Los santos Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel mensajeros divinos y acompañantes en nuestro camino nos abren al misterio de Dios y con ellos queremos cantar su gloria
Daniel 7,9-10.13-14; Sal 137;
Juan 1,47-51
Los ángeles en el cielo cantan la gloria del Señor. Así lo expresamos
en cada celebración cuando queremos unirnos a los Ángeles y a los arcángeles y
a todos los coros celestiales para cantar por siempre la gloria del Señor, para
bendecir con nuestro canto y con nuestra vida el santo nombre del Señor. ‘Santificado sea tu nombre’ pedimos en
la oración que el Señor nos enseñó y queremos santificarlo cantando la gloria
del Señor.
Pero los ángeles se convierten para nosotros también en signos de la
presencia del Señor que nos acompaña siempre con su gracia. Así, por ejemplo,
en el Antiguo Testamento cuando en una visión decían que estaban viendo al Ángel
del Señor que se les manifestaba era una expresión para decir cómo sentían esa
presencia de Dios en sus vidas. Podemos recordar episodios de la vida de Abraham
o de Moisés, pero también lo vemos expresado en otros momentos como fue la
aparición de aquellos jueces que Dios suscitaba para conducir al pueblo de Dios
en momentos difíciles.
Ya en el Nuevo Testamento veremos como Jesús nos habla de los ángeles
que acompañan la vida de los niños, pero que al mismo tiempo están gozando de
la visión de Dios, o como se nos manifiesta en el evangelio de esta festividad
en la que Jesús le dice a Natanael que veréis a los ángeles de Dios subir y
bajar sobre el Hijo del Hombre.
Signos, pues, de la presencia de Dios que nos acompañan en nuestro
caminar, inspiran en nuestro corazón todo lo bueno que tendríamos que realizar
al tiempo que nos preservan de los peligros que nos pueden acechar en nuestra
vida con la fuerza y la gracia de Dios que nos trasmiten. Son para nosotros
mensajeros divinos al tiempo que medicina y fortaleza para nuestro caminar; son
medicina de Dios que nos hacen llegar la gracia divina que nos preserva de los
peligros y del mal.
Es lo que vienen a significar los Arcángeles cuya festividad hoy
estamos celebrando. Aunque comúnmente decimos que hoy es día de san Miguel,
tras la reforma litúrgica del concilio Vaticano II se unieron en esta fiesta la
celebración de los tres Arcángeles que se celebraban en días distintos. Por eso
hoy es la fiesta de los santos Arcángeles San Miguel, san Gabriel y san Rafael.
Esos santos Arcángeles que en la Biblia y en especial en el Evangelio
se nos manifiestan con especiales misiones divinas con especial relevancia en
la historia de nuestra salvación. Será el poderoso san Miguel que al grito de su nombre ‘¿Quién como
Dios?’ lucha contra Lucifer como signo de la victoria sobre el mal. Cuánto
puede significar para nuestra vida de lucha contra el maligno que nos tienta.
Será el arcángel san Rafael acompañante de Tobías hijo en los caminos
para inspirarle las mejores decisiones que había de tomar para su vida, como
medicina de Dios según el mismo significado de su nombre para enseñarle lo que
diera de nuevo luz a los ojos ciegos de su padre, y como intercesor que
presentaba ante el trono de Dios las súplicas y oraciones de aquellos corazones
fervorosos. Ojalá nos dejáramos acompañar y enseñar con sus inspiraciones de
los ángeles de Dios que sabemos que tenemos a nuestro lado, aunque nuestros
ojos ciegos no los vean, con la confianza de que ellos presentan nuestras
suplicas ante el trono de Dios.
Finalmente será el mensajero divina que vino de parte de Dios a
anunciarle a Zacarías el nacimiento del precursor del Mesías, pero que se manifestará
a María para darle la Buena Noticia de todos esperada de que de sus entrañas
virginales nacería el que iba a ser la luz y la salvación del mundo. A Zacarías
le costó creer porque solo veía las dificultades de su propia vida pero María
supo ser la humilde esclava del Señor para que en ella se plantara la Palabra
de Dios para en su encarnación convertirse en el Emmanuel, en el Dios con
nosotros. Aunque nos sintamos débiles, instrumentos inútiles y con nuestro
corazón manchado sepamos como María abrirnos al misterio divino para también
llenarnos de Dios.
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