Transformemos nuestra vida y comenzaremos a transformar nuestro mundo para que sea en
verdad el Reino de Dios, el cielo nuevo y la tierra nueva en que reine la
justicia y el amor
Amós 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1Timoteo
6, 11-16; Lucas 16, 19-31
‘Había un hombre rico que se vestía
de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo
llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de
saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba’.
Así comienza Jesús la parábola. Una
real descripción no solo de cosas que sucedían en tiempos de Jesús, sino una
muy cruda descripción de lo que sigue sucediendo en el mundo de hoy. Y no son
casos aislados sino que es una realidad muy palpable en nuestra sociedad
actual. La pobreza no es una imaginación de mentes exaltadas mientras el lujo y
el despilfarro lo vemos cada día en individuos y en el conjunto de nuestra
sociedad.
Nos describe la parábola ese abismo al
parecer insalvable entre el rico y el pobre. Y no es a posteriori en la
situación del más allá de la muerte que luego nos describe, sino es aquel
abismo entre la mesa del rico con todos sus lujos y despilfarros y el pobre
echado en su portal que parecía que nadie era capaz de ver. Como nos seguía
diciendo la parábola solo los perros lamían sus llagas.
Nos cegamos. O no queremos mirar. O
volvemos nuestro rostro hacia otro lado que nos pueda parecer más agradable.
Que eso nos puede pasar mientras vamos caminando por la calle y alguien está
sentado al borde de la acera tendiéndonos la mano y no lo queremos mirar. Es lo
que nos puede pasar a cada uno de nosotros con nuestras miradas muy
discriminatorias, pero es lo que se puede palpar en nuestra sociedad. Cuantos
despilfarros en cosas innecesarias mientras para asuntos sociales se apartan
solo unas migajas. Y no digamos ya de quienes se aprovechan, de todo ese mundo
de corrupción que hemos creado de mil formas en nuestra sociedad. Aunque quizá
algunas veces nos hagamos los caritativos.
Y estas cosas ¿no tienen remedio? ¿no
tienen solución? Algunas veces parece que así fuera, porque con qué facilidad
nos echamos las culpas los unos a los otros, cuantas veces acusamos al otro
pero no nos miramos a nosotros mismos, o nos consolamos diciéndonos que es la
crisis que vive nuestra sociedad y de la que tan difícil es salir. Quizá predominan
más nuestros egos, nuestras ansias de estar en el candelero o de ostentar el
poder antes que sentarnos de verdad a trabajar juntos buscando caminos,
buscando soluciones, buscando puntos de encuentro. Miremos que pocas soluciones
damos al momento político en que vivimos en nuestra sociedad.
Los cristianos ¿nos podemos quedar
tranquilos ante estas situaciones? ¿Nos cruzamos los brazos también y volvemos
la mirada hacia otro lado? Hacen falta cristianos valientes y responsables en
medio de nuestra sociedad, porque pudiera parecer que no tenemos nada que decir
ni nada que hacer. Y nuestra fe nos obliga a un compromiso serio con nuestra
sociedad, y nos compromete con esas tremendas desigualdades sociales que se
tienen, y nos tiene que impulsar a romper barreras y hacer desaparecer esos
abismos que nos separan en nuestro mundo.
No podemos estar esperando milagros
celestiales que todo lo resuelvan, que parece que algunas veces en cosas así es
en lo que ponemos nuestra fe. La fe que tenemos en Jesús y que compromete
nuestra vida con el evangelio y con el Reino de Dios que hemos de construir es
algo mucho más profundo y tiene que envolver y dar tinte a toda nuestra vida.
En la parábola el rico desde el abismo
pedía a Abraham que enviara a Lázaro a casa de sus hermanos para eso les
hiciera cambiar. Pero como se les dice en la parábola ni aunque resucite un
muerto van a cambiar, pero que tienen la ley y los profetas, tienen la
Escritura santa que ilumine sus vidas para hacerles encontrar ese verdadero
camino de una conversión para transformarse ellos y transformar así el mundo en
que viven.
Comencemos por ahí, convirtamos nuestra
vida, transformemos nuestra vida y así comenzaremos a transformar nuestro
mundo; cambiemos de actitudes cerradas, clasistas, discriminatorias,
orgullosas, para abrir nuestros ojos y nuestro corazón y comenzar a ver de una
manera nueva esa realidad de desigualdades, de pobreza, de injusticia que
envuelve nuestro mundo. Seguro que si ponemos esa mirada nueva para ver
seriamente al hermano que sufre a nuestro lado no nos vamos a quedar
insensibles con los brazos cruzados sino que comenzaremos a poner nuestro
granito de arena.
Y será así cómo comenzaremos a
transformar nuestro mundo para que sea en verdad el Reino de Dios; ese Reino de
Dios en el que no caben desigualdades ni injusticias porque es un reino de
verdad y de amor, de justicia y de santidad; es el Reino en que comenzaremos a
sentirnos verdaderamente hermanos con lo que comenzaremos a hacer ese cielo
nuevo y esa tierra nueva en la que reine la justicia y el amor porque reine
Dios.
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