Una fuerza interior, una espiritualidad que forjamos en Jesús y su evangelio para darnos un sentido profundo a la vida
Isaías
40,25-31; Sal 102; Mateo 11,28-30
¿De dónde saca fuerzas para tanto?, nos preguntamos a
veces cuando vemos alguien que se mantiene fuerte en sus luchas a pesar de los
problemas que se acumulan y a los que tiene que hacer frente, que es capaz de
estar siempre con nuevas iniciativas buscando cómo hacer para ayudar a los
demás, o que parece incansable en medio de todas las tareas que ha asumido con
responsabilidad comprometido siempre por lo bueno y por lo justo. Nos damos
cuenta de que no es solo una fachada exterior ni un activismo superficial lo
que lo guía, sino que descubrimos una profundidad, un sentido hondo en todo
aquello por lo que está comprometido y que es la fuerza para todo lo que hace.
Terminamos por reconocer que hay en esas personas una
fuerza interior que es como el motor de su vida. Suelen ser personas de una
vida interior profunda; personas reflexivas pero no concentradas en si mismas;
personas con raíces hondas, con principios muy claros sobre lo que quieren y
por lo que trabajan; personas de espíritu fuerte, porque tienen una
espiritualidad bien anclada en aquello que nunca les va a fallar.
Necesitamos personas así en nuestra vida que nos
estimulen a que nosotros también deseemos esa vida interior que será la que nos
dará fuerza, la que nos despertará de nuestros letargos y rutinas, la que será
fuerza en nuestros cansancios y agobios que nos va presentando la vida. Necesitamos
ser esas personas de profunda vida interior que nos aleje de tantas
superficialidades a las que nos sentimos tentados; necesitamos forjar una
verdadera espiritualidad en nosotros.
Todo eso el auténtico creyente lo va encontrando en
Dios; todo eso el verdadero cristiano que no lo es solo de nombre lo ha
encontrado en Jesús. Por ahí ha de ir nuestra vida interior, nuestra
espiritualidad profunda que nos dará sentido y fuerza para nuestra tarea, para
nuestra lucha de cada día, para el desarrollo de nuestras responsabilidades,
para ese compromiso que como cristianos hemos de vivir. Es nuestra
espiritualidad cristiana bien anclada en la vivencia profunda de la presencia
de Jesús en nuestra vida.
‘Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré…y encontraréis vuestro descanso...’ Es nuestro descanso y es nuestra fuerza, es nuestra vida y es nuestra razón
de ser. Con Cristo en nosotros no habrá cansancios ni abandonos; con Cristo a
nuestro lado nuestro deseo será amar con su mismo amor.
Por eso el cristiano ha de cultivar una autentica espiritualidad
cristiana; necesitamos vivir unidos a Jesús, escucharle profundamente en
nuestro interior, sentir su presencia que nunca nos falla. No es solo que
digamos de palabra que creemos que tenemos fe en Jesús, sino que en El ponemos
toda nuestra esperanza, la confianza de nuestra vida. Un cristiano es un
rumiador - permítanme la palabra - del mensaje del evangelio, porque lo
reflexionamos, lo hacemos nuestro, lo plantamos allá en lo más interior de
nosotros mismos para convertirlo en el sentido de nuestra vida.
El cristiano ha de ser un hombre de oración no solo porque sepa acudir
a Dios en todas sus necesidades o darle gracias reconociendo cuanto de Dios
recibimos, sino porque sabemos escuchar de verdad la Palabra de Jesús en
nuestro corazón. Es una tarea que intensificamos en este camino de Adviento
esperando que sea uno de los frutos que como ofrenda presentemos a Jesús en su
nacimiento.
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