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lunes, 9 de noviembre de 2015

Seamos como cristianos y como Iglesia ese verdadero y santo templo de Dios donde cantemos para siempre la gloria del Señor

Seamos como cristianos y como Iglesia ese verdadero y santo templo de Dios donde cantemos para siempre la gloria del Señor

Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios 3, 9-11.16-17; Juan 2,13-22

Comencemos diciendo que en este día 9 de noviembre la liturgia de la Iglesia celebra la Dedicación de la Basílica de Letrán en Roma. ¿Por qué es importante esta conmemoración para toda la Iglesia de manera que la liturgia nos la proponga como fiesta especial? La Basílica de san Juan de Letrán es la Catedral de Roma, es en consecuencia la catedral del Papa. Normalmente pensamos que por estar el Papa en san Pedro del Vaticano esa basílica es la catedral del Roma y no es así porque la catedral de Roma es la Basílica de san Juan de Letrán. Es la Iglesia madre de todas las Iglesias como la llamaron los Santos Padres desde antiguo y tiene por eso una especial importancia para toda la cristiandad.
Por otra parte el texto del Evangelio que se nos propone en esta fiesta nos habla de la expulsión por parte de Jesús de los vendedores del templo de Jerusalén.  ‘Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’, les decía Jesús mientras cogía un azote y expulsaba del templo a vendedores y cambistas. ‘El celo de tu casa me devora’, recordarán los discípulos las palabras de la Escritura.
Y cuando le piden explicaciones de con qué autoridad se atrevía a realizar aquello Jesús les dice ‘Destruid este templo, y en tres días lo levantaré’. Y como no entendieran lo que aquello podía significar recordando cuanto tiempo les había costado la ultima restauración del templo, el evangelista nos comenta que ‘él hablaba del templo de su cuerpo’.
Muchas consideraciones nos podemos hacer en nuestra reflexión. Apuntemos algunas. El respeto y la valoración del templo es quizá lo primero que nos surge. ¿Qué son nuestros templos? ¿Para qué levantamos templos? Es el lugar del culto, donde los creyentes nos reunimos para dar culto al Señor cantando su alabanza, escuchando su Palabra, elevando nuestras oraciones, celebrando los sacramentos. Lugar santo, lugar sagrado que merece todo nuestro respeto y veneración que no solo consiste en la suntuosidad con que lo presentemos en la riqueza del arte o de las joyas con que lo adornemos, sino por el hecho en si de ser un lugar sagrado especial que nos ayuda a sentir y vivir la presencia de Dios.
Es lo que tienen que ser siempre nuestros templos; es lo que tenemos que cuidar; será la forma en que nosotros estemos en ello para ayudarnos mutuamente a vivir esa presencia del Señor. ¿Necesitaran una purificación nuestros templos cuando los hacemos excesivamente suntuosos, cuando los dedicamos a muchas cosas que no son el culto del Señor o cuando no nos portamos con el debido respeto al lugar santo que son?
Pensar en el templo y hacerlo en esta fiesta tan esencialmente eclesial como la que hoy celebramos nos hace pensar en la Iglesia, no ya el templo sino la comunidad cristiana. Una invitación primero que nada a vivir en comunión eclesial con el Papa, principalmente en este día en que estamos celebrando la fiesta de su sede. Pero uniéndolo al texto del evangelio que hemos escuchado podemos pensar en la purificación de la Iglesia. La Iglesia también necesita purificarse de muchas cosas que pudieran alejarla de su sentido original. Nos sentimos unidos al Papa en la tarea renovadora que está queriendo realizar en estos momentos en la Iglesia. Nos daría el tema para más amplias consideraciones.
Finalmente recordamos que el evangelista nos decía que hablaba del templo de su cuerpo. Una referencia clara a su resurrección. ‘En tres días lo reedificaré’, decía refiriéndose a la destrucción y reconstrucción del templo. Al tercer día Jesús salió victorioso del sepulcro, resucitó. Pero nos lleva a pensar que Cristo es el verdadero templo de Dios; en Cristo y a través de Cristo nos encontramos con Dios, con su amor, con su salvación; es con Cristo cómo damos verdadera gloria a Dios. Así lo expresamos en la liturgia en el momento culminante de la Eucaristía, en la doxología final de la plegaria eucarística. ‘Por Cristo, con El y en El, a ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por siempre’.
Y pensamos en el templo de nuestro cuerpo. Somos templos del Espíritu Santo, morada de Dios. ‘El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él’, nos decía Jesús en el evangelio. Cómo tiene que resplandecer de santidad de nuestra vida si somos conscientes de esa presencia de Dios en nosotros.

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