello que deseamos no lo conquistaremos, aunque muchas veces nos sintamos tentados a tirar la toalla, nos cansemos; no siempre es fácil, encontramos resistencia, necesitamos  esfuerzo y sacrificio, la constancia es importante.
Pero igualmente hemos de ser humildes por una parte para reconocer nuestras limitaciones, pero humildad también para no volvernos exigentes; hoy en todo nos creemos con derechos y por eso exigimos, pero quizás eso que por derecho nos pertenece lo conseguimos mejor por un camino de humildad; humildad no es postración ni sumisión, sino que se ha de manifestar por nuestros buenos gestos, por nuestras palabras sencillas y nunca exigentes, en ese reconocimiento agradecido también por lo que recibimos. Un corazón humilde alcanza las cosas mejores y las más altas cotas.
Y al mismo tiempo confianza porque sabemos creer en los demás, porque no nos falta nunca la esperanza de alcanzar esos ideales por los que luchamos, porque confiamos también con humildad en nosotros mismos que somos capaces de muchas cosas, porque admiramos y valoramos la bondad de los demás o de aquel con quien caminamos en la vida.
Valores estos que estamos comentando importantes en nuestra vida, importantes para nuestro crecimiento interior, para nuestra maduración como persona, para nuestras relaciones con los demás. Valores que hemos de cultivar también en nuestra relación con Dios, en nuestra oración.
De eso nos esta hablando la Palabra de Dios en este jueves de la primera semana de cuaresma cuando nos habla de la oración y Jesús nos esta enseñando como ha de ser nuestra oración. ‘Pedid y se os dará, buscad y encontrareis, llamad y se os abrirá, porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre…’ Y nos habla del padre que atiende a su hijo y siempre le dará lo que le pide o lo mejor.
Un modelo lo tenemos también en la hermosa oración de la reina Esther de la que nos ha hablado la primera lectura. Conocemos las circunstancias en la que su pueblo se veía perseguido y ella intenta interceder ante el Rey. Pero no lo hace por si misma; además de pedir al pueblo que ayune y haga oración a Dios por ella y lo que ha de hacer, la vemos también orando al Señor con humildad, con confianza, con una insistencia grande para que el Señor ponga palabras en su boca, fortaleza en su espíritu para poder presentarse ante el Rey y lograr el bien de su pueblo.
En muchas ocasiones en la vida cuando nos encontramos con problemas, cuando le pedimos ayuda al Señor para salir airosos de nuestras dificultades casi podríamos pedir prestadas estas palabras de Esther para que sean también nuestra oración. No pedimos milagros, pedimos la asistencia del Espíritu del Señor que nos ayude a hacer lo mejor, a encontrar el mejor camino, a descubrir el modo de superar la dificultad.
No nos presentamos al Señor exigencias sino con la confianza  de saber que el Señor siempre nos escucha, con la humildad de reconocer nuestra pequeñez, nuestra ignorancia o nuestra debilidad, con la perseverancia que da el amor.

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