No caminamos en solitario sino sintiéndonos en comunión los unos con los otros ayudándonos en todo lo que nos haga crecer y ser más felices
Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo18,15-20
El cristiano nunca camina en solitario; un buen
cristiano nunca puede ser individualista ni insolidario; el que sigue a Jesús
sabe que su camino lo hace al par de los otros que hacen también el camino de
Jesús. Ni se puede sentir solo, ni tiene ningún sentido aislarse de los demás.
En el camino que hacemos no cabe de ninguna manera desentenderse de los otros.
Sería un contrasentido con lo que nos enseñó Jesús a lo largo del evangelio.
Como señal de ello vemos el mismo camino que hizo
Jesús. Buscaba a los demás, quería estar en medio de los hijos de los hombres,
formó en torno a sí el grupo de los discípulos, quiso de ellos hacer comunidad.
Era lo que plasmaban sus palabras, las actitudes nuevas que les iba enseñando,
lo que una y otra vez les iba repitiendo aunque volvieran con las mismas
preguntas y planteamientos.
Cuando caminamos juntos nos ayudamos, nos tendemos la
mano, incluso sabemos esperarnos pacientemente los unos a los otros. Y es que
tenemos que sentir preocupación por los demás, por el camino que van haciendo;
no es entrometernos en su vida porque cada uno es libre, pero cuando hemos
hecho opción por el camino de Jesús hemos elegido también el caminar junto a
los otros y de la misma manera que les ofrezco mi compañía y mi ayuda, también
estoy abierto a recibirla y a sentir el gozo de la compañía de los demás.
Y es que lo que nos guía es el amor; contemplamos ante
nuestros ojos el amor de Jesús que se ha acercado a nosotros y camina a nuestro
lado y que es imagen de lo que es el amor infinito del Padre; pero además Jesús
nos lo ha dejado como nuestro distintivo. Y amándonos sentimos también el gozo
del amor de los que están a nuestro lado; amándonos queremos formar como una
piña, queremos sentirnos unidos, formamos una familia que se ama, una auténtica
comunidad en la que todo lo compartimos.
Y esto se ha de traducir en muchas cosas, empezando por
la alegría con que vivimos nuestra fe y nuestro amor. Y esto lo traducimos en
la corrección fraterna de la que nos habla hoy Jesús en el evangelio. Si nos
amamos y caminamos juntos nos ayudamos en ese camino; si vemos piedras en ese
camino en las que podemos tropezar nosotros o puedan tropezar los que caminan a
nuestro lado, seria inhumano y poca muestra de amor el no quitarlas o no ayudar
a los otros a que no tropiecen en ellas. Por eso, tendríamos decir, es tan
necesaria la corrección fraterna entre los hermanos, para aceptarnos mutuamente
con todo respeto pero también con todo amor queriendo siempre lo mejor.
Muchas más consideraciones nos podríamos hacer al hilo
de este mandato del Señor, pero me quiero quedar así en lo sencillo. Asumamos y
tengamos muy claro que hemos de saber caminar juntos porque nos amamos y si nos
amamos nos ayudamos; la ayuda no tiene que quedarse en lo material sino que la
ayuda tenemos que prestarla en aquello que le pueda hacer mejor y en lo que nos
haga de verdad crecer como personas y como seguidores de Jesús. Con esto
hacemos más felices a los demás y estaremos haciendo mejor nuestro mundo.
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