Nos alegramos con María, la bendecida de Dios, que se convierte en aurora de la salvación y anuncio de la misericordia de Dios
Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1,
26-38
‘Alégrate, Dios te
salve, la llena de gracia’
la saludó el ángel en Nazaret. ‘Alégrate’
y María se quedó rumiando aquellas palabras. ¿Qué saludo era aquel? ¿Qué
significaba aquella invitación a la alegría? ¿Qué quería decirle el ángel del
Señor? María se turbó, dice el evangelista.
‘Alégrate…’ llegan en verdad días de alegría;
alégrate porque se ha cumplido el tiempo; alégrate porque se comienzan a
realizar las promesas hechas desde antiguo; alégrate porque llegan los días de
la salvación. Lo que repetidamente habían ido anunciando los profetas ahora
tenía su cumplimiento. Llegaba el tiempo de la salvación; llegaba el que
escacharía la cabeza de la serpiente, el que venía a vencer al maligno.
¿Qué estaba queriendo anunciarle el ángel? ¿Qué buena
noticia se le estaba dando que era motivo de alegría para ella? Más tarde esos
mismos ángeles van repetir ese anuncio de alegría, porque será alegría para todos, para vosotros y para todo
el pueblo. ¿Por qué a ella le llegaba ahora ese anuncio y esa invitación a la
alegría?
‘Alégrate, llena de
gracia’, le había
dicho el ángel. Allí estaba la agraciada del Señor, aquella sobre la que el
Señor desde siempre la había llenado de gracia porque iba a tener una misión
especial. Era, sí, un motivo de alegría. Por eso le dice el ángel, ‘alégrate… no temas, has encontrado gracia
ante Dios’, se ha querido fijar en ti, ha vuelto su rostro sobre ti y te ha
llenado de gracia. ‘Has encontrado gracia
ante Dios’ porque Dios para ti tiene una misión; vas a ser Madre,
‘concebirás en tu vientre’, aunque ahora tu no lo entiendas, ‘y darás a luz un hijo’, que no es un
hijo cualquiera, es un hombre como todos los hombres pero es ‘el Hijo del Altísimo… le pondrás por nombre
Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados’.
María se sentía sorprendida y al mismo tiempo
agradecida; era la llena de gracia, en la que Dios se había fijado, vuelto su
mirada, a la que Dios había elegido
‘desde antes de la creación del mundo’ la había elegido y la había
predestinado. María es la bendecida de Dios y la que hará posible que esa
bendición llegue también a toda la humanidad. El Sí con que iba a responder
María iba a convertirse en el Sí de la bendición de Dios para todos los
hombres.
‘Alégrate…’
le decía el ángel y continuaba anunciándole cosas que ella no entendía. ‘¿Cómo será eso pues no conozco varón?’
replicaba María, pero el ángel le da la solución de todo. Eres la llena de
gracia porque ‘el Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y la fuerza del Espíritu te cubrirá con su sombra; el Santo que va a
nacer de ti se llamará Hijo de Dios’.
Se alegraba María aunque se sentía sobrecogida por lo
que Dios le estaba confiando. Lo que habían esperado durante siglos ahora se
estaba comenzando a realizar. No era un profeta, no era simplemente un hombre
de Dios quien de sus entrañas iba a nacer, era el Hijo de Dios, era el que había
sido anunciado como el Mesías Salvador, el que venía a restaurar los corazones,
el que nos devolvía la dignidad, el que nos engrandecía haciéndonos a nosotros
hijos, el que venía como Redentor del mundo y Juan lo señalaría allá junto al Jordán
como el ‘Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo’.
‘Alégrate, María, eres
la llena de gracia’
y su corazón iba a cantar las glorias del Señor porque su espíritu se
regocijaba en Dios su Salvador que se había fijado en su pequeñez, en la
humildad de quien ahora se proclamaba la esclava del Señor. ‘Alégrate, María…, porque todas las
generaciones te van a felicitar’, porque Dios hace cosas grandes en ti,
pero porque eres el tipo y el modelo de cuantos han de escuchar la Palabra de
Dios y plantarla en su corazón y Jesús mismo proclamará la bienaventuranza
sobre ti.
‘Alégrate, María…’
porque todo va a comenzar siendo nuevo, porque se derrama la
misericordia del Señor que El había prometido desde antiguo, porque los
humildes y los pequeños serán ensalzados, mientras los soberbios y poderosos
serán derribados de sus tronos.
Se alegra María y nos alegramos nosotros hoy en su
fiesta. Nos alegramos porque María es aurora que nos anuncia la salvación. En
María estamos intuyendo ya los resplandores de luz y de gracia que con Cristo
nos van a llegar. En este camino de Adviento, mientras esperamos al Salvador,
mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Señor Jesucristo, miramos a María la llena de gracia, la rebosante
de la alegría de Dios y nos llenamos de esperanza, y queremos hacer el camino
siguiendo los pasos de María; y como María queremos estar rebosantes también de
esa alegría de Dios y abrir nuestro corazón a Dios para que se desborde también
su gracia sobre nosotros.
Celebramos a María y vemos cómo ella hace posible que
se abran las puertas de la misericordia para nosotros porque nos llega el
Salvador. ‘Su nombre es santo y su
misericordia llega nosotros de generación en generación’ cantaría María. Por eso a ella la llamamos
nuestra Madre, la Madre de Dios, pero la madre y reina de la misericordia.
En este día en Roma el Papa ha querido abrir la puerta
santa del perdón en el año de la misericordia que hoy se inicia para toda la
Iglesia. No podía buscarse otro día mejor que en el que contemplamos a María,
la aurora de la misericordia y el perdón, que al aceptar el plan de Dios para
su vida, se convierte en plan de salvación para todos los hombres. De mano de
María queremos acudir confiados ante Dios porque si sabemos ir como María con
humildad y con amor, en Dios siempre vamos a encontrar esa misericordia y ese
perdón.
Pero yendo de manos de María aprendamos de su corazón
generoso y lleno de amor copiando en nosotros esos sentimientos de misericordia
con los que hemos de presentarnos ante nuestros hermanos, los hombres y mujeres
de nuestro tiempo. Que nuestras vidas reconciliadas con Dios e inundadas de esa
gracia misericordiosa del Señor se conviertan en signos para los demás que les
hablen de ese amor misericordioso de Dios.
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