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lunes, 10 de agosto de 2015

Entregarnos, darnos desde el servicio, desde el compartir, desde la generosidad de corazón, en silencio, quemando la vida en el amor

Entregarnos, darnos desde el servicio, desde el compartir, desde la generosidad de corazón, en silencio, quemando la vida en el amor

2Corintios 9,6-10; Sal 111; Juan 12,24-26
Todavía quedamos tacaños en la vida. Sí, personas a las que le cuesta compartir, que piensan que si comparten de lo que tienen se van a quedar pasando hambre. Y lo he puesto en primera persona del plural, nosotros - ‘quedamos’ - porque también me incluyo yo. Aunque queramos decir lo contrario hemos de reconocer que eso de compartir cuesta. Pasamos tantas imágenes por nuestra mente y por nuestra imaginación. Pensamos tantas cosas acerca de aquellas personas que nada tienen. Ya se que quienes queremos seguir a Jesús y seguir su mandato, su estilo de vida, eso lo curamos desde nuestra fe y sintiendo el amor que el nos tiene; pero en el fondo algo queda de ese egoísmo insolidario que se nos mete fácilmente por dentro.
Hoy es día de san Lorenzo y cuando pensamos en este santo nos viene a la mente enseguida su imagen acompañada de la parrilla, recordando lo que fue su martirio. Pero su muerte entre los tormentos del fuego fue la culminación de una vida de amor. Era diácono de la Iglesia de Roma. Y recordamos ya desde los Hechos de los Apóstoles donde se instituyó este servicio y ministerio en la comunidad eclesial, los diáconos eran los encargados de administrar los bienes de la Iglesia fundamentalmente para atender - como se decía en el libro sagrado - a los huérfanos y a las viudas, para la atención a los pobres.
Cuando decimos administrar los bienes de la Iglesia para muchos viene enseguida lo de las riquezas de la Iglesia, una cosa tan socorrida cuando en nuestro entorno se habla de la Iglesia. O pensar en administrar los bienes de la Iglesia pensamos en la construcción de templos y demás edificios que decimos necesitamos para nuestro servicio pastoral. Está bien todo eso, porque es necesario también, pero no puede ser el objetivo o el fin principal de lo que en la iglesia compartimos. Mucho tendríamos que revisar en ese sentido en lo que son preocupaciones de la Iglesia y de las gentes de la Iglesia. Vaya como un paréntesis de un pensamiento que me surge al fijarme en la figura de san Lorenzo a quien hoy celebra la Iglesia.
San Lorenzo era diácono al servicio de la Iglesia de Roma pero para la atención a los pobres, a los necesitados, a los que nada tenían, fueran o no fueran miembros de la comunidad eclesial. Pensemos que hablamos de tiempos de persecuciones donde todos no eran cristianos precisamente. La historia de san Lorenzo nos habla de que había sido martirizado hacía muy poco el Papa Sixto, y ahora el emperador quiere apoderarse de los bienes de la Iglesia. Por eso llaman y prenden a Lorenzo para exigirle que entregue esos bienes de la Iglesia. Nada tenía la Iglesia de Roma porque todo lo había repartido entre los pobres.
Cuando el  emperador le pide a Lorenzo que le lleve todas las riquezas que la Iglesia tiene, recoge él a los pobres de las calles de Roma y se los presenta al emperador: ‘éstos son los bienes de la Iglesia, estas son las riquezas de la Iglesia’. Lo demás referente a su martirio bien lo conocemos todos. Pero él había sido testigo (mártir) ya mucho antes cuando se había convertido en servidor de los pobres.
Hoy nos ha hablado el evangelio de ser grano de trigo que se entierra y muere para dar fruto. Hermosa imagen de lo que tiene que ser nuestra vida. Entregarnos, darnos, pero no solo con bonitas palabras. Entregarnos, darnos desde nuestro servicio, desde nuestro compartir, desde esa generosidad de nuestro corazón. Eso que decíamos al principio que muchas veces nos cuesta. Pero así se manifiesta más el valor de lo que hacemos.
Aunque lo hagamos calladamente y nadie lo vea. Muchas veces nuestra vida tendrá que ser una vida escondida, que quizá nadie ve. Pero pongamos amor, amor de verdad, y nuestra vida callada será valiosa, dará en su momento, en los momentos en que Dios quiera, su fruto que a nosotros no nos toca recoger, porque todo lo hacemos por Dios, para la gloria del Señor. Así seremos también testigos quemando nuestra vida en el amor como lo hizo san Lorenzo.

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