Pongámonos en el pellejo del pecador arrepentido para quien no se tiene misericordia y se le tiene para siempre discriminado
Éxodo
11,10-12,14; Sal
115; Mateo
12,1-8
‘Si comprendierais lo
que significa "quiero misericordia y no sacrificio", no condenaríais
a los que no tienen culpa’.
¡Qué actualidad tienen estas palabras de Jesús! Pareciera que nos lo está
diciendo de una forma muy directa y concreta pensando en los hombres y mujeres
de nuestro tiempo, pensando, sí también, en las instituciones de nuestro tiempo.
Qué fácil nos es condenar y qué difícil comprender,
tener misericordia y perdonar. Claro que hemos de entender que las palabras de
Jesús no fueron solo dichas para los hombres de su generación respondiendo a
las situaciones concretas que entonces se vivían. Son para nosotros palabras
del Señor que nos dice hoy respondiendo también a situaciones que vivimos los
hombres de todos los tiempos, también para nosotros hoy.
Misericordia, y porque no tenemos misericordia juzgamos
y condenamos; porque no tenemos misericordia nos hacemos leguleyos y estamos
queriendo aplicar la ley a rajatabla - y sin misericordia - en todo momento y
ante cualquiera; porque no tenemos misericordia hemos quitado la capacidad de
comprensión en nuestro corazón y no somos capaces de mirarnos a nosotros mismo
que tenemos la viga en nuestro ojos para fijarnos solo en la pajuela que pueda
tener el ojo ajeno; nos hacemos justicieros, y decimos que en nombre de la
justicia tenemos que defender a quienes son maltratados, pero no somos capaces
de tener ojos compasivos y misericordiosos para el pecador que es cierto que
cometió la injusticia pero que necesita una mano que lo ayude a levantarse y a
rehacer su vida.
¿Es que las personas porque sean pecadoras ya no pueden
cambiar nunca y siempre la vamos a mirar con el sambenito de su pecado? Yo miro
el evangelio y no creo que esa sea la actitud de Jesús con los pecadores,
porque a la magdalena y la mujer pecadora que le perdonó sus muchos pecados no
la tuvo apartada para siempre echándole en cara siempre sus pecados; a Zaqueo
al que hizo bajar de la higuera, una vez que cambió su vida desde la
misericordia del Señor ya no lo tuvo para siempre como un pecador; porque a la
mujer adultera una vez que le perdonó sus pecados la levantó para que volviera
a su vida y fuera tratada ya para siempre como una mujer perdonada.
Pero nosotros en nuestros juicios, nuestras
instituciones en sus leyes, parece que al pecador siempre lo van a considerar
como un leproso apartado de todos y discriminado para siempre. Y queremos ser
unos puros y buenos, y queremos una iglesia pura, que algunas veces parece que
hacemos puritana, pero nos hace falta que llenemos nuestro corazón, nuestras
actitudes y posturas, nuestras normas de vida y nuestras costumbres de
misericordia, de compasión, de amor, porque ya nos dice Jesús que seamos
compasivos y misericordiosos como nuestro Padre celestial es compasivo y
misericordioso.
¿Nos habremos puesto alguna vez en el pellejo del
pecador que se ha arrepentido pero para quien no se tiene misericordia y se le
tiene para siempre discriminado?
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