No busquemos el Reino de Dios aquí o allá, ni sólo en los milagros o cosas extraordinarias o espectaculares sino dentro de nosotros mismos
Sabiduría 7, 22 – 8,1; Sal 118; Lucas 17, 20-25
Nos gustan las cosas espectaculares o maravillosas; nos
sentimos sobrecogidos por las cosas extraordinarias y en el fondo las buscamos;
en cierto modo, podríamos decir, nos gusta el espectáculo, lo espectacular.
Desde sentirnos sobrecogidos ya sea por un amanecer o una puesta de sol
maravillosa y espectacular por los colores del cielo mientras aparece o
desaparece el sol en el horizonte, o ya sean esas maravillas que nos pueda
ofrecer la naturaleza en medio de una espectacular tormenta, o desde cosas
extraordinarias que nos puedan suceder en la vida que no sabemos por qué se
producen y que nos llaman la atención aunque a veces sintamos como un cierto
temor en nuestro interior ante la incertidumbre de lo que sucede.
Y eso nos sucede también en el ámbito de lo religioso.
Cómo fácilmente la gente corre hacia aquel lugar donde hayamos tenido noticia
de cosas extraordinarias, apariciones, milagros o cosas extrañas que no sabemos
descifrar. Quizá desde el sentido de una religiosidad natural de lo más
elemental nuestra relación con la divinidad la mantenemos solo desde esas
acciones extraordinarias y muchas veces nuestra oración no es sino pedir cosas
milagrosas que nos resuelvan los problemas que vamos teniendo cada día en la
vida.
Seguimos acudiendo allí donde nos dicen que hay una
aparición de la Virgen o hay hecho extraordinarios que nos parecen venidos del
cielo sin discernir de verdad lo que allí pueda estar sucediendo y quizá toda
nuestra religiosidad la fundamentamos en esas cosas con lo que se estará
manifestando la pobreza de nuestra vida cristiana. Tendríamos que aprender a
buscar algo más hondo que en verdad nos pueda transformar por dentro para
sentir una verdadera presencia de Dios en nosotros. Es la búsqueda verdadera
que tendríamos que hacer del Reino de Dios.
Es lo que Jesús quiere decirnos hoy en el evangelio y
contra las cosas que nos quiere prevenir. Jesús hablaba del Reino de Dios. Había
comenzado su predicación pidiendo la conversión del corazón para aceptar el
Reino de Dios que estaba cerca. Continuamente Jesús va hablando de ello y nos
propone las parábolas para irnos explicando cómo encontrarlo y cómo vivirlo.
Pero bien sabemos que en la mentalidad judía de la época unían la llegada del
Mesías con la reinstauración del Reino de Israel. Y en eso querían condensar lo
que Jesús les proponía.
Es la pregunta que le hacen los fariseos, porque no
veían que se realizaban sus sueños ni en lo que a ellos les parecía se estaba
cumpliendo lo que Jesús tanto anunciaba. Por eso preguntaban cuando va a llegar
el Reino de Dios. Como los mismos discípulos que al final, ya en el camino de
la Ascensión, aún le preguntan a Jesús si llegaba ya la hora de la restauración
del Reino de Israel porque Jesús se manifestara como Mesías, ya que ellos lo
veían resucitado.
Pero ya ahora escuchamos la respuesta de Jesús. ‘El reino de Dios no vendrá espectacularmente,
ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está
dentro de vosotros’. El Reino de Dios no es como ellos esperaban. Si
hubieran escuchado con el corazón abierto las palabras de Jesús a lo largo de
todo el Evangelio lo podrían comprender. No hay que buscar cosas
espectaculares. No le podemos dar ese sentido político. No es una guerra que
tengamos que hacer contra los otros para alcanzar nosotros la libertad. Es una
semilla interior que nos transformará por dentro; como la pequeña semilla que
se entierra y se transforma en una nueva planta, en una nueva vida, así tiene
que suceder en nosotros, dentro de nuestro corazón.
No busquemos aquí o allá, no vayamos solo en búsqueda
de milagros o cosas extraordinarias o espectaculares, sino que hagamos el
milagro de la transformación de nuestra vida haciendo que en verdad Dios sea el
único Señor de nuestra vida. Esa es la transformación del Reino de Dios, porque
cuando Dios es el único Señor de nuestra vida nuestras actitudes y nuestras posturas
cambiarán, nuestra manera de actuar será distinta, la mirada que tengamos hacia
los que nos rodean será otra, comenzaremos a ser hermanos de verdad, que nos
amamos, que vivimos unidos y en comunión y una nueva paz comenzará a florecer
en nuestro mundo.
Será autentica nuestra religión y nuestra relación con
Dios, porque le miraremos y sentiremos como el Padre que nos ama y está siempre
junto a nosotros. Vivamos en lo más hondo de nosotros mismos el Reino de Dios
anunciado por Jesús.
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