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jueves, 3 de marzo de 2016

Necesitamos fortalecernos espiritualmente manteniendo el ritmo de nuestra vida cristiana para vivir el camino de santidad que nos haga crecer de verdad

Necesitamos fortalecernos espiritualmente manteniendo el ritmo de nuestra vida cristiana para vivir el camino de santidad que nos haga crecer de verdad

Jeremías 7,23-28; Sal 94; Lucas 11,14-23

En todas las cosas que hacemos hemos de estar atentos siempre y prestar la debida atención; somos conscientes de que cuando hacemos las cosas con rutina terminamos no fijándonos en lo que hacemos y al final las cosas salen mal.
Esto lo aplicamos al trabajo que hacemos que por muy rutinario que sea por hacer siempre lo mismo, sin embargo hemos de prestarle atención, pero lo podemos aplicar a muchos aspectos de nuestra vida; serán nuestras relaciones con los demás en la convivencia con aquellos que están más cercanos a nosotros a los que tenemos el peligro de no prestarles la debida atención teniendo una palabra amable con ellos, sabiendo dar gracias por algo que nos hacen, o tener un detalle de delicadeza, pero podemos pensar en nuestro desarrollo personal, en las actitudes que como personas hemos de tener, en ese crecimiento de nuestra vida tratando de progresar de verdad en valores y en cosas buenas, en la superación de nuestros fallos o defectos.
Es esa necesaria vigilancia para estar atentos, para revisar continuamente lo que vamos haciendo, para irnos trazando metas y objetivos que nos hagan crecer y madurar, para prever también los peligros y problemas que nos pueden acechar. Nos conoceremos así mejor, veremos nuestras posibilidades, como veremos también donde están las partes débiles de nuestra vida donde mayor atención y prevención quizá hemos de tener.
Es la vigilancia también en nuestra vida espiritual que da sentido profundo y trascendencia a nuestra vida; es la vigilancia en todo lo que ha de ser vivir el sentido cristiano de la vida en aquello que hacemos y que da verdadero color a nuestro yo más profundo. En eso algunas veces somos abandonados porque nos creemos que con hacer como siempre hacemos ya está todo logrado.
Un cristiano de verdad siempre ha de estar confrontando su vida con el evangelio, con la Palabra de Jesús para ir descubriendo lo que Dios nos pide cada día y la mejor respuesta que hemos de dar con nuestra vida cristiana. Y en eso somos muy rutinarios, nos contentamos con poco, no terminamos de avanzar como deberíamos y así rehuimos el esfuerzo, el compromiso, lo que signifique superación o corrección de nuestros fallos o errores.
Es lo que nos suele pasar con las tentaciones que nos aparecen en la vida y que no somos capaces de superar. Hoy en el evangelio Jesús nos previene. Nos habla del enemigo que nos puede atacar en cualquier momento, aunque ya en otras ocasiones hayamos sido capaces de superarle y vencer en la tentación. Nos confiamos y nos aparece de nuevo la tentación y el tropiezo cuando menos lo esperamos.
Es necesario fortalecernos espiritualmente, como nos  sugiere Jesús hoy con sus palabras. Una fortaleza que encontramos no solo en la fuerza de nuestra voluntad, sino que hemos de ser capaces de saber encontrar en la gracia del Señor. Y para eso necesitamos orar más, necesitamos abrirnos con mayor intensidad a la Palabra del Señor, a su Evangelio, necesitamos dejarnos aconsejar por aquellas buenas personas que están a nuestro lado y siempre tendrán una palabra de ánimo pero también una palabra que nos ayude a  encontrar caminos.

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