Dios es el único Señor de nuestra vida y nada tiene que apartarnos de ese amor de Dios viviendo en su Reino
Éxodo
1,8-14.22; Sal
123; Mateo
10, 34-11,1
El evangelio no lo podemos leer ni considerar en sus
partes por separado como si unos pasajes no estuvieran en relación con los
otros o nos pudieran decir cosas contrarias a las que se nos dicen en otro
lugar. Hemos de mirarlo siempre en su conjunto, porque en fin de cuentas es el
anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios que Jesús nos anuncia e instaura
en nuestro mundo.
Las palabras que hoy escuchamos pudieran en una primera
lectura parecernos fuertes y exigentes, pero si consideramos que lo que Jesús
nos anuncia es el Reino de Dios y cómo hemos de vivirlo lo podremos entender en
toda su profundidad. Creer en la Buena Noticia del Reino de Dios que llega es
la primera invitación de Jesús. Si aceptamos el Reino de Dios o lo que es lo
mismo que Dios es el único Rey y Señor de nuestra vida, todo lo que quisiéramos
poner en su lugar estaría alejándonos del Reino de Dios. Nada ni nadie puede
ocupar en nuestra vida el lugar de Dios, sabiendo por otra parte que cuando
reconocemos que Dios es el único Señor de nuestra existencia todas esas
realidades de nuestra vida las vamos a vivir con una plenitud mejor.
Cuando hoy Jesús nos dice que quien prefiere a su padre
o a su madre, a su hijo o a su hija antes que Dios no es digno de El, no
significa que no tengamos que amar a nuestro padre o nuestra madre, nuestro
hijo o nuestra hija, sino que Dios está por encima de todo y desde ese amor de
Dios es como vamos a amar a nuestro padre o madre, o hijo o hija. Claro que si
alguno de ellos se opone a ese amor que le tenemos a Dios por encima de todas
las cosas, es cuando tenemos que hacer la opción.
No es fácil muchas veces ese camino del Reino de Dios.
Tendrá sus exigencias para nuestra manera de vivir o de ver las cosas, por eso
no hemos de temer la cruz del sacrificio y de la renuncia; por eso no hemos de
temer dar la vida por la causa del Reino de Dios porque es como vamos realmente
a alcanzarla en plenitud.
Eso hará que muchas veces podamos encontrarnos turbados
en nuestro corazón; surge la duda, la incertidumbre, nos puede faltar esa paz y
esa serenidad interior. Por eso nos dice Jesús que viene a traernos guerra; es
esa lucha interior que hemos de mantener en ese camino de fidelidad que
queremos vivir; será quizá esos encontronazos que podamos tener con los que
están cercanos a nosotros cuando se oponen a que sigamos nuestro camino de
fidelidad al Reino de Dios que queremos vivir. Es de lo que nos habla Jesús
hoy.
Pero nos dirá también que lo mínimo que podamos hacer
no se quedará sin recompensa. No es que busquemos recompensas terrenas o
humanas, sino que alcanzaremos ese premio de la paz que el Señor nos dará en su
plenitud. Y lo mismo a aquellos que nos acojan y acepten en ese camino de
fidelidad que queremos vivir.
‘El que pierda su vida
por mi y por el Reino de Dios, la encontrará’. Es la plenitud de vida a la que aspiramos y que solo
vamos a encontrar en los caminos del Señor, en los caminos del evangelio.
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