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martes, 11 de agosto de 2015

Soñemos en cosas grandes que pasan por lo pequeño y lo sencillo, por la humildad y por el espíritu de servicio

Soñemos en cosas grandes que pasan por lo pequeño y lo sencillo, por la humildad y por el espíritu de servicio

Deuteronomio 31,1-8; Sal.: Dt 32; Mateo 18, 1-5. 10. 12-14
Todos tenemos sueños. Es muy humano. Y también hemos de decir que es bueno tener sueños. Porque deseamos algo mejor, porque queremos que las cosas cambien, porque ansiamos también poner nuestro grano de arena aunque sea pequeño para hacer que los demás sean más felices, porque nos trazamos metas y ansiamos siempre algo mejor.
Pero nuestros sueños deberían ir por el camino de nuestro desarrollo personal y también por el camino del servicio. No vivimos solos sino que en la vida hemos de saber caminar juntos, construyendo entre todos. El mundo no es solo para mí sino que lo compartimos con todos los seres humanos y con toda la creación.
Por eso cuando nuestros sueños se desvían por la fuerza y la imposición, por el dominio de los demás o yo subirme en pedestales para mirar desde mis  alturas a los demás, ya tenemos que ir corrigiendo la dirección. Y es una tentación fácil que nos puede aparecer, los deseos de grandeza, el orgullo que se puede meter en el corazón.
Alguien le pregunta a Jesús hoy pensando en ese reino que está anunciando al que en nuestros pensamientos humanos habría que darle una organización. ‘¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?’, le preguntan a Jesús. Siempre aparecían esas apetencias. Ya fuera de aquellos que escuchaban a Jesús y venían con sus preguntas, ya fuera de los propios discípulos que formando comunidad en torno a Jesús no estaban exentos de esos deseos de grandeza y de gloria.
En otras ocasiones Jesús nos hablará de hacernos los últimos y los servidores de todos. En esta ocasión nos pone el ejemplo del niño. Es necesario hacerse pequeño como un niño. Para comprender todo el hondo significado de este ejemplo de Jesús hemos de tener en cuenta lo que eran los parámetros de la sociedad de entonces, donde nada valían los pequeños, donde a los niños mientras no les llegara la mayoría de edad no se les tenía en cuenta para nada. Por es bien significativo que nos diga Jesús que hemos de hacernos como niños, que hemos de saber aceptar lo pequeño,  aceptar a los niños.
‘Os aseguro, nos dice, que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí’. Volver a ser niños en la simplicidad de sus corazones, en su sencillez y en su humildad, en su disponibilidad y en su estar siempre con los ojos abiertos para aprender, con el corazón disponible para aceptar y ofrecer amor. Pero también nos enseña a aceptar y acoger a un niño, a lo que nos pueda parecer pequeño e insignificante. Si un día nos dirá que dar un vaso de agua en su nombre, algo tan pequeño y sencillo, no se quedará sin recompensa, ahora nos dice que acoger a un niño, a quien es pequeño y nos pueda parecer insignificante es acogerle a El. Y cuidado con tratarlos mal, con hacerles daño, termina diciéndonos.
Caminos de sencillez y de humildad, caminos de servicio y de aceptación de los demás, caminos de disponibilidad y de generosidad son los caminos que nos hacen verdaderamente grandes. Esos son los importantes en el Reino de Dios.

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