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martes, 2 de agosto de 2016

¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! necesitamos escuchar de labios de Jesús y en nombre de Jesús hemos de saber decirlo a los demás

¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! necesitamos escuchar de labios de Jesús y en nombre de Jesús hemos de saber decirlo a los demás

Jer. 30,1-2.12-15.18-22; Sal 101;  Mateo 14,22-36

‘¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!’ Qué paz sentirían en su espíritu, a pesar de sus temores y sus dudas, cuando escucharon la voz de Jesús, cuando escucharon sus palabras. Una palabra de ánimo, una mano tendida, un brazo sobre nuestros hombros cuando nos parece que nos sentimos hundidos, nos parece que no vemos salidas, que los problemas nos abruman, que la vida se nos vuelve oscura por las dificultades, cuánto bien nos hace. Tenemos seguramente la experiencia de sentirnos en esas soledades y ver aparecer ese amigo, esa persona que se puso a nuestro lado, que nos ofreció una mirada de comprensión y cariño, de quien escuchamos una palabra de ánimo. Qué triste es sentirse en soledad sin notar la presencia de alguien a tu lado, sin esa palabra amiga que te dé ánimo.
Así iban luchando los apóstoles con lago embravecido y el viento en contra. Y Jesús no estaba con ellos. Cualquier cosa les llenaba de temor; por eso la presencia de Cristo que camina sobre el agua en principio les hace temer. Creen ver un fantasma. Pero la voz de Jesús es inconfundible. ‘¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!’ Aunque todavía Pedro que siempre se adelanta a todos quiere confirmar algo más. ‘Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua’. Y aun con sus inseguridades y sus miedos camina hasta Jesús, aunque la duda le hace hundirse. ‘¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?’, le dirá Jesús.
En esos mares embravecidos de la vida necesitamos esa presencia de Jesús. ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?, también nos dice Jesús a nosotros, porque aunque sabemos bien que El está con nosotros siempre, nos lo ha prometido, nos llenamos de dudas tantas veces y también todo se nos vuelve oscuro. Cuántos momentos duros pasamos en la vida y lo peor es que nos parece que nos sentimos solos por nuestra falta de fe. El Señor llega a nosotros de muchas maneras y quiere hacerse presente en nuestra vida. Cuántas señales hemos de saber descubrir de su presencia.
Al final si permanecemos en nuestra fe en El nos llenaremos de paz, sentiremos el gozo en nuestro corazón porque podemos seguir haciendo nuestra travesía a pesar de las dificultades. Quizá la solución de nuestros problemas no es como nosotros habíamos pensado, pero el Señor nos abre caminos delante de nuestra vida. Es necesario confiarnos, estar atentos a esa presencia, a esa voz, a ese camino nuevo que se abre delante de nosotros.
Pero quiero pensar en algo más, aunque fuera brevemente. Desde la experiencia que tenemos de sentir esa presencia del Señor que llega a nosotros por tan diversos caminos – quizá fue un amigo que estuvo a nuestro lado, un acontecimiento, una palabra que escuchamos – hemos de descubrir cómo nosotros podemos ser también ese signo, esa señal, esa luz para los demás. Nosotros podemos tener también esa palabra, tender esa mano, hacer salir de su soledad a alguien que está en esa situación a nuestro lado. Tenemos el peligro y la tentación que ver solo nuestras oscuridades y no ver las soledades que puedan estar pasando otros a nuestro lado.
‘¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!’ necesitamos escuchar de labios de Jesús. Es lo que en nombre de Jesús también nosotros podemos decir a los demás.

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