Nuestra reacción ante la adversidad siempre tiene que ser la de la serenidad y la paz, con la comprensión y el respeto a todos
Job 3,1-3.11-17.20-23; Salmo 87;
Lucas 9,51-56
¿Cómo reaccionamos cuando nos aparecen problemas que contrarían
nuestra vida, alguien nos lleva la contraria o nos dice no a nuestras
aspiraciones, o se opone a nuestros deseos o proyectos?
En nuestra madurez tendríamos que saber que en la vida siempre nos
aparecen problemas y habríamos de tener la serenidad suficiente para
afrontarlos y no sentirnos contrariados porque las cosas no sean siempre de
nuestro gusto; de la misma manera ante la reacción o respuesta negativa que
podamos encontrar en los demás hemos de saber ver y respetar las diferencias de
opinión o de planteamiento y antes que enfrentarnos tendríamos que saber llegar
a un diálogo constructivo donde sepamos aprovechar lo bueno que haya en ambas
partes.
Pero reconocemos que no siempre actuamos así, que el diálogo no se
hace fácil, que el enfrentamiento nos lleva por un lado a una violencia
interior que luego se puede traslucir en las actitudes que tengamos hacia los
demás o en nuestras palabras y desgraciadamente muchas veces llegamos hasta la
violencia física. Es lo que vemos en las confrontaciones de cada día en la vida
social, en las mismas relaciones familiares, en el trato con los amigos con los
que fácilmente se llega a rupturas indeseadas, y no digamos nada lo que sucede
en la vida política.
Humanamente tendríamos que ser maduros ante estas situaciones diversas
que nos encontramos en la sociedad y en el día a día de nuestro encuentro con
las personas cercanas a nosotros. Y desde unos sentimientos cristianos hemos de
saber poner el bálsamo del amor que nos lleve a la comprensión, al respeto, a
la valoración de las personas, y quitar todo atisbo de violencia, de revancha,
de resentimientos, de actitudes vengativas, y de todas aquellas reacciones con
las que pudiéramos hacer daño a los demás. Clave importante en nuestras
relaciones mutuas es la comprensión y también la capacidad del perdón.
Me surgen estas consideraciones desde el breve texto del evangelio que
nos ofrece hoy la liturgia. Jesús había decidido ir a Jerusalén; en esta
ocasión lo hace atravesando Samaría en lugar de bajar por el valle del Jordán
hasta Jericó. Se acercan a un pueblo donde desean pasar la noche y buscan
alojamiento; pero como iban a Jerusalén los samaritanos no quisieron recibirlo.
Surge la contrariedad.
La reacción de algunos de los apóstoles se llena de violencia al menos
en su interior y se vislumbran sus deseos en sus palabras. Quieren poco menos
que baje fuego del cielo sobre aquellos que no quisieron recibirlos. Pero ya
vemos cual es la actitud de Jesús. El evangelio nos dice que Jesús les regañó y
se fueron a otra parte. A la violencia, la serenidad y la paz. Al rechazo, la
paciencia y la comprensión. Sin palabras Jesús nos está enseñando.
Es el camino de paz que cada día hemos de ir construyendo. Y no solo
hemos de pensar en los grandes conflictos que afligen nuestro mundo, sino en
esos pequeños conflictos que nos aparecen en la vida del día a día. Es nuestra
madurez humana y nuestra madurez como cristianos; que haya un espíritu fuerte
en nuestro corazón para llenarnos siempre de esa paz que tanto necesitamos.
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