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jueves, 13 de agosto de 2015

Cuando generosamente damos la paz del perdón a los que nos ofenden llenamos también de paz nuestro corazón

Cuando generosamente damos la paz del perdón a los que nos ofenden llenamos también de paz nuestro corazón

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Sal 113; Mateo 18,21. -19,1
Qué dura y difícil se nos hace la vida cuando seguimos guardando en nuestro corazón resentimientos y no sabemos encontrar la paz del perdón. Y no solo es quien no se siente perdonado en aquello con lo que haya podido ofender, sino también - aunque en su orgullo y ofuscación muchos no lo quieran reconocer - los que no saben ser generosos en su corazón para perdonar a los demás.
Algunas se creen victoriosos porque dicen que aquella ofensa no la perdonarán nunca ni nunca la olvidarán, que con aquella persona jamás volverán a tener trato porque están muy heridos con lo que le hicieron, pero pienso que mas bien son unos derrotados pero les vence el resentimiento, el rencor, la incapacidad para encontrar verdaderamente la paz. El que no perdona porque así cree que dañará en venganza al que lo ha ofendido el mismo en su interior no podrá encontrar paz, recordando siempre, manteniendo vivo el rescoldo del odio y del rencor. Quienes así viven no podrán obtener nunca la paz y serán los más infelices.
El tema del perdón es un caballo de batalla continuo en nuestra vida. Hay que saber crecer interiormente y madurar como personas para saber entender lo que es la belleza del perdón y la paz interior que se puede encontrar. Todos, es cierto, necesitamos pedir perdón porque son muchos los errores que vamos cometiendo en la vida, necesitamos encontrar esa paz que al mismo tiempo nos aliente y dé fuerzas para renovar nuestra vida, para restaurar aquellos errores que hayamos cometido y para poder seguir con fuerza luchando por superarnos nosotros pero también por contribuir a que los demás sean felices.
Pero también nos es necesario tener esa generosidad de espíritu para ser valientes en el perdón que otorguemos a los demás. Primero, pudiéramos decir, dándonos cuenta de que también nosotros muchas veces en la vida erramos porque no somos perfectos y necesitamos de la comprensión de los demás, comprensión que nunca deberíamos negar a nadie. Pero tenemos motivos más hondos cuando pensamos en el amor que debe envolver nuestra vida, y en nombre de ese amor tenemos que ayudarnos mutuamente y una forma es también manteniendo la confianza en los demás a pesar de sus errores. Igual que nos anima el ver que se sigue teniendo confianza en nosotros a pesar de nuestras debilidades y fallos, de la misma manera hemos de mantener esa confianza siempre en los demás.
Y finalmente desde nuestra fe cuando sentimos la compasión y la misericordia que Dios tiene con nosotros, hemos de sentirnos impulsados de la misma manera a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que nos viene a enseñar la parábola que Jesús nos propone cuando Pedro le pregunta si ha de perdonar hasta siete veces. Quien envuelve su vida en el manto del amor no ha de tener medidas para ese amor ni ha de poner limites al perdón misericordioso que ofrecemos a los demás. Todos conocemos la parábola de la mezquindad de aquel hombre al que le habían perdonado grandes sumas de dinero y sin embargo no había sido capaz de condonar la pequeña deuda que tenia su compañero de trabajo con él.
¿Hasta donde llega la generosidad de nuestro corazón para perdonar a los demás? ¿Perderemos la paz de nuestro corazón porque no queramos dar la paz a aquellos a los que hemos de perdonar?

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