Acogida, hospitalidad, actitud para el servicio, capacidad de escucha, valores con los que podemos hacer un mundo mejor
Génesis 18, 1-10ª; Sal 14; Colosenses 1,24-28;
Lucas 10, 38-42
‘Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en
su casa… y una hermana llamada María, sentada a los pies del Señor, escuchaba
su palabra. Mientras Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio…’
Eran los amigos de Jesús. Su casa, en Betania al borde del camino que subiendo
del valle del Jordán se dirigía a Jerusalén, estaba abierta para dar agua y
descanso a los peregrinos que subían a la ciudad santa. Allí encontró Jesús
hospitalidad y acogida pues ya hará referencia el evangelio que estando en
Jerusalén Jesús se acercaba a Betania.
Una hermosa virtud la de la hospitalidad en la que las gentes que han
habitado en lugares inhóspitos tienen unas actitudes y aptitudes especiales.
Vemos en la primera lectura la hospitalidad de Abrahán que vivía casi
transeúnte en una tienda para acoger a aquellos tres caminantes que hasta él
llegaban. Entendemos también el significado teológico que tiene ese momento en
el que es el Señor el que llega hasta Abrahán y premia su hospitalidad anunciándoles
el nacimiento del hijo tan deseado.
Entra dentro del orden natural de nuestras relaciones de convivencia
con aquellos que más cercanos están a nosotros que seamos acogedores y
hospitalarios con nuestros amigos o nuestros convecinos; también es cierto que
en las circunstancias de desconfianza en que vivimos ya nuestras puertas y
ventanas permanecen cerradas de forma habitual frente a aquellos tiempos no tan
lejanos en que nuestras puertas estaban siempre abiertas y los vecinos y los
amigos entrábamos con toda naturalidad en las casas los unos de los otros.
En nombre de una humanidad verdaderamente solidaria, y más aún desde
la fe que tenemos en Jesús y a lo que nos compromete el mandamiento del amor si
solo nos preocupáramos en recibir lo que son nuestros amigos y en quienes
tenemos confianza creo que nos quedaríamos cortos del verdadero sentido del
mandamiento que crea nuestro distintivo cristiano. La acogida verdadera ha de
ir más allá de abrir las puertas de nuestra casa a los que ya conocemos y son
nuestros amigos. Como nos diría Jesús en otro lugar del evangelio si amáramos solo
a los que nos aman ¿qué hacemos de extraordinario?
Primero que nada tendríamos que decir que esa hospitalidad y acogida
es algo que hemos de vivir en el día a día en el encuentro, sí, de los que
están mas cercanos a nosotros desterrando de nosotros desconfianzas y recelos
que de una forma o de otra tantas veces manifestamos en nuestra relación con
los otros. Es ir con mirada limpia, quitando prejuicios y olvidando historias
pasadas con las que marcamos a las personas tantas veces; no siempre las puertas
de nuestro corazón están abiertas para los demás porque vamos poniendo muchas
barreras.
A las puertas de nuestra vida nos van llegando muchas personas a las
que seguimos mirando como a la distancia porque nos fijamos en su procedencia,
consideramos el color de su piel, sospechamos de su condición, ponemos trabas
en la sinceridad porque quizá piensan distinto a nosotros, no somos capaces de
dar pasos en muchas ocasiones para trabajar codo con codo con los que no
conocemos o son de otra opinión por construir una sociedad mejor. Como se dicen
ahora les presentamos tarjetas rojas porque con ellos no queremos trabajar,
porque no somos capaces de buscar tantas cosas que nos unen, no nos disponemos
a concordar tantas cosas buenas en las que podríamos trabajar juntos.
Esto nos sucede en muchos ámbitos y en muchos aspectos, en las
relaciones familiares incluso, en nuestro trato con los que están cerca de
nosotros, o con los que tendríamos que colaborar en la vida social de nuestras
comunidades o nuestros pueblos. Creo que nos entendemos y muchos ejemplos
concretos podríamos poner en este sentido.
Como cristianos tenemos que imbuirnos bien de estos valores, cultivar
de forma autentica esa acogida y esa hospitalidad con todos porque en verdad
tenemos que ser levadura en la masa de nuestra sociedad para crear ese mundo
nuevo y mejor.
Como creyentes hemos de saber hacer una lectura creyente de la
situación en la que vivimos, y como creyentes ver cual es la semilla que
nosotros hemos de plantar. Pero además como creyentes nosotros hemos de saber
descubrir en aquel que viene a nuestro encuentro al Señor que viene a nosotros.
Entre otras cosas podríamos recordar aquello que nos dirá el Señor
cuando nos presentemos ante El ‘era forastero y peregrino y me acogisteis…
porque todo lo que hicisteis a uno de estos pequeños a mi me lo hicisteis…’ Por
eso con nuestros ojos de creyentes seremos capaces de ver a Cristo que viene a
nosotros en esas personas a las que acogemos, a las que recibimos, para quienes
siempre vamos a tener abierto nuestro corazón. Cuántas cosas podríamos decir
como consecuencia en este sentido.
Ahí ha de estar la disponibilidad para el servicio que brillaba de
manera especial en Marta, pero ha de estar también esa acogida desde el corazón
como María para desde el corazón escuchar al Señor que nos habla, y también en
la escucha que hagamos a los demás sea quien sea – cuánto nos cuesta escuchar
al otro y cuánto tendríamos que reflexionar también sobre esto – sabemos que
estamos acogiendo al Señor.
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