No convirtamos la vida en una lucha para los prepotentes, sino en una actitud humilde de servicio para hacer felices a los demás
Isaías
41,13-20; Sal 144; Mateo 11,11-15
En la lucha de la vida parece que gana el más
prepotente, el que se presenta con más fuerza y parece que con su ímpetu, con
sus iniciativas, con su creatividad todo lo avasalla y poco menos que arrasa a
los que son más débiles. He comenzado diciendo, sí, en la lucha de la vida, y
es que de alguna manera parece que eso es en lo que la hemos convertido, en una
lucha de manera que la palabra ya nos sale como espontánea y no hubiera otra
que lo definiera. Pero ¿en eso hemos de convertir la vida? ¿En una prepotencia
que todo lo arrolla a nuestro alrededor con tal de yo conseguir lo mejor, más poder,
más ganancias, más influencias?
Influenciados por el ambiente que nos rodea podemos
sentirnos confusos y hasta acobardados si nosotros no logramos ser así. Nos
sentimos insatisfechos quizá por no conseguir esos triunfos o porque nos cuesta
comprender o hacer comprender que otros tendrían que ser los valores que
verdaderamente nos pueden hacer felices haciendo felices también a los demás. Y
es aquí donde entran en contraposición los valores del evangelio, lo que Jesús
tantas veces nos repite.
Fijémonos en lo que nos dice hoy el evangelio. Jesús
nos habla de la grandeza de Juan, el Bautista. ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que
Juan, el Bautista’. Y en verdad que así era por la
misión con que había venido, de ser el precursor del Mesías. ‘Profeta y más que profeta’, dirá Jesús. Pero a continuación añade: ‘aunque
el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’. El más pequeño que ha entendido lo que es el Reino de los cielos - y
cuando digo ha entendido quiero decir que lo ha entendido y lo ha convertido en
sentido de su vida - es más grande que el Bautista.
Realmente tendríamos que decir que el Bautista también vivía en esos
valores del Reino. Bien sabemos cuál era el estilo de su vida de penitente allá
en el desierto. Y escucharemos decir a Juan
que su misión es menguar él para que el que viene, el Mesías anunciado,
crezca. Y veremos cómo con la presencia de Jesús pronto Juan irá desapareciendo
hasta que inmole su vida en el martirio de su muerte injusta.
Es lo que Jesús nos irá enseñando en el Evangelio; en lo que tanto
insistirá a sus discípulos cuando los ve discutiendo por los primeros puestos.
Que no puede ser a la manera de los poderosos de este mundo, que el discípulo
no se las puede ir dando de prepotente imponiéndose y manipulando a todos; que
el verdadero discípulo de Jesús es el que saber hacerse el último y el servidor
de todos. El más pequeño es el más grande, que nos dice hoy en su comparación
con Juan Bautista.
Que no nos dejemos contagiar por ese espíritu del mundo. Que sepamos
ser en verdad los últimos porque seamos servidores de los demás. Que no nos
cansemos nunca de hacernos pequeños, servidores. En María tenemos el ejemplo y
el estímulo quien era escogida para ser la madre de Dios y sin embargo se llama
a si misma la esclava del Señor. En muchas cosas tenemos que meditar en nuestro
camino de Adviento para vivir intensamente la esperanza de la venida del Señor.
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