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domingo, 31 de julio de 2016

Las responsabilidades de la vida y el desarrollo de nuestros valores no nos pueden encerrar en la codicia sino que tienen que abrirnos a la solidaridad del compartir en justicia

Las responsabilidades de la vida y el desarrollo de nuestros valores no nos pueden encerrar en la codicia sino que tienen que abrirnos a la solidaridad del compartir en justicia

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Sal 94; Colosenses 3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21
Por aquello de la responsabilidad con que hemos de asumir la vida y todas sus obligaciones tenemos la tentación de vivir muy obsesionados por la consecución de unos bienes materiales con los que podamos afrontar esas necesidades que tenemos y cumplir con nuestras responsabilidades. Enfrentarnos a las responsabilidades de la vida, podíamos decir, es nuestra obligación; lograr una vida digna y lo mejor posible para nosotros y para nuestra familia forma parte del día a día de nuestra existencia. Pero hay una tenue línea roja que nos puede llevar a convertirlo en obsesión y al final en avaricia porque lo que queremos es acaparar y acaparar porque con eso creemos que tenemos nuestras seguridades.
Es cierto, hay que decirlo, que forma parte de las exigencias del evangelio que queremos vivir el desarrollo total de nuestras capacidades y valores, que el talento que tenemos en nuestras manos no lo podemos enterrar porque eso sí que seria dejación e irresponsabilidad, y que en consecuencia hemos de saber hacer fructificar nuestra vida en el desarrollo de esos valores que poseemos. Pero eso nunca debe encerrarnos en nosotros mismos, y ese es un peligro y tentación que tenemos.
El cumplimiento de nuestras responsabilidades y el desarrollo de nuestros valores no deben encerrarnos en el egoísmo y la insolidaridad; tenemos el peligro de la codicia, de la avaricia que nos encierra y nos vuelve duros e inhumanos. Pareciera que todo el objetivo está en la ganancia y la acumulación de bienes y riquezas. Y eso puede traernos muchas connotaciones negativas desde el endurecimiento de nuestro corazón, el aislamiento por desconfianza hacia los que nos pueden hacer mermar nuestras ganancias, la insolidaridad que nos hace pensar primero en nosotros mismos y nos cierra los ojos a las necesidades que puedan estar pasando los demás, a la larga la injusticia porque queremos hacernos dueños absolutos de aquello que Dios ha puesto en nuestras manos no solo para nosotros sino para bien de toda la humanidad.
Es lo que hoy Jesús nos quiere hacer reflexionar en el evangelio.  ‘Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. Nuestra vida vale mucho más que unos bienes o riquezas que podamos poseer; la riqueza más grande está en nuestro yo cuando se abre a un nosotros, en esos valores que hay en nosotros que nos hacen desprendidos, generosos, abiertos al compartir, con un corazón compasivo y lleno de misericordia, comprometidos seriamente con lo bueno y con lo justo para bien de todos. El cumplimiento de nuestras responsabilidades no  nos puede encerrar en la codicia, sino abrirnos a la solidaridad del compartir en justicia con los demás.
Y Jesús nos propone la parábola de aquel hombre rico que le iban muy bien las cosas pero que solo pensaba en agrandar sus graneros para olvidarse de todo y de todos y solo pensar en si mismo viviendo su vida a su manera. Pero eso acumulado un día se acabará más pronto o más tarde, como le sucede al hombre de la parábola de forma inesperada. ¿Qué le queda de su vida cuando solo ha pensado en la posesión de esos bienes materiales? Solo ha sabido cultivar lo material de una forma avariciosa y cuando le faltan esas cosas su vida estará vacía y sin sentido.
Pensemos, sí, qué huella vamos a dejar nosotros en nuestra sociedad a nuestro paso por el mundo. ¿Por qué nos van a recordar? ¿Porque vivimos encerrados en el castillo de nuestro yo aislándonos de los demás y consentidos en el orgullo de esas vanidades que un día se disiparán como humo? Tendrá que ser otra la sombra que proyectemos sobre nuestro mundo, tendrá que ser otro el buen olor que dejemos a nuestro paso si sabemos cultivar los buenos valores; no será con las manos vacías cómo  nos presentemos ante Dios el día en que El nos llame a su presencia.
Hoy termina diciéndonos Jesús ‘así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios’. Como nos dirá en otro lugar del evangelio acumulemos ‘tesoros en el cielo donde los ladrones no los roban ni la polilla los corroe’. Por ahí han de caminar las grandes responsabilidades de la vida y es ahí donde encontraremos la verdadera seguridad.

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