Vistas de página en total

domingo, 15 de noviembre de 2015

Un sentido de trascendencia nos hará encontrar sentido y valor a la vida que ahora vivimos y sufrimos confiados en la Palabra de Jesús

Un sentido de trascendencia nos hará encontrar sentido y valor a la vida que ahora vivimos y sufrimos confiados en la Palabra de Jesús

Daniel 12, 1-3; Sal. 15; hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13, 24-32
Cuando leí este evangelio con toda esa serie de señales cósmicas con las que nos habla me vino a la mente el desasosiego que se nos mete por dentro cuando vemos que se nos acerca una tormenta, porque el cielo más que gris se nos pone negro cubierto de densos nubarrones, nos parece presentir el aullar del viento en fuertes tormentas y nos tememos lo peor o al menos no sabemos exactamente qué nos puede suceder. Hoy los meteorólogos nos anuncian la cercanía de ciclones o tormentas tropicales, nos previenen con alertas donde la intensidad de los colores nos quieren situar en la gravedad de lo que se avecina y de alguna manera queremos prepararnos, predisponernos, no siempre sin cierta angustia, a lo que está por venir.
En el mundo en que hoy vivimos tenemos más medios para prepararnos, aunque muchas veces nos cogen de sorpresa esos temporales, lluvias o vientos produciéndonos numerosos daños; pero pensemos en la antigüedad donde no se tenían ni las previsiones de hoy ni los medios para precaverse de ellas con cuanta angustia se recibían dichos aconteceres de la naturaleza. En lo que decimos cuando estamos envueltos en una tormenta que parece que el mundo se nos cae encima; justo es que se empleen estas señales para hablarnos de un final de los tiempos, que serán tiempos difíciles como nos señalaba el profeta Daniel con su lectura con un sentido muy apocalíptico.
La liturgia nos presenta estos textos de la Palabra de Dios en estos domingos finales del ciclo litúrgico y serán también el sentido del primer domingo del nuevo ciclo cuando comencemos el Adviento. Justo es que pensemos en esos últimos tiempos y que pensemos en los novísimos como en un lenguaje teológico se nos enseñaba en el catecismo para recordarnos el fin de nuestros días y también para hacernos pensar en la vida trascendente que más allá se nos ofrece. Creer en la vida eterna y en la resurrección son artículos de nuestra fe que algunas veces tenemos demasiado olvidados, aunque lo repitamos cada domingo al hacer la profesión de fe.
Podemos hacer una lectura y una reflexión sobre esos textos desde esa clave del final de nuestra existencia, sea el final definitivo de la existencia de este mundo creado, o sea el propio final de nuestros días, de nuestra vida concreta en este mundo terreno en el que vivimos, pero siempre con la esperanza de eternidad, de vida eterna que Jesús nos ha prometido. Esa trascendencia de nuestra vida que ha de impregnar de un valor y de un sentido nuevo todo aquello que hacemos y que vivimos porque ansiamos y caminamos hacia la plenitud que solo en Dios podemos encontrar.
No podemos olvidar el hecho de la muerte, porque un día este edificio de nuestro cuerpo terreno se derrumbará, tendrá un final, pero siempre con ese sentido de trascendencia, de vida eterna que da sentido profundo a nuestra vida y nos hace desear que un día podamos encontrarnos en esa vida de Dios viviendo en plenitud para siempre en lo que llamamos el cielo, que no es otra cosa que vivir en Dios en total plenitud. Desde ahí claro encontramos un valor y un sentido a cuanto vivimos y sufrimos en este mundo que nos hará buscar y guardar ese verdadero tesoro allí donde la polilla no lo corroe ni los ladrones lo pueden robar, como tantas  veces Jesús nos repite en el evangelio.
Claro que estos textos nos hacen pensar también en esa vida nuestra de cada día en ese camino que hacemos aquí y ahora. ‘Tiempos difíciles’ que decía el profeta con aquel sentido apocalíptico que decíamos. Pero por muchas que sean las tormentas que se nos avecinen, por muchas que sean las oscuridades que nos puedan envolver hay algo en nuestra fe y en nuestra esperanza que no nos hará perder el sentido de las cosas para desesperarnos y angustiarnos.
Se nos oscurece el sol, es cierto, cuando los problemas nos abruman, cuando las luchas que tenemos que mantener en la vida nos envuelven, cuando nos parece que no encontramos una salida y todo se nos vuelve turbio en la vida; enfermedades, cosas imprevistas que nos suceden y que desestabilizan nuestra vida, errores que cometimos que nos hacen pagar las consecuencias, cosas que parece que se nos vuelven en contra y nos hace sentirnos inseguros en nuestras soledades… muchas nubes oscuras nos van apareciendo en la vida.
Pero en nuestra fe sabemos que la Palabra del Señor no pasa. No nos faltará el brillo de su luz. ‘El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán’, le hemos escuchado decir hoy a Jesús en el evangelio. Y la palabra de Jesús nos prometió su presencia para siempre - ‘yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo’ nos dijo antes de subir al cielo en la Ascensión -, nos dejó la fuerza de su Espíritu que para nosotros es luz y es vida, es salvación y es gracia, es fortaleza y es presencia de Dios en nuestra vida, allá en lo más profundo de nosotros mismos. Sepamos discernir los signos de los tiempos, como nos enseña Jesús con la imagen de la higuera de la que brotan las yemas anuncio de una primavera cercana, para saber descubrir esa presencia del Señor.
Por eso como decíamos antes, por muchas que sean las oscuridades hay algo que no nos hace olvidar lo que es nuestra fe y nuestra esperanza. Es la palabra de Jesús; es su presencia siempre junto a nosotros, es la fuerza de su Espíritu, sí, que nos impulsará a seguir caminando, a encontrar ese sentido y esa fuerza, a darle valor a cuanto hacemos, a trascendernos de este momento presente para pensar en eternidad, para pensar en vida eterna, para pensar en esa plenitud que en Dios vamos a encontrar.
Ahora pueden ser muchas las turbaciones en que nos encontremos en la vida, muchas pueden ser las soledades humanas que tengamos que sufrir, pero no estamos solos ni a oscuras para Dios está siempre con nosotros. El nos conduce y nos acompaña a una vida en plenitud. Vivamos con verdadera fe esa presencia y esa gracia del Señor en nuestra vida. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción’, decíamos en el salmo. Estamos llamados a la resurrección y a la vida sin fin. ‘Los que duermen en el polvo… despertarán para la vida eterna’.

No hay comentarios:

Publicar un comentario