En la fe y la esperanza de la resurrección llenemos de trascendencia nuestra vida que alcanzará su plenitud en Dios
1Macabeos
6,1-13; Sal 9; Lucas 20,27-40
Hoy comienza diciéndonos el evangelio que ‘se acercaron a Jesús unos saduceos,
que niegan la resurrección…’ a hacerle unas preguntas.
Conocido es que ese grupo o secta de los saduceos negaban la existencia de los
espíritus, de los ángeles y entre otras cosas más la resurrección. En varias
ocasiones en el evangelio le veremos enfrentarse a Jesús desde sus
planteamientos. Y conocemos también cómo Pablo cuando estaba siendo juzgado
como nos narran los Hechos de los Apóstoles provocó una controversia delante
del tribunal donde estaban presentes fariseos y saduceos acusándolo proclamando
la resurrección de Jesús y la resurrección de los muertos.
Más que entretenernos en resolver la cuestión que plantean a partir de
la ley del Levítico que mandaba casarse con la mujer del hermano si éste había
muerto sin descendencia, creo que más bien la pregunta que tendríamos que
hacernos es si en verdad nosotros creemos en la resurrección. Es algo
fundamental porque atañe a algo que es esencial en nuestra fe.
Escuchamos muchas veces una mezcolanza de ideas en este sentido en la
gente porque quizá no están tan seguros de creer en la resurrección pero
vendrán luego hablándonos de la reencarnación porque han oído hablar quizá de
esas doctrinas de las espiritualidades o religiones orientales, muchas veces
más bien por el prurito de la novedad y de lo distinto que porque hayan entendido
lo que realmente significa.
Pero la pregunta está ahí sobre nuestra fe en la resurrección y quizá
tendríamos que mirar nuestra forma de vivir. Y digo mirar nuestra forma de
vivir porque cuando nos quedamos en lo material de la vida como si no hubiera
nada más, estaríamos negando la existencia de una vida espiritual y por ende estaríamos
negando también la resurrección. Por otra parte muchas veces ponemos mucha
imaginación y queremos ver cómo será exactamente eso y ya se nos comienzan a
complicar las cosas. Hay algo que entra en el misterio de Dios y que nos cuesta
comprender en su totalidad, y es donde tiene que entrar en juego nuestra fe
para aceptar ese misterio que solo en Dios y en la plenitud de la eternidad
podremos descifrar y en consecuencia querer confiarnos a su Palabra y a su
revelación.
Podríamos recordar aquí lo que nos enseña san Pablo en la carta a los
Corintios, porque si negamos la resurrección de los muertos, negaríamos la
resurrección de Jesús y si negamos la resurrección de Jesús vana sería nuestra
fe. Es el eje y fundamento de nuestra fe cristiana el proclamar nuestra fe en
la resurrección de Jesús, que con su resurrección venció la muerte y nos hace a
nosotros también con El triunfadores de la vida.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio que ‘Dios no es un Dios de muertos sino
de vivos, porque para El todos están vivos’. Como decíamos antes, esto tiene sus consecuencias en nuestra vida,
porque así nuestra vida adquiere una nueva trascendencia. La muerte no es un
final definitivo, sino que es abrirnos a una nueva vida, una vida eterna que
podemos vivir en Dios. Estamos llamados a la resurrección y a la vida eterna;
pero queremos que esa vida sea dichosa y feliz; lo alcanzaremos si ahora en el
camino de este mundo hemos vivido siendo fieles, hemos vivido con fe y con
esperanza, le hemos dado un verdadero sentido a nuestra vida, un sentido que en
el amor alcanzará su plenitud. Si desde esa fe y esa esperanza hemos sabido
poner amor en nuestra vida, en la hora de la resurrección resucitaremos para la
plenitud de Dios, para la plenitud del amor en Dios para siempre.
Terminemos recordando las palabras de Jesús a Marta cuando la
resurrección de Lázaro, ‘el
que cree en mi, aunque haya muerto vivirá, porque yo soy la resurrección y la
vida… y lo resucitaré en el último día’. Llenemos
nuestra vida de trascendencia que en la resurrección alcanzará su plenitud.
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