Seamos como cristianos y como Iglesia ese verdadero y santo templo de Dios donde cantemos para siempre la gloria del Señor
Ezequiel
47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios 3, 9-11.16-17; Juan 2,13-22
Comencemos diciendo que en este día 9 de noviembre la
liturgia de la Iglesia celebra la Dedicación de la Basílica de Letrán en Roma.
¿Por qué es importante esta conmemoración para toda la Iglesia de manera que la
liturgia nos la proponga como fiesta especial? La Basílica de san Juan de
Letrán es la Catedral de Roma, es en consecuencia la catedral del Papa.
Normalmente pensamos que por estar el Papa en san Pedro del Vaticano esa
basílica es la catedral del Roma y no es así porque la catedral de Roma es la
Basílica de san Juan de Letrán. Es la Iglesia
madre de todas las Iglesias como la llamaron los Santos Padres desde
antiguo y tiene por eso una especial importancia para toda la cristiandad.
Por otra parte el texto del Evangelio que se nos
propone en esta fiesta nos habla de la expulsión por parte de Jesús de los
vendedores del templo de Jerusalén. ‘Quitad esto de aquí; no convirtáis
en un mercado la casa de mi Padre’, les decía
Jesús mientras cogía un azote y expulsaba del templo a vendedores y cambistas. ‘El celo de tu casa me devora’, recordarán los discípulos las palabras de la Escritura.
Y cuando le piden explicaciones de con qué autoridad se atrevía a
realizar aquello Jesús les dice ‘Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré’. Y como no entendieran lo que aquello podía significar recordando
cuanto tiempo les había costado la ultima restauración del templo, el
evangelista nos comenta que ‘él
hablaba del templo de su cuerpo’.
Muchas consideraciones nos podemos hacer en nuestra reflexión.
Apuntemos algunas. El respeto y la valoración del templo es quizá lo primero
que nos surge. ¿Qué son nuestros templos? ¿Para qué levantamos templos? Es el
lugar del culto, donde los creyentes nos reunimos para dar culto al Señor
cantando su alabanza, escuchando su Palabra, elevando nuestras oraciones,
celebrando los sacramentos. Lugar santo, lugar sagrado que merece todo nuestro
respeto y veneración que no solo consiste en la suntuosidad con que lo
presentemos en la riqueza del arte o de las joyas con que lo adornemos, sino
por el hecho en si de ser un lugar sagrado especial que nos ayuda a sentir y
vivir la presencia de Dios.
Es lo que tienen que ser siempre nuestros templos; es lo que tenemos
que cuidar; será la forma en que nosotros estemos en ello para ayudarnos
mutuamente a vivir esa presencia del Señor. ¿Necesitaran una purificación
nuestros templos cuando los hacemos excesivamente suntuosos, cuando los
dedicamos a muchas cosas que no son el culto del Señor o cuando no nos portamos
con el debido respeto al lugar santo que son?
Pensar en el templo y hacerlo en esta fiesta tan esencialmente eclesial
como la que hoy celebramos nos hace pensar en la Iglesia, no ya el templo sino
la comunidad cristiana. Una invitación primero que nada a vivir en comunión
eclesial con el Papa, principalmente en este día en que estamos celebrando la
fiesta de su sede. Pero uniéndolo al texto del evangelio que hemos escuchado
podemos pensar en la purificación de la Iglesia. La Iglesia también necesita
purificarse de muchas cosas que pudieran alejarla de su sentido original. Nos
sentimos unidos al Papa en la tarea renovadora que está queriendo realizar en
estos momentos en la Iglesia. Nos daría el tema para más amplias
consideraciones.
Finalmente recordamos que el evangelista nos decía que hablaba del
templo de su cuerpo. Una referencia clara a su resurrección. ‘En tres días lo reedificaré’, decía refiriéndose a la destrucción y reconstrucción del templo. Al
tercer día Jesús salió victorioso del sepulcro, resucitó. Pero nos lleva a
pensar que Cristo es el verdadero templo de Dios; en Cristo y a través de
Cristo nos encontramos con Dios, con su amor, con su salvación; es con Cristo
cómo damos verdadera gloria a Dios. Así lo expresamos en la liturgia en el
momento culminante de la Eucaristía, en la doxología final de la plegaria eucarística.
‘Por Cristo, con
El y en El, a ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo todo
honor y toda gloria por siempre’.
Y pensamos en el templo de nuestro cuerpo. Somos templos del Espíritu
Santo, morada de Dios.
‘El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él’, nos decía Jesús en el evangelio. Cómo tiene que resplandecer de
santidad de nuestra vida si somos conscientes de esa presencia de Dios en
nosotros.
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