Acudimos a Dios con la confianza de que siempre nos escucha, la humildad de reconocer nuestra incapacidad y debilidad, y la perseverancia que da el amor
Esther, 14, 1-14; Sal.
137; Mateo, 7. 7-12
Perseverancia, humildad, confianza cualidades importantes en lo que
hacemos en la vida. Sin perseverancia en luchar por aquello que deseamos no lo
conquistaremos, aunque muchas veces nos sintamos tentados a tirar la toalla,
nos cansemos; no siempre es fácil, encontramos resistencia, necesitamos esfuerzo y sacrificio, la constancia es
importante.
Pero igualmente hemos de ser humildes por una parte para reconocer
nuestras limitaciones, pero humildad también para no volvernos exigentes; hoy
en todo nos creemos con derechos y por eso exigimos, pero quizás eso que por
derecho nos pertenece lo conseguimos mejor por un camino de humildad; humildad
no es postración ni sumisión, sino que se ha de manifestar por nuestros buenos
gestos, por nuestras palabras sencillas y nunca exigentes, en ese
reconocimiento agradecido también por lo que recibimos. Un corazón humilde
alcanza las cosas mejores y las más altas cotas.
Y al mismo tiempo confianza porque sabemos creer en los demás, porque
no nos falta nunca la esperanza de alcanzar esos ideales por los que luchamos,
porque confiamos también con humildad en nosotros mismos que somos capaces de
muchas cosas, porque admiramos y valoramos la bondad de los demás o de aquel
con quien caminamos en la vida.
Valores estos que estamos comentando importantes en nuestra vida,
importantes para nuestro crecimiento interior, para nuestra maduración como
persona, para nuestras relaciones con los demás. Valores que hemos de cultivar también
en nuestra relación con Dios, en nuestra oración.
De eso nos esta hablando la Palabra de Dios en este jueves de la
primera semana de cuaresma cuando nos habla de la oración y Jesús nos esta
enseñando como ha de ser nuestra oración. ‘Pedid y se os dará, buscad y
encontrareis, llamad y se os abrirá, porque quien pide recibe, quien busca
encuentra, y al que llama se le abre…’ Y nos habla del padre que atiende a
su hijo y siempre le dará lo que le pide o lo mejor.
Un modelo lo tenemos también en la hermosa oración de la reina Esther
de la que nos ha hablado la primera lectura. Conocemos las circunstancias en la
que su pueblo se veía perseguido y ella intenta interceder ante el Rey. Pero no
lo hace por si misma; además de pedir al pueblo que ayune y haga oración a Dios
por ella y lo que ha de hacer, la vemos también orando al Señor con humildad,
con confianza, con una insistencia grande para que el Señor ponga palabras en
su boca, fortaleza en su espíritu para poder presentarse ante el Rey y lograr
el bien de su pueblo.
En muchas ocasiones en la vida cuando nos encontramos con problemas,
cuando le pedimos ayuda al Señor para salir airosos de nuestras dificultades
casi podríamos pedir prestadas estas palabras de Esther para que sean también
nuestra oración. No pedimos milagros, pedimos la asistencia del Espíritu del
Señor que nos ayude a hacer lo mejor, a encontrar el mejor camino, a descubrir
el modo de superar la dificultad.
No nos presentamos al Señor exigencias sino con la confianza de saber que el Señor siempre nos escucha,
con la humildad de reconocer nuestra pequeñez, nuestra ignorancia o nuestra
debilidad, con la perseverancia que da el amor.
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