Impregnémonos de esa Sabiduría de Dios llenando nuestra vida de amor que nos conduce a la verdadera plenitud.
Deuteronomio 4,1.5-9; Sal 147;
Mateo 5,17-19
Muchas veces, por decirlo así, nos hacemos rebeldes. Nos cuesta
aceptar que nos pongan normas, que tengamos que cumplir leyes y preceptos; nos
volvemos en ocasiones anárquicos y queremos hacer solo aquello que nos
apetezca. Es una tentación fácil que nos aparece muchas veces en la vida, sobre
todo cuando al someternos a unas normas se nos hace difícil desde esa rebeldía
interior en que nos parece que lo que nosotros ideamos o apetecemos es mejor o
cuando nuestros caprichos parece que son los que tienen que prevalecer.
Pero desde una elemental reflexión somos conscientes de que no
caminamos solos en la vida que compartimos con los demás; no hacemos solos el
camino sino que caminamos juntos al paso de los demás; y para hacer ese camino
juntos que es nuestra convivencia de cada día necesitamos un respeto mutuo, un
valorarnos los unos a los otros, un saber colaborar, el no hacer nada que pueda
impedir el camino feliz de los demás, porque ya no se trata de que sea feliz yo
solo sino que esa felicidad compartida es mayor y mejor para todos. Y otro eso
se traduce en lo que llamaríamos unas normas de convivencia, en unos parámetros
que nos ayudarían a hacer ese camino y a preservar esa dicha y felicidad de la
convivencia. Y eso que pensamos en esa convivencia con los más cercanos lo
traducimos en lo que ha de ser la vida de toda la sociedad.
Pero nuestra vida tiene una trascendencia aun mayor, desde un sentido
espiritual, y desde el sentido de vida de un creyente. No solo dependemos de
esa dependencia (valga la redundancia) de nuestra relación con los demás, sino
que nos trascendemos hacia el que es el Creador de la vida y de nuestras vidas,
en el que es así el Señor de nuestra vida. En El vamos a encontrar ese profundo
sentido de nuestra existencia, en El vamos a encontrar el cauce verdadero de la
verdadera y autentica felicidad del hombre. Lo llamamos ley natural o lo
llamamos ley divina impresa en nuestros corazones, pero lo que Dios quiere de
nosotros es esa dicha y felicidad y para eso nos traza sus caminos. Es la ley
del Señor que llamamos los mandamientos del Señor.
Hoy nos decía el libro del Deuteronomio que los mandatos del Señor son
‘nuestra sabiduría y nuestra inteligencia’ y es así cumpliendo los
mandamientos del Señor cómo nos hacemos un pueblo sabio e inteligente. No son
caprichos de Dios, sino que es la Sabiduría de Dios que quiere el bien del
hombre. No es por nuestra parte un sometimiento ciego sino encontrar ese
sentido que nos lleve a un camino de mayor plenitud que será de mayor felicidad
para todos. No es tampoco el camino de nuestros caprichos el que nos va a
llevar a la mejor felicidad.
Jesús nos dice en el evangelio que no ha venido a abolir la ley sino a
darle plenitud. Y que nuestra grandeza la vamos a encontrar en esa fidelidad a
ese camino que nos conduce a esa plenitud. Jesús quiere en verdad purificar
nuestros corazones, quiere que en verdad busquemos lo que verdaderamente es
importante, que no vayamos por caminos de cosas superfluas, que le demos un
verdadera sentido a todo aquello que hacemos.
Impregnémonos de esa Sabiduría de Dios, llenando nuestra vida de amor
que nos conduce a la verdadera plenitud.
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