Necesitamos que el evangelio nos recuerde una vez más que el más pequeño es el más importante para que aprendamos a acoger al más humilde que esté a nuestro lado
Job 1, 6-22; Sal 16; Lucas 9,
46-50
El evangelio es el vademécum de nuestra vida. Sí, lo llevamos con
nosotros y en cada momento, en cada circunstancia nos va recordando aquello
importante que ha de ser a lo que le demos prioridad en nuestra vida
recordándonos las palabras de Jesús que son siempre para nosotros palabras de
vida, luz para el camino, viático – el alimento para el camino significa esta
palabra - que nos de fuerzas en el caminar.
Cuando decimos evangelio podemos estar pensando en ese librito – qué
grande es – en que tenemos reflejadas por los evangelistas los hechos y dichos
de Jesús en orden a nuestra salvación. Pero es algo más que un libro, es una
vida, es un sentido de nuestro vivir, es la misma persona de Jesús que con
nosotros está. El es ese ‘vademecum’ de nuestra vida, nuestro ‘viático’, la
verdadera ‘luz’ que nos ilumina.
Como decíamos en cada momento nos va recordando en esas circunstancias
de nuestra vida cómo hemos de actuar, lo que nunca podemos olvidar. Nos puede
parecer en ocasiones repetitivo, pero repetitiva es nuestra vida, como son
nuestros tropiezos o como son los olvidos que algunas veces tenemos.
Tenemos buenos propósitos y deseos, quizá, pero bien sabemos de
nuestra inconstancia, de la desgana que muchas veces nos entra, de las rutinas
que se nos meten por los entresijos de la vida. Y bien sabemos que el ambiente en
muchas ocasiones no nos ayuda, lo que contemplamos en los demás más bien nos
estimula hacia un materialismo de la vida, a perder un sentido de
espiritualidad, a que vuelvan a rebrotar nuestros orgullos y florezcan
fácilmente deseos de grandezas, de poder, de vanidad.
Les pasaba a los discípulos que tan cerca de Jesús estaban. Cuántas
veces habían escuchado de labios del maestro que entre ellos no podía suceder
como entre los poderosos de este mundo que solo aspiraban a grandezas y a poder
manipulando todo lo que estuviera a su alcance con tal de ver satisfechos sus
orgullos. Y sin embargo ellos una y otra vez discutían entre ellos quien iba a
ser el más importante; no habían terminado de entender el sentido del
mesianismo que se encarnaba en Jesús.
Ahora Jesús les propone la imagen de un niño. Qué poco era considerado
un niño en aquella época y en aquella cultura; pareciera que no tenia ningún
derecho ni dignidad como persona, era ninguneado en todo momento, que aun
quedan a veces algunos resabios de esos estilos entre nosotros. Y Jesús les
habla de acoger a un niño, porque el que acoge a un niño lo está acogiendo a
El.
Acoger al niño en su pequeñez y humildad era el símbolo de cómo hemos
de acogernos los unos a los otros y no por las grandezas externas que podamos
ver en las personas; es acoger al más pequeño, al más humilde, al pobre y al
que sufre, al que nos parece desheredado de todo. Nadie es despreciable para
nosotros, porque toda persona cualquiera que sea su condición tiene su
dignidad. Y es que como nos dice Jesús ‘el más pequeño es el más importante’.
Por algo nos dirá en otra ocasión que cuando dimos de comer al
hambriento le estábamos dando de comer a El, y cuando vestimos al desnudo, y
cuando acogimos al forastero, y cuando visitamos al enfermo, y cuando sonreímos
al triste, y cuando nos detuvimos a hablar con aquel con quien nadie habla, y
cuando entramos en la casa de un pobre, y cuando llevamos alegría al triste
poniendo esperanza en su corazón. Acogemos al otro y estamos acogiendo a Jesús.
Lo sabemos, lo hemos aprendido desde siempre, pero Jesús una vez más
quiere recordárnoslo, porque en la práctica de la vida fácilmente lo olvidamos.
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