El ciego al borde del camino nos está hablando de ese mundo que está más allá y sufre y no nos queremos enterar
1Macabeos
1,10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118; Lucas 18,35-43
Pregunta el ciego que está al borde del camino y
pregunta Jesús. Responden a las preguntas del ciego anunciando a Jesús los que
le acompañan, pero pronto se ven incomodados por los gritos insistentes del
ciego; pero ante aquellas preguntas y ante las súplicas insistentes será Jesús
el que querrá acercarse al hombre que sufre interesándose de verdad por la
necesidad de aquel hombre. ‘¿Qué quieres
que haga por ti?’
Muchas cosas se entremezclan en este breve pasaje del
evangelio. Hay un mundo que grita, que hemos dejado quizá al borde del camino,
que se nos presentará quizá en una realidad cruenta que nos duele y que quizá
queremos dejar a un lado mientras nosotros miramos para otro sitio muy
centrados quizá en las cosas que nos gustan; hay un mundo al que quizá en un
momento determinado hacemos caso porque en aquel momento quizá nos toca muy
cerca, pero que cuando vemos que los problemas continúan, o que quizá se
multiplican alrededor en tantos otros sitios en los que no nos habíamos fijado
quizá ya nos molestan porque están tirando de nuestra conciencia. Un mundo múltiple
que puede convertirse en un interrogante doloroso para nuestra manera de vivir
o para nuestra insensibilidad mientras no sea algo que nos toque muy cerca.
Cuando voy reflexionando sobre todo esto pienso en lo
que nos ha sucedido en estos días en nuestro mundo, pero quiero mirar mas allá
porque en otro mundo quizá no tan distante suceden cosas semejantes a las que
nos hemos acostumbrado o de las que no queremos enterarnos. Nos ha tocado muy
cerca el terrorismo porque tocó en el corazón de Europa muy cerca de nosotros y
nos sentimos solidarios, es cierto, con tantas victimas inocentes. Pero muchos
otros atentados han sucedido recientemente en lugares no tan lejanos, pero que
nos parecía que a nosotros no nos tocaba; otras muchas victimas inocentes
siguen muriendo bajo la explosión de las bombas, o atenazadas por la miseria y
el hambre. De esas quizá no queremos saber, los colores de sus banderas no
tiñen nuestras imágenes. Las miramos desde lejos. Cualquiera puede verlo
repasando los medios de comunicación o las redes sociales.
Jesús le está preguntando a ese mundo que sufre también
como a aquel ciego ‘¿qué quieres que haga
por ti?’. Pero quizá Jesús nos está preguntando a nosotros, a ti y a mi, ‘¿qué quieres que haga por ti?’ Porque
hay algo quizá en nosotros también que nos inmoviliza, como la ceguera
inmovilizaba a aquel hombre; hay quizá insensibilidad, parálisis de nuestro
corazón, ceguera de nuestro espíritu, porque solo vemos lo que nos interesa,
solo nos sentimos movidos por lo que está más cerca de nosotros y nos puede afectar.
¿No tendríamos nosotros que decirle a Jesús como aquel
ciego ‘¡Señor, que vea otra vez!’,
que se abran mis ojos, que vuelva la sensibilidad a mi corazón, que comience a
mirar a nuestro mundo con una mirada distinta? Pon, Señor, el colirio del amor
en los ojos de mi alma; que me envuelva, Señor, con los colores de la bandera
de la pobreza, del dolor, del sufrimiento, de la soledad de mis hermanos.
¿Podremos al fin salir como aquel hombre de la
presencia del Señor alabando a Dios porque mis ojos se han abierto, porque mi
corazón ha cambiado, porque comenzaré de verdad a hacer que el mundo sea mejor
con el compromiso de mi vida?
El ciego estaba al borde del camino fuera de Jericó; no
nos quedemos en Jericó o en los caminos de cada día, no nos quedemos en París,
fuera también hay muchos inocentes que sufren.
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