Las responsabilidades de la vida y el desarrollo de nuestros valores no nos pueden encerrar en la codicia sino que tienen que abrirnos a la solidaridad del compartir en justicia
Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Sal 94; Colosenses
3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21
Por aquello de la responsabilidad con que hemos de asumir la vida y
todas sus obligaciones tenemos la tentación de vivir muy obsesionados por la
consecución de unos bienes materiales con los que podamos afrontar esas
necesidades que tenemos y cumplir con nuestras responsabilidades. Enfrentarnos
a las responsabilidades de la vida, podíamos decir, es nuestra obligación;
lograr una vida digna y lo mejor posible para nosotros y para nuestra familia
forma parte del día a día de nuestra existencia. Pero hay una tenue línea roja
que nos puede llevar a convertirlo en obsesión y al final en avaricia porque lo
que queremos es acaparar y acaparar porque con eso creemos que tenemos nuestras
seguridades.
Es cierto, hay que decirlo, que forma parte de las exigencias del evangelio
que queremos vivir el desarrollo total de nuestras capacidades y valores, que
el talento que tenemos en nuestras manos no lo podemos enterrar porque eso sí
que seria dejación e irresponsabilidad, y que en consecuencia hemos de saber
hacer fructificar nuestra vida en el desarrollo de esos valores que poseemos.
Pero eso nunca debe encerrarnos en nosotros mismos, y ese es un peligro y tentación
que tenemos.
El cumplimiento de nuestras responsabilidades y el desarrollo de
nuestros valores no deben encerrarnos en el egoísmo y la insolidaridad; tenemos
el peligro de la codicia, de la avaricia que nos encierra y nos vuelve duros e
inhumanos. Pareciera que todo el objetivo está en la ganancia y la acumulación
de bienes y riquezas. Y eso puede traernos muchas connotaciones negativas desde
el endurecimiento de nuestro corazón, el aislamiento por desconfianza hacia los
que nos pueden hacer mermar nuestras ganancias, la insolidaridad que nos hace
pensar primero en nosotros mismos y nos cierra los ojos a las necesidades que
puedan estar pasando los demás, a la larga la injusticia porque queremos
hacernos dueños absolutos de aquello que Dios ha puesto en nuestras manos no
solo para nosotros sino para bien de toda la humanidad.
Es lo que hoy Jesús nos quiere hacer reflexionar en el evangelio. ‘Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande
sobrado, su vida no depende de sus bienes’. Nuestra vida vale mucho más que unos bienes o riquezas que podamos
poseer; la riqueza más grande está en nuestro yo cuando se abre a un nosotros,
en esos valores que hay en nosotros que nos hacen desprendidos, generosos,
abiertos al compartir, con un corazón compasivo y lleno de misericordia,
comprometidos seriamente con lo bueno y con lo justo para bien de todos. El
cumplimiento de nuestras responsabilidades no
nos puede encerrar en la codicia, sino abrirnos a la solidaridad del
compartir en justicia con los demás.
Y Jesús nos propone la parábola de
aquel hombre rico que le iban muy bien las cosas pero que solo pensaba en
agrandar sus graneros para olvidarse de todo y de todos y solo pensar en si
mismo viviendo su vida a su manera. Pero eso acumulado un día se acabará más
pronto o más tarde, como le sucede al hombre de la parábola de forma
inesperada. ¿Qué le queda de su vida cuando solo ha pensado en la posesión de
esos bienes materiales? Solo ha sabido cultivar lo material de una forma
avariciosa y cuando le faltan esas cosas su vida estará vacía y sin sentido.
Pensemos, sí, qué huella vamos a dejar
nosotros en nuestra sociedad a nuestro paso por el mundo. ¿Por qué nos van a
recordar? ¿Porque vivimos encerrados en el castillo de nuestro yo aislándonos
de los demás y consentidos en el orgullo de esas vanidades que un día se
disiparán como humo? Tendrá que ser otra la sombra que proyectemos sobre
nuestro mundo, tendrá que ser otro el buen olor que dejemos a nuestro paso si
sabemos cultivar los buenos valores; no será con las manos vacías cómo nos presentemos ante Dios el día en que El
nos llame a su presencia.
Hoy termina diciéndonos Jesús ‘así
será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios’. Como nos dirá
en otro lugar del evangelio acumulemos ‘tesoros en el cielo donde los
ladrones no los roban ni la polilla los corroe’. Por ahí han de caminar las
grandes responsabilidades de la vida y es ahí donde encontraremos la verdadera
seguridad.
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