En el hoy de nuestra historia nos llega también una Palabra de esperanza que nos anima a recorrer los caminos nuevos que construyen el Reino de Dios hoy
Baruc 5, 1-9; Sal 125; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 3, 1-6
La historia de la salvación está escrita en las mismas
páginas de nuestra historia. Es la salvación, que es lo mismo que decir que el
amor de Dios se hace palpable en nuestra historia; la historia de todos los
tiempos pero es que es también nuestra historia de hoy, la historia del mundo
presente en que vivimos y que es también nuestra historia personal.
La historia nos refleja lo que ha sido el desarrollo de
la vida del hombre desde su creación y en esa historia ha estado siempre
presente Dios, porque El es el origen de nuestra vida, pero también porque no
se ha desentendido del devenir humano sino que siempre se ha hecho presente,
interviniendo en nuestra historia, en la carrera de nuestra vida, y
manifestándonos su amor y su voluntad de salvación.
En un momento concreto de la historia humana se hizo de
manera especial en Jesús, el Emmanuel, para ser Dios con nosotros y
manifestarnos, revelarnos en plenitud hasta donde llegaba su amor. Miramos ese
momento concreto y nos alegramos en él y lo celebramos, pero sintiendo cómo
Dios se sigue haciendo presente en el hoy de nuestra historia, en el hoy de
nuestra vida, la vida de nuestra humanidad y de ese lugar concreto en el que
vivimos y hacemos comunidad, y en nuestra vida personal.
Hoy el evangelio nos ha dado la situación concreta de
aquel momento de plenitud de revelación pero ahí hemos de saber hacer lectura
de nuestra historia, de nuestra vida y de esa presencia salvadora de Dios, de
manera que si situamos aquel momento histórico en que vino la Palabra de Dios
sobre Juan como nos dice el texto evangelio, situemos nuestro momento presente
con sus luces y con sus sombras donde sigue llegando esa Palabra de Dios sobre
nosotros, como verdadera luz para nuestra vida y nuestro mundo.
La Palabra en aquel momento surgía como un torrente de
los labios y de la vida de Juan Bautista que venia para preparar los caminos
del Señor. Los profetas habían anunciado como en un nuevo éxodo aquellos
caminos escabrosos entre montañas y barrancos habrían de convertirse en camino
nuevo para que el nuevo Israel caminase con seguridad guiado por la gloria de
Dios.
¿Y qué tenemos que decir ahora, en el hoy de nuestra
vida, en este año concreto y en este momento histórico concreto en el que
vivimos? También en este mundo de tantas inseguridades y angustias, de tantos
sufrimientos y problemas - y pensamos en el momento mundial en el que vivimos
con crisis de todo tipo, con terrorismos y con guerras, con tantos miedos e
inseguridades, con gente que huye y marcha de un lado para otro en nuestro
mundo, como cada uno ha de pensar en su vida personal con sus problemas, sus
miedos y temores, sus inseguridades, sus sufrimientos y sus carencias… - en
este momento nos llega también la Palabra del Señor a nuestra vida y a nuestro
mundo.
Una Palabra que nos viene del Señor y que quiere
levantar nuestra esperanza; una Palabra que nos habla de ese mundo nuevo que
tenemos que comprometernos a construir; una Palabra que quiere poner un rayo de
luz en nuestra vida para hacernos ver esos caminos nuevos por donde tendríamos
que marchar y que son los que harían mejor nuestro mundo.
Juan predicaba un bautismo de conversión para la
renovación total de nuestras vidas y nos decía cómo nuestros caminos tendrían
que ser diferentes; no nos podemos dejar devorar por los barrancos que nos
hagan caer en precipicios de desolación, ni nos podemos acobardar por las
montañas de obstáculos que se nos interpongan en nuestro camino, como no nos
podemos dejar seducir por señuelos que nos engañen prometiéndonos felicidades
prontas que se vuelven efímeras y nos alejarían de la verdadera meta de nuestra
vida.
No nos dejemos engañar por la mentira y los falsos
brillos de la comodidad y de la insolidaridad; no nos dejemos confundir
dejándonos arrastrar por nuestro orgullo, amor propio o vanidad que nunca nos
dejarían satisfechos; no nos encerremos en nosotros mismos pensando que por
nosotros solos nos valemos y no necesitamos de los demás ni de caminar haciendo
camino juntos; no endurezcamos nuestro corazón haciéndolo insensible al
sufrimiento de los que nos rodean.
Son caminos nuevos los que hemos de caminar dejándonos
conducir por la gloria del Señor, dejándonos iluminar por su Palabra que nos
reprende y nos corrige - cuántas cosas tenemos que examinar y revisar -, pero
también nos alienta y nos señala los caminos nuevos del amor para crear en
verdad esa civilización del amor. Son los caminos nuevos que nos abren al amor
y a la misericordia; que nos hacen comprensivos y nos ayudan a aceptar a los
demás para saber caminar juntos; que nos llenan de ternura y nos harán tener
gestos y actitudes nuevas de sinceridad, de verdad, de justicia en nuestras
relaciones con los demás; son los caminos nuevos que nos conducen a vivir el
Reino de Dios.
Así estaremos viviendo verdadero Adviento. Así
sentiremos de verdad en el hoy de la historia, de nuestra historia, la
presencia salvadora del Señor. Así llegaremos a vivir con todo sentido una
verdadera Navidad que ya no será solo un recuerdo de la historia, sino un
hacerse historia en el hoy de nuestra vida la salvación y presencia de amor de
Dios. Podremos cantar en verdad ‘el Señor
ha estado grande con nosotros y estamos alegres’.
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