María Magdalena que sintió mucho amor en su vida y supo ser la primera misionera de la resurrección
Jeremías 3,14-17; Sal.: Jr 31;
Juan 20,1.11-18
Celebramos hoy – y con la categoría litúrgica de fiesta tal como lo ha
decidido el Papa Francisco recientemente – a María Magdalena; la que estuvo al
pie de la cruz de Jesús con María, la Madre de Jesús y otras mujeres; la que le
lloró buscándole junto al sepulcro; la que se convirtió en la primera misionera
de la resurrección, porque fue la primera que llevó la Buena Noticia a los discípulos
encerrados por miedo en el cenáculo.
El evangelista Marcos al darnos referencia de ella nos dice que fue la
mujer de la que el Señor expulsó siete demonios. Una mujer pecadora, pero como
la otra pecadora de la que se habla en el evangelio, amó mucho, se le
perdonaron sus muchos pecados, y siguió amando con toda la intensidad de su corazón.
¡Qué dicha sentirse uno llamado por su nombre en los labios de Jesús!
Fue lo que le despertó de nuevo el corazón para hacer que detuviera el río de
sus lágrimas y se acabara para siempre la incertidumbre. Había venido al
sepulcro porque quería concluir los ritos funerarios con el cuerpo de Jesús que
por las prisas de la víspera del sábado en el viernes en la tarde no habían
podido completar.
Pero el sepulcro de Jesús estaba vacío y su cuerpo no estaba allí;
mientras las otras mujeres corren a dar la noticia de que ha desaparecido el
cuerpo de Jesús ella queda llorando a la entrada del sepulcro; no le sirven las
palabras de consuelo de los ángeles que ahora custodiaban lo que había sido el
sepulcro de Jesús; ella insiste y pregunta a quien quiera que pase por aquel
lugar y pensando que era el encargado del huerto pregunta a quien está a su
lado pero no reconoce por lo nublados que están sus ojos en el dolor y con las
lágrimas.
‘Si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo
recogeré’. Con fuerzas se siente
incluso en su debilidad para transportar el cuerpo de Jesús muerto. Basta una
sola palabra; es su nombre pronunciado por los labios del maestro: ‘¡María!...
¡Rabonni, Maestro!’ No es necesario
nada más. La luz ha aparecido de nuevo en su vida; su corazón late con la
fuerza del amor; se abraza a los pies de Jesús; recibe el encargo: ‘Anda,
ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío
y Dios vuestro’. Y corre misionera de resurrección a anunciar
a los discípulos que ha resucitado el Señor y lo que le ha dicho.
Según hemos venido reflexionando
con la figura de María Magdalena a quien hoy celebramos habremos querido ir
sintiendo en nuestro corazón esa voz del Señor resucitado que a nosotros
también nos llama por nuestro nombre. Miramos nuestra vida y la vemos también
llena de sombras por nuestra condición pecadora de manera que se nos obnubilan
los ojos de nuestro corazón para reconocer la presencia del Señor en nuestra
vida. A El suplicamos en nuestras necesidades y desde nuestras sombras pero ya
sabemos cuánto amor hemos de poner en nuestra vida y así aparecerá luminosa esa
presencia del Señor en nosotros.
Finalmente hemos de saber
reconocer su voz y su misión. También hemos de ser misioneros de resurrección y
de vida, anunciadores de esa buena nueva de Jesús que es nuestra única
salvación. Que nuestro amor nos convierta en signos de Cristo resucitado para
el mundo que también necesita su luz.
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