Nos interrogamos, nos preguntamos, buscamos en el evangelio esa luz que nos haga encontrar el sentido de Cristo en cuanto nos sucede
Sabiduría13,
1-9; Sal 18; Lucas 17,26-37
En la vida nos sucede que aunque la tengamos muy
organizada y programada en todo lo que tenemos que hacer o incluso tengamos
previsto, sin embargo nos aparecen muchas cosas o acontecimientos que no los
preveíamos y que de alguna manera nos van como trastocando nuestra
programación. Será la llegada de alguien que no esperábamos, un accidente que
nos sobreviene a nosotros o a las personas de nuestro entorno, una enfermedad
que nos aparece cuando nos parecía que estábamos lo mejor de la salud y así
muchas cosas. ¿Estamos preparados para esas cosas que nos aparecen así de
improviso? ¿Cómo reaccionamos o cómo nos preparamos aunque sea remotamente para
esos imprevistos?
Es necesaria, sí, una cierta madurez en la persona para
reaccionar con serenidad y afrontar lo que nos acontece en ese día a día de
nuestra vida. Pero también en esas cosas podemos encontrar lecciones o llamadas
para nuestra vida para que aprendamos a valorar lo que verdaderamente es lo
principal y más fundamental. Y como creyentes que somos hemos de tener una
mirada más amplia y más profunda para saber descubrir también esos acontecimientos
la llamada del Señor, la voz de Dios que quiere hablarnos allá en lo más intimo
de nuestro corazón previniéndonos de peligros, haciéndonos llegar su protección
y su gracia y ayudándonos a tomar una senda recta en nuestro camino.
Permitidme que os diga que es la lectura e
interpretación que estoy haciendo de la Palabra de Dios que hoy se nos proclama
en la liturgia. Pareciera que nos está hablando Jesús de los tiempos finales de
nuestra existencia o de nuestro mundo; también lo hemos de ver desde ese punto
de vista para estar prevenidos para ese momento final y que en verdad el Señor
nos encuentre preparados para poder gozar de su gloria.
Pero yo quiero ver ahí también como una advertencia que
el Señor nos hace para ese día a día de nuestra vida. Para que en esos
acontecimientos que nos suceden seamos capaces de escuchar su voz, su llamada.
Para que en todo momento los vivamos, como decíamos, con madurez y con
serenidad, pero también para que aprendamos a tener la visión de la fe en
aquello que hacemos o que nos sucede y nunca realicemos nada que vaya contra
ese sentido cristiano.
El evangelio es esa luz que nos guía cada día, que nos
ilumina para que sepamos vivir siempre desde ese sentido de Cristo. En nuestros
afanes que nos pueden encerrar en nosotros mismos o en nuestros intereses, o en
las influencias que recibimos de nuestro entorno no siempre impregnado del
sentido cristiano podemos tener el peligro de dejarnos arrastrar por la
corriente y perder ese pie de nuestra fe, ese sentido que Cristo le quiere dar
a todo lo que es nuestra vida. Por eso hemos de estar atentos, vigilantes para
que sea en verdad la luz del evangelio la que nos ilumine y nos guíe en
nuestros pasos.
Por eso siempre nos interrogamos, nos preguntamos,
buscamos en el evangelio en cada momento ese sentido de Cristo que vendrá a
darle una mayor plenitud a nuestra vida, una profundidad más grande a todo lo
que hagamos porque además todo lo llenaremos de trascendencia que nos abre a la
vida eterna.
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