El mensaje del evangelio quiere llegar de forma muy concreta a nosotros y en el hoy de nuestra vida hemos de dar los frutos de conversión que el Señor nos pide
Éxodo 3, 1-8a. 13-15; Sal 102;
1Corintios 10, 1-6. 10-12; Lucas 13, 1-9
Nos quedan aun en nuestra mente y en nuestra manera de concebir muchas
cosas restos de fatalismo en la concepción de lo que sucede o también ante
situaciones dolorosas por las que tengamos que pasar, calamidades o desgracias
que tengamos que sufrir un cierto sentimiento de culpabilidad que nos hace ver
eso que nos sucede como un castigo de Dios. Qué habrá hecho en la vida para que
ahora le sucedan esas desgracias, nos preguntamos muchas veces, o qué he hecho
yo para merecer tal castigo. Una imagen de Dios como un destino o como un duro
castigador por aquellas cosas malas que hacemos o hayamos hecho en la vida.
Nada más lejos del mensaje del evangelio. Jesús viene a ser luz que
nos ilumine, que despierte nuestra conciencia, que nos hace recapacitar para
encontrar un sentido, pero para invitarnos con su misericordia y su amor
continuamente a la conversión. Ya lo decía el antiguo testamento, pero Jesús
viene a reafirmarlo, que Dios no quiere la muerte del pecador sino que se
convierta de su mala conducta para que encuentre la vida.
Vienen a contarle a Jesús unos hechos luctuosos y desagradables que se
ha atrevido a realizar Pilatos en el templo, que los judíos consideraban como
una profanación de lo sagrado. No vamos a entrar aquí a ver exactamente lo que
ha sucedido sino que eso se lo dejamos a los exegetas. Pero veamos el
comentario de Jesús ante cierta manera de pensar de la gente de su tiempo – y
como decíamos antes aun nosotros en muchas ocasiones seguimos pensando igual –
que quiere hacerles reflexionar para no ver culpabilidades donde no las hay.
¿Eran más o menos pecadores aquellos a los que le sucedieron estas cosas?, y les recuerda Jesús un accidente acaecida no
hace mucho tiempo.
No es la manera de actuar de Dios castigando y quitando de en medio al
que haya hecho mal, como nosotros algunas veces nos planteamos ante las
injusticias que vemos en nuestro entorno y que nos pueden hacer sufrir. Pero también
hemos de decir que de todo cuanto nos sucede hemos de aprender la lección. En
todas las cosas podemos ver una llamada de atención, podemos escuchar la voz de
Dios que nos habla también a través de los acontecimientos y nos invita
continuamente a caminos de mayor fidelidad.
Jesús nos propone una pequeña parábola; el hombre que va buscar fruto
a la higuera que tiene en su huerta y al no encontrar fruto en ella decide
cortarla; pero allí está el paciente labrador que le dice que espere, que tenga
paciencia, que la va a abonar de nuevo, esperando que dé fruto.
Pensemos en nuestra vida, en la que no siempre damos el fruto que se
espera de nosotros, nuestra vida llena de pecados y de infidelidades, nuestra
vida que no termina de producir esos frutos del cambio que se espera de
nosotros, nuestra vida llena de rutinas, de frialdades, de espíritu pobre a
pesar de cuanto recibimos del Señor.
Pensemos en la gracia que el Señor ha derrochado en nosotros en todo
lo que ha sido nuestra vida; cuantas veces hemos escuchado la Palabra de Dios
que nos señala los caminos que hemos de seguir para ser en verdad fieles al espíritu
del Evangelio; cuanta gracia se ha derramado en nosotros en los sacramentos que
a lo largo de nuestra vida hemos recibido desde nuestro bautismo; cuantas
llamadas que hemos sentido en nuestro interior y que si en un primer momento decíamos
que íbamos a cambiar, a ser mejores, a corregirnos en aquello malo que hacíamos,
luego volvimos a lo de siempre dejándonos arrastrar por la vida y dejándonos
vencer por las tentaciones.
¿No será el momento de escuchar esa llamada del Señor en nuestro
corazón? Esta Cuaresma que estamos queriendo vivir debía de ser en verdad un
despertar en nuestra vida. Esta invitación que estamos recibiendo de la Iglesia
en este Año de la Misericordia al que nos ha convocado el Papa tendría que
calar hondo en nosotros para abrirnos de verdad a la misericordia del Señor,
pero también para impregnarnos de esa misericordia y amor para vivirlo de igual
manera también nosotros con los demás.
Esta cuaresma no puede ser una cuaresma más en la que terminemos de la
misma manera. Pensemos en ese momento de gracia que es para cada uno en
nuestras circunstancias concretas, en lo que es nuestra vida. Es una gracia y
una llamada especial. Aunque nos parezca que nuestra vida es la misma que la de
otros años, cada momento tiene sus circunstancias y es ahora donde estamos y con
lo que vivimos en donde hemos de responder a esa llamada e invitación del
Señor. Por eso tenemos que pensar muy bien qué es lo que ahora, en este
momento, en estas circunstancias de mi vida, me dice el Señor, me pide el
Señor. Y eso hemos de hacerlo de una forma muy concreta, como en cosas muy
concretas hemos de dar nuestra respuesta.
¿Cuál es la vuelta de conversión que le hemos de dar a nuestro corazón
hoy y ahora?
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