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miércoles, 11 de noviembre de 2015

Las huellas de amor que dejamos en los demás sean signo de nuestro reconocimiento y gratitud por la obra de Dios en nosotros

Las huellas de amor que dejamos en los demás sean signo de nuestro reconocimiento y gratitud por la obra de Dios en nosotros

Sabiduría 6,2-12; Sal 81; Lucas 17,11-19
¿Cuál es la huella que nosotros dejamos a nuestro paso en el camino de la vida? Y bien entendemos que no nos estamos refiriendo a la huella en el polvo del camino. Con frecuencia oímos decir refiriéndose a alguien ‘era una persona buena, una persona de gran corazón…’ y así tenemos la referencia de esas personas a nuestro lado que quizá no hayan destacado por ninguna cosa especial, pero dejaron la huella de que eran personas buenas, personas generosas y serviciales. Todos habremos conocido personas así en nuestro entorno que a su paso por la vida van dejando en nosotros el perfume de su bondad.
Cuando Pedro en uno de sus discursos al principio de los Hechos de los Apóstoles quiere hacer como un resumen de lo que fue la vida de Jesús dirá que ‘pasó haciendo el bien’. Ahí se manifestaba en cada paso de Jesús la bondad y la humildad de su corazón. Ahí le vemos en el evangelio cercano de los pobres y de los humildes, acogiendo a pecadores e incluso comiendo con ellos aunque eso le llevara criticas de los de siempre, curando a los enfermos de sus enfermedades y dolencias de todo tipo. No solo deja que se acerquen a El sino que El mismo se acercará y buscará al enfermo, al pecador, al pequeño y al marginado que quizá nada cuenta pero que Jesús siempre tendrá en cuenta.
Hoy en el evangelio vemos que va camino de Jerusalén y se encuentra en las fronteras entre Galilea y Samaría. Allá en esos lugares descampados suelen estar abandonados a su suerte muchos enfermos, sobre todo los leprosos a los que se consideraba especialmente impuros. Es precisamente un grupo de leprosos el que se acerca a Jesús, aunque se quedan a distancia para no contravenir las normas y reglas judías. Desde allá gritan, porque saben bien quien es el que va al frente de aquella comitiva que se dirige a Jerusalén, pidiéndole a Jesús que tenga compasión de ellos. Conocen su misericordia y compasión porque hasta ellos llegarían noticias de Jesús. Tienen la certeza, la confianza de que Jesús les va a escuchar.
‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’. Podía ser un grito para mover a compasión en sus necesidades y soledades y ser una forma más de pedir una limosna con la que mitigar sus necesidades. Pero la súplica es más honda, porque bien saben de los signos y milagros que realiza Jesús. Y El los envía para que cumpliendo con las normas establecidas puedan reintegrarse en la familia y en la comunidad. ‘Id a presentaros a los sacerdotes’. Y ellos se dieron cuenta mientras iban de camino con el gozo en el alma de que estaban curados. Se había manifestado la compasión y la misericordia del Señor.
Pero a la manifestación de la misericordia del Señor sobre nosotros ha de corresponder nuestro reconocimiento y gratitud. Algo que algunas veces olvidamos. Nos sentimos muy felices con los dones que recibimos pero no sabemos hacer nuestro reconocimiento y manifestar nuestra gratitud. ‘Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús dándole gracias’.
Se hará palpable la queja de Jesús. ‘¿No eran diez los curados? Los otros nueve, ¿dónde están?... vete, tu fe te ha salvado’.
Muchas preguntas, muchas consecuencias para nuestra vida. Lo primero la pregunta que nos hacíamos al comienzo de la reflexión. ¿Cuál es la huella que nosotros dejamos a nuestro paso en el camino de la vida? Que sean huellas de amor, de humildad, de generosidad, de una vida auténtica. Pero también nos preguntamos ¿somos agradecidos con los dones que el Señor va derramando en nuestra vida? ¿Somos agradecidos también por lo que recibimos de los demás signos que son también del amor de Dios?

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