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lunes, 18 de julio de 2016

El evangelio es una llamada de amor que nos convierte en testigos de la misericordia para anunciar la paz a nuestro mundo

El evangelio es una llamada de amor que nos convierte en testigos de la misericordia para anunciar la paz a nuestro mundo

Miqueas 6,1-4.6-8; Sal 49; Mateo 12,38-42

El evangelio siempre es una llamada de amor. Es Buena Nueva que nos anuncia amor y con el amor el perdón y la paz. Es Buena Nueva anunciadora de nueva vida y se convierte en llamada a la vida, en llamada de amor. No quiero el Señor para nosotros otra cosa que la vida; por eso nos invita a ir a El, a que pongamos toda nuestra fe en su Palabra, a que convirtamos de verdad nuestro corazón.
Nosotros seguimos quizás encerrados en nosotros mismos, en nuestras dudas, en nuestros caprichos, en estar pidiendo siempre pruebas porque parece que nos cegamos y no somos capaces de descubrir la inmensidad del amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús y que tantas veces se ha hecho presente en nuestra vida; parece que esas cosas las olvidamos. ‘No olvidéis las acciones de Dios’, se nos dice en alguno de los salmos. Si tuviéramos más presente en nuestra vida todas esas maravillas que el Señor ha realizado en nosotros tantas veces, seguro que convertiríamos nuestro corazón a El.
Una vez más, vemos en el evangelio, que vienen pidiéndole signos y señales a Jesús para creer en El. Parecen ciegos que no quieren ver. Tantos signos que Jesús ha ido realizando en los milagros curando enfermos, resucitando muertos, llenando de paz los corazones con el perdón. Y una vez más Jesús, aunque sus palabras nos puedan parecer duras, les recuerda cómo los ninivitas se convirtieron con la palabra del profeta, o como aquella reina del Sur había venido a ver y admirar la Sabiduría de Salomón. Ahora ellos ni veían los milagros ni eran capaces de saborear la Sabiduría de Jesús.
Es una invitación una vez más de Jesús al amor, a la vida, a la conversión. Es la llamada constante que a nosotros también cada día nos hace. Que seamos capaces de saborear la sabiduría del evangelio, que seamos capaces de reconocer las maravillas que continuamente realiza en nosotros. Y respondiendo a esa llamada y a esa invitación nosotros podamos convertirnos también en signos de la misericordia del Señor para los que nos rodean.
Es necesario, sí, que todos lleguen a reconocer y a saborear en sus vidas lo grande que es la misericordia de Dios. Aunque muchos no creen quizá en la misericordia porque su corazón se ha endurecido y ya no saben ni perdonar, sin embargo por otra parte hay ansia de encontrar paz en los corazones aunque haya muchas confusiones en sus vidas o precisamente por eso por tanta confusión como hay.
Y es la misericordia la que nos llena de paz; sentiremos esa paz cuando saboreamos en nosotros esa misericordia que nos manifiesta el amor y el perdón del Señor, pero al mismo tiempo vamos a sentir paz cuando seamos capaces de tener misericordia con el otro ofreciendo generoso perdón, llenando nuestro corazón de comprensión, alejando de nosotros resentimientos que nos harían sufrir. En la misericordia que tengamos con los demás alcanzaremos nosotros también esa paz del corazón. Y tenemos que ser signos de ello con nuestra vida para que todos alcancen a descubrir la misericordia y el amor de Dios y aprendamos a vivir en esa honda de misericordia y de paz.

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