El evangelio es una llamada de amor que nos convierte en testigos de la misericordia para anunciar la paz a nuestro mundo
Miqueas 6,1-4.6-8; Sal 49; Mateo
12,38-42
El evangelio siempre es una llamada de amor. Es Buena Nueva que nos
anuncia amor y con el amor el perdón y la paz. Es Buena Nueva anunciadora de
nueva vida y se convierte en llamada a la vida, en llamada de amor. No quiero
el Señor para nosotros otra cosa que la vida; por eso nos invita a ir a El, a
que pongamos toda nuestra fe en su Palabra, a que convirtamos de verdad nuestro
corazón.
Nosotros seguimos quizás encerrados en nosotros mismos, en nuestras
dudas, en nuestros caprichos, en estar pidiendo siempre pruebas porque parece
que nos cegamos y no somos capaces de descubrir la inmensidad del amor de Dios
que se nos manifiesta en Jesús y que tantas veces se ha hecho presente en
nuestra vida; parece que esas cosas las olvidamos. ‘No olvidéis las acciones
de Dios’, se nos dice en alguno de los salmos. Si tuviéramos más presente
en nuestra vida todas esas maravillas que el Señor ha realizado en nosotros
tantas veces, seguro que convertiríamos nuestro corazón a El.
Una vez más, vemos en el evangelio, que vienen pidiéndole signos y
señales a Jesús para creer en El. Parecen ciegos que no quieren ver. Tantos
signos que Jesús ha ido realizando en los milagros curando enfermos,
resucitando muertos, llenando de paz los corazones con el perdón. Y una vez más
Jesús, aunque sus palabras nos puedan parecer duras, les recuerda cómo los
ninivitas se convirtieron con la palabra del profeta, o como aquella reina del
Sur había venido a ver y admirar la Sabiduría de Salomón. Ahora ellos ni veían
los milagros ni eran capaces de saborear la Sabiduría de Jesús.
Es una invitación una vez más de Jesús al amor, a la vida, a la
conversión. Es la llamada constante que a nosotros también cada día nos hace.
Que seamos capaces de saborear la sabiduría del evangelio, que seamos capaces
de reconocer las maravillas que continuamente realiza en nosotros. Y
respondiendo a esa llamada y a esa invitación nosotros podamos convertirnos
también en signos de la misericordia del Señor para los que nos rodean.
Es necesario, sí, que todos lleguen a reconocer y a saborear en sus
vidas lo grande que es la misericordia de Dios. Aunque muchos no creen quizá en
la misericordia porque su corazón se ha endurecido y ya no saben ni perdonar,
sin embargo por otra parte hay ansia de encontrar paz en los corazones aunque
haya muchas confusiones en sus vidas o precisamente por eso por tanta confusión
como hay.
Y es la misericordia la que nos llena de paz; sentiremos esa paz
cuando saboreamos en nosotros esa misericordia que nos manifiesta el amor y el
perdón del Señor, pero al mismo tiempo vamos a sentir paz cuando seamos capaces
de tener misericordia con el otro ofreciendo generoso perdón, llenando nuestro
corazón de comprensión, alejando de nosotros resentimientos que nos harían
sufrir. En la misericordia que tengamos con los demás alcanzaremos nosotros
también esa paz del corazón. Y tenemos que ser signos de ello con nuestra vida
para que todos alcancen a descubrir la misericordia y el amor de Dios y
aprendamos a vivir en esa honda de misericordia y de paz.
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