Vistas de página en total

sábado, 14 de noviembre de 2015

La oración es un gozarnos de la presencia y amorosa de Dios que nos dará siempre lo que le pidamos con constancia y humildad

La oración es un gozarnos de la presencia y amorosa de Dios que nos dará siempre lo que le pidamos con constancia y humildad

Sabiduría 18,14-16; 19, 6-9; Sal 104; Lucas 18,1-8

Hay algo que muchas veces nos sucede o  nos puede suceder; cuando queremos conseguir algo, una meta que nos propongamos, un trabajo costoso que tengamos que realizar, unos deseos que queremos alcanzar, si no lo conseguimos tan pronto como nosotros los desearíamos tenemos el peligro de cansarnos, de ir quizá aflojando la intensidad con que lo buscamos y que al final tiremos la toalla vencidos porque no lo conseguimos. Es el peligro de la inconstancia, de la falta de perseverancia. Y esto nos sucede, como comprendemos en muchos aspectos de la vida.
Y nos sucede en nuestra vida religiosa de relación con el Señor en nuestra oración; y nos sucede cuando queremos vivir un compromiso en nuestra vida cristiana y quizá queremos trabajar por los demás. Como decía, nos sucede en muchos aspectos de nuestra vida.
El evangelio que hoy escuchamos parece centrarnos de manera especial en el tema de nuestra oración al Señor, pero, como digo, nos puede valer para muchos aspectos de nuestra vida y de nuestro compromiso cristiano. Por eso comienza a decirnos ‘Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola’.Ya la conocemos, la viuda que acude al juez en busca de justicia pero que este no le hace caso; solo la insistencia de aquella pobre mujer hará que al final el juez acceda a hacerle justicia, aunque solo fuera por quitársela de encima.
Orar siempre sin desanimarnos, nos invita Jesús. Y no nos podemos desanimar porque sabemos que a quien acudimos es a un Padre bueno que nos ama. Sin embargo muchas veces desconfiamos; desconfiamos incluso ya desde que comenzamos nuestra oración porque hasta quizá tenemos la tentación de pensar que no vamos a ser escuchados. Dios siempre nos escucha; Dios siempre nos concederá lo mejor; Dios siempre será más generoso de lo que nosotros pensamos y la riqueza de su gracia supera todo lo que nosotros podamos imaginar. Pero hemos de saber acudir con fe, con confianza, con esperanza cierta, con la seguridad de que estamos siempre encontrándonos con el amor de Dios.
Podremos sentirnos probados quizá; pero en esa constancia de nuestra oración nos iremos purificando, iremos purificando aquellas intenciones o aquello que le pedimos al Señor. Dios nos dará siempre lo mejor. Además pensemos siempre que nuestra oración no es ir a despachar con Dios como quien va a una oficina a resolver unos papeles y que al final saldrán bien rellenados. Pensemos que nuestra oración la hemos de vivir en la intimidad de un encuentro vivo con el Señor, dejándonos inundar de su presencia, dejándonos inundar de su amor.
Tenemos el peligro de ir a pedir cosas al Señor pero no gozarnos de su presencia; estamos en la presencia del Señor pero no lo disfrutamos; estamos en la presencia del Señor y preocupados de nuestros intereses no abrimos nuestro corazón a su presencia, a su Palabra, a aquello que el Señor quiere también trasmitirnos. La oración no es un monólogo, la oración es un diálogo de amor. Aprendamos a disfrutar de nuestra oración porque aprendamos a disfrutar de la presencia amorosa de Dios.
Cuanto podemos reflexionar sobre este sentido hermoso de nuestra oración. Cuanto tenemos que aprender de los santos, como nuestra santa Teresa de Ávila que nos decía que la oración era tratar de las cosas del amor con Aquel que sabemos que nos ama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario