Un sentido de trascendencia nos hará encontrar sentido y valor a la vida que ahora vivimos y sufrimos confiados en la Palabra de Jesús
Daniel 12, 1-3; Sal. 15; hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13,
24-32
Cuando leí este evangelio con toda esa serie de señales
cósmicas con las que nos habla me vino a la mente el desasosiego que se nos
mete por dentro cuando vemos que se nos acerca una tormenta, porque el cielo
más que gris se nos pone negro cubierto de densos nubarrones, nos parece
presentir el aullar del viento en fuertes tormentas y nos tememos lo peor o al
menos no sabemos exactamente qué nos puede suceder. Hoy los meteorólogos nos
anuncian la cercanía de ciclones o tormentas tropicales, nos previenen con
alertas donde la intensidad de los colores nos quieren situar en la gravedad de
lo que se avecina y de alguna manera queremos prepararnos, predisponernos, no
siempre sin cierta angustia, a lo que está por venir.
En el mundo en que hoy vivimos tenemos más medios para
prepararnos, aunque muchas veces nos cogen de sorpresa esos temporales, lluvias
o vientos produciéndonos numerosos daños; pero pensemos en la antigüedad donde
no se tenían ni las previsiones de hoy ni los medios para precaverse de ellas
con cuanta angustia se recibían dichos aconteceres de la naturaleza. En lo que
decimos cuando estamos envueltos en una tormenta que parece que el mundo se nos
cae encima; justo es que se empleen estas señales para hablarnos de un final de
los tiempos, que serán tiempos difíciles como nos señalaba el profeta Daniel con
su lectura con un sentido muy apocalíptico.
La liturgia nos presenta estos textos de la Palabra de
Dios en estos domingos finales del ciclo litúrgico y serán también el sentido
del primer domingo del nuevo ciclo cuando comencemos el Adviento. Justo es que
pensemos en esos últimos tiempos y que pensemos en los novísimos como en un
lenguaje teológico se nos enseñaba en el catecismo para recordarnos el fin de
nuestros días y también para hacernos pensar en la vida trascendente que más
allá se nos ofrece. Creer en la vida eterna y en la resurrección son artículos
de nuestra fe que algunas veces tenemos demasiado olvidados, aunque lo
repitamos cada domingo al hacer la profesión de fe.
Podemos hacer una lectura y una reflexión sobre esos
textos desde esa clave del final de nuestra existencia, sea el final definitivo
de la existencia de este mundo creado, o sea el propio final de nuestros días,
de nuestra vida concreta en este mundo terreno en el que vivimos, pero siempre
con la esperanza de eternidad, de vida eterna que Jesús nos ha prometido. Esa
trascendencia de nuestra vida que ha de impregnar de un valor y de un sentido
nuevo todo aquello que hacemos y que vivimos porque ansiamos y caminamos hacia
la plenitud que solo en Dios podemos encontrar.
No podemos olvidar el hecho de la muerte, porque un día
este edificio de nuestro cuerpo terreno se derrumbará, tendrá un final, pero
siempre con ese sentido de trascendencia, de vida eterna que da sentido
profundo a nuestra vida y nos hace desear que un día podamos encontrarnos en
esa vida de Dios viviendo en plenitud para siempre en lo que llamamos el cielo,
que no es otra cosa que vivir en Dios en total plenitud. Desde ahí claro
encontramos un valor y un sentido a cuanto vivimos y sufrimos en este mundo que
nos hará buscar y guardar ese verdadero tesoro allí donde la polilla no lo
corroe ni los ladrones lo pueden robar, como tantas veces Jesús nos repite en el evangelio.
Claro que estos textos nos hacen pensar también en esa
vida nuestra de cada día en ese camino que hacemos aquí y ahora. ‘Tiempos difíciles’ que decía el profeta
con aquel sentido apocalíptico que decíamos. Pero por muchas que sean las
tormentas que se nos avecinen, por muchas que sean las oscuridades que nos
puedan envolver hay algo en nuestra fe y en nuestra esperanza que no nos hará
perder el sentido de las cosas para desesperarnos y angustiarnos.
Se nos oscurece el sol, es cierto, cuando los problemas
nos abruman, cuando las luchas que tenemos que mantener en la vida nos
envuelven, cuando nos parece que no encontramos una salida y todo se nos vuelve
turbio en la vida; enfermedades, cosas imprevistas que nos suceden y que
desestabilizan nuestra vida, errores que cometimos que nos hacen pagar las
consecuencias, cosas que parece que se nos vuelven en contra y nos hace
sentirnos inseguros en nuestras soledades… muchas nubes oscuras nos van
apareciendo en la vida.
Pero en nuestra fe sabemos que la Palabra del Señor no
pasa. No nos faltará el brillo de su luz.
‘El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán’, le hemos
escuchado decir hoy a Jesús en el evangelio. Y la palabra de Jesús nos prometió
su presencia para siempre - ‘yo estaré
con vosotros hasta la consumación del mundo’ nos dijo antes de subir al
cielo en la Ascensión -, nos dejó la fuerza de su Espíritu que para nosotros es
luz y es vida, es salvación y es gracia, es fortaleza y es presencia de Dios en
nuestra vida, allá en lo más profundo de nosotros mismos. Sepamos discernir los
signos de los tiempos, como nos enseña Jesús con la imagen de la higuera de la
que brotan las yemas anuncio de una primavera cercana, para saber descubrir esa
presencia del Señor.
Por eso como decíamos antes, por muchas que sean las
oscuridades hay algo que no nos hace olvidar lo que es nuestra fe y nuestra
esperanza. Es la palabra de Jesús; es su presencia siempre junto a nosotros, es
la fuerza de su Espíritu, sí, que nos impulsará a seguir caminando, a encontrar
ese sentido y esa fuerza, a darle valor a cuanto hacemos, a trascendernos de
este momento presente para pensar en eternidad, para pensar en vida eterna,
para pensar en esa plenitud que en Dios vamos a encontrar.
Ahora pueden ser muchas las turbaciones en que nos
encontremos en la vida, muchas pueden ser las soledades humanas que tengamos
que sufrir, pero no estamos solos ni a oscuras para Dios está siempre con
nosotros. El nos conduce y nos acompaña a una vida en plenitud. Vivamos con
verdadera fe esa presencia y esa gracia del Señor en nuestra vida. ‘Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la
corrupción’, decíamos en el salmo. Estamos llamados a la resurrección
y a la vida sin fin. ‘Los que duermen en
el polvo… despertarán para la vida eterna’.
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