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miércoles, 3 de agosto de 2016

Esa ‘cananea’ puede significar el refugiado, el inmigrante, el que de es de otra raza y tantos con quienes no nos queremos relacionar y tanta desconfianza les tenemos

Esa ‘cananea’ puede significar el refugiado, el inmigrante, el que de es de otra raza y tantos con quienes no nos queremos relacionar y tanta desconfianza les tenemos

Jeremías 31,1-7; Sal.:  Jr. 31,10-13; Mateo 15,21-28

‘¡Ten compasión de mí, Señor, hijo de David…!’ grita una mujer cananea detrás de Jesús. Está fuera del territorio de Israel, se ha ido más al norte, a territorios de Fenicia, en la zona de Tiro y Sidón. Una mujer cananea, no judía ni de religión judía, que se ha enterado de la presencia de Jesús y hasta donde había llegado su fama, va detrás de Jesús gritando con insistencia. Hasta los discípulos que acompañan a Jesús interceden, quizá por quitarse de encima las molestias de aquellos gritos.
Parece que Jesús les sigue la corriente a lo que en su interior quizá pensaban los discípulos como buenos judíos con la respuesta que da, pues para los judíos la salvación era solo para ellos. Quien no fuera judío no pertenecía al pueblo de Dios y no merecería esa salvación. Pero la fe de aquella mujer es grande, porque se postra ante Jesús, no le importan las humillaciones que pueda sufrir si al menos una migaja de compasión llega a ella y se le cura su hija.
Jesús sentirá admiración por la fe y la humildad de aquella mujer. Lo que ha pedido se le ha concedido, su hija se ha curado, pero es mucho lo que ha llegado a aquella casa, a aquellos corazones. Aquella mujer era cananea y merece la alabanza de su Jesús por su fe. Nos recuerda otra alabanza a la fe de alguien por parte de Jesús; fue al centurión, también un pagano, y Jesús decía que no había encontrado en nadie en todo Israel tanta fe como en aquel hombre.
A la hora de sacar enseñanzas para nuestra vida pensamos en nuestra fe y en nuestra humildad; ojalá fuese al menos como unas migajas de la fe aquellas personas. Nos hace preguntarnos por nuestra fe, por nuestra oración, por nuestra confianza. Pero creo que puede hacernos pensar en mucho más.
Cuántas veces discriminamos también en este ámbito de la fe y hacemos juicios sobre la fe de los demás; desconfiamos de la fe de los otros, nos parece que ‘esos’ qué fe van a tener;  y en ‘esos’ podemos poner tantos nombres y situaciones, que si son unos incultos, que esos pobrecitos no saben nada y qué fe van a tener, que si esos no son de los que vienen a la iglesia habitualmente; y podemos llegar a más porque discriminamos, juzgamos y hasta nos atrevemos a hacer nuestros juicios de valor sobre la fe de las personas que son de otra religión, que son de otro país, que son de una determinada condición o raza. Y Jesús en el evangelio alaba la fe de una cananea y de un centurión romano, ambos paganos y no de religión judía. Y nosotros nos creemos los mejores y con la ‘unica’ fe verdadera.
Claro que podemos ampliar mucho más nuestra reflexión a todo un ámbito social donde también hacemos nuestras discriminaciones. Esa ‘cananea’ puede significar el refugio, el inmigrante, el que viene de otro país, el que de es de otra raza, tantos otros a los que miramos sobre el hombro, con los que no nos queremos mezclar ni relacionar, a los que tanta desconfianza tenemos. Y aquí cada uno mire en su derredor y mírese a si mismo para ver con sinceridad cual es el trato que le damos a tantos ‘desconocidos’ que se acercan a nosotros pidiendo quizá una ayuda, o queriendo entrar en relación con nosotros. Cada uno examínese a si mismo con total sinceridad.

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