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domingo, 6 de diciembre de 2015

En el hoy de nuestra historia nos llega también una Palabra de esperanza que nos anima a recorrer los caminos nuevos que construyen el Reino de Dios hoy

En el hoy de nuestra historia nos llega también una Palabra de esperanza que nos anima a recorrer los caminos nuevos que construyen el Reino de Dios hoy

Baruc 5, 1-9; Sal 125; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 3, 1-6
La historia de la salvación está escrita en las mismas páginas de nuestra historia. Es la salvación, que es lo mismo que decir que el amor de Dios se hace palpable en nuestra historia; la historia de todos los tiempos pero es que es también nuestra historia de hoy, la historia del mundo presente en que vivimos y que es también nuestra historia personal.
La historia nos refleja lo que ha sido el desarrollo de la vida del hombre desde su creación y en esa historia ha estado siempre presente Dios, porque El es el origen de nuestra vida, pero también porque no se ha desentendido del devenir humano sino que siempre se ha hecho presente, interviniendo en nuestra historia, en la carrera de nuestra vida, y manifestándonos su amor y su voluntad de salvación.
En un momento concreto de la historia humana se hizo de manera especial en Jesús, el Emmanuel, para ser Dios con nosotros y manifestarnos, revelarnos en plenitud hasta donde llegaba su amor. Miramos ese momento concreto y nos alegramos en él y lo celebramos, pero sintiendo cómo Dios se sigue haciendo presente en el hoy de nuestra historia, en el hoy de nuestra vida, la vida de nuestra humanidad y de ese lugar concreto en el que vivimos y hacemos comunidad, y en nuestra vida personal.
Hoy el evangelio nos ha dado la situación concreta de aquel momento de plenitud de revelación pero ahí hemos de saber hacer lectura de nuestra historia, de nuestra vida y de esa presencia salvadora de Dios, de manera que si situamos aquel momento histórico en que vino la Palabra de Dios sobre Juan como nos dice el texto evangelio, situemos nuestro momento presente con sus luces y con sus sombras donde sigue llegando esa Palabra de Dios sobre nosotros, como verdadera luz para nuestra vida y nuestro mundo.
La Palabra en aquel momento surgía como un torrente de los labios y de la vida de Juan Bautista que venia para preparar los caminos del Señor. Los profetas habían anunciado como en un nuevo éxodo aquellos caminos escabrosos entre montañas y barrancos habrían de convertirse en camino nuevo para que el nuevo Israel caminase con seguridad guiado por la gloria de Dios.
¿Y qué tenemos que decir ahora, en el hoy de nuestra vida, en este año concreto y en este momento histórico concreto en el que vivimos? También en este mundo de tantas inseguridades y angustias, de tantos sufrimientos y problemas - y pensamos en el momento mundial en el que vivimos con crisis de todo tipo, con terrorismos y con guerras, con tantos miedos e inseguridades, con gente que huye y marcha de un lado para otro en nuestro mundo, como cada uno ha de pensar en su vida personal con sus problemas, sus miedos y temores, sus inseguridades, sus sufrimientos y sus carencias… - en este momento nos llega también la Palabra del Señor a nuestra vida y a nuestro mundo.
Una Palabra que nos viene del Señor y que quiere levantar nuestra esperanza; una Palabra que nos habla de ese mundo nuevo que tenemos que comprometernos a construir; una Palabra que quiere poner un rayo de luz en nuestra vida para hacernos ver esos caminos nuevos por donde tendríamos que marchar y que son los que harían mejor nuestro mundo.
Juan predicaba un bautismo de conversión para la renovación total de nuestras vidas y nos decía cómo nuestros caminos tendrían que ser diferentes; no nos podemos dejar devorar por los barrancos que nos hagan caer en precipicios de desolación, ni nos podemos acobardar por las montañas de obstáculos que se nos interpongan en nuestro camino, como no nos podemos dejar seducir por señuelos que nos engañen prometiéndonos felicidades prontas que se vuelven efímeras y nos alejarían de la verdadera meta de nuestra vida.
No nos dejemos engañar por la mentira y los falsos brillos de la comodidad y de la insolidaridad; no nos dejemos confundir dejándonos arrastrar por nuestro orgullo, amor propio o vanidad que nunca nos dejarían satisfechos; no nos encerremos en nosotros mismos pensando que por nosotros solos nos valemos y no necesitamos de los demás ni de caminar haciendo camino juntos; no endurezcamos nuestro corazón haciéndolo insensible al sufrimiento de los que nos rodean.
Son caminos nuevos los que hemos de caminar dejándonos conducir por la gloria del Señor, dejándonos iluminar por su Palabra que nos reprende y nos corrige - cuántas cosas tenemos que examinar y revisar -, pero también nos alienta y nos señala los caminos nuevos del amor para crear en verdad esa civilización del amor. Son los caminos nuevos que nos abren al amor y a la misericordia; que nos hacen comprensivos y nos ayudan a aceptar a los demás para saber caminar juntos; que nos llenan de ternura y nos harán tener gestos y actitudes nuevas de sinceridad, de verdad, de justicia en nuestras relaciones con los demás; son los caminos nuevos que nos conducen a vivir el Reino de Dios.
Así estaremos viviendo verdadero Adviento. Así sentiremos de verdad en el hoy de la historia, de nuestra historia, la presencia salvadora del Señor. Así llegaremos a vivir con todo sentido una verdadera Navidad que ya no será solo un recuerdo de la historia, sino un hacerse historia en el hoy de nuestra vida la salvación y presencia de amor de Dios. Podremos cantar en verdad ‘el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres’.

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