Elegidos y enviados solo con sandalias en nuestros pies y un bastón en nuestra mano pero con el corazón ardiente de amor para ser profetas en medio de nuestro mundo
Amós 7, 12-15; Sal. 84; Efesios 1, 3-14; Marcos 6, 7-13
‘Vidente, vete y refúgiate
en tierra de Judá, come allí tu pan y profetiza allí’, le dice el sacerdote del santuario
de Dios a Amós. ‘No soy profeta ni hijo
de profetas - no soy profeta de profesión - solo soy un pastor y cultivador de
higos’. Pero el Señor le había llamado. Allí tenía que profetizar
denunciando aquel mundo de corrupción en que vivía el reino de Israel, donde
los ricos banqueteaban y se acostaban en camas de marfil mientras los pobres no
tienen nada que comer. Y el profeta habla claro; molestan sus palabras y el
sacerdote de Betel le llama visionario y que se marche a su tierra.
Pastores y cultivadores de higos quizá necesitamos
también que nos digan palabras proféticas; no los profesionales de las
visiones, sino quienes tengan en verdad la visión de Dios en su corazón y sean
capaces de decirnos palabras valientes de denuncia para recordarnos lo que de
verdad Dios quiere de nosotros. Nos pueden resultar duras e incomodas, como le
resultaban las palabras de Amós al sacerdote del santuario de Dios. También
podemos sentir la tentación de llamar visionarios a los que nos hablen claros y
querremos hacerlos callar porque nos molesten sus palabras.
Pero hay una cosa que no hemos de olvidar. Esta Palabra
que en este domingo se nos proclama en el nombre del Señor nos está recordando
a los que seguimos a Jesús que hemos de ser esos profetas, que escuchemos en
nuestro corazón esa Palabra de Dios pero que la proclamemos con valentía en
medio del mundo en el que vivimos. No son solo los que podríamos llamar los
profesionales de las cosas de Dios los que tienen que anunciar esta palabra
valiente al mundo. Desde nuestra unión con Cristo en el Bautismo cada uno de
los cristianos - y no hace falta que sean solo los consagrados, los sacerdotes
o los religiosos - hemos sido ungidos para ser con Cristo sacerdotes, profetas
y reyes.
Hoy en el evangelio, es cierto, escuchamos la llamada
especial que Jesús hizo a Doce de entre sus discípulos para que sean los apóstoles
enviados en su nombre a hacer el anuncio del Reino. Pero creo que hemos de
saber entender que esa llamada y ese envío de Jesús nos afectan a todos los que
creemos en su nombre. A todos nos pone en camino Jesús.
Somos los enviados en nombre de Jesús con unas
sandalias en nuestros pies y con un bastón en la mano. No nos pide Jesús que llevemos
nada más sino el mensaje. Un mensaje que no es nuestro ni que vamos a hacer en
nuestro nombre o con nuestro poder. Por eso nos pone así en camino, con un par
de sandalias y un bastón en la mano. Somos los enviados que itinerantes hemos
de ir a nuestro mundo; no podemos pararnos ni detenernos de ninguna manera ni
en otra cosa hemos de apoyarnos sino es en el nombre de Jesús.
Enviados a los pobres y a los que sufren, a los que están
atormentados en su espíritu y a los que nada tienen, a los que están atenazados
con el dolor de tantas cosas que queman el alma pero que hacen también sufrir
el cuerpo y a los que andan extraviados como ovejas sin pastor; por eso no
podemos quedarnos encerrados en nosotros ni en los nuestros sino que siempre
hemos de estar en camino de búsqueda de todo el que sufre; no podemos ir
haciendo ostentación de nuestras cosas ni nuestros poderes sino con la pobreza
de unas sandalias y de un bastón porque quien en verdad hará llegar la
salvación a todos es el Señor y para su gloria nosotros nos sentimos sus
instrumentos.
La tarea es inmensa porque el anuncio de ese mundo
nuevo ha de hacerse a todos para que todos se puedan sentir invitados a volver
sus corazones a Dios; pero además a cuantos están atenazados por el maligno
nosotros hemos de llevarles la liberación de quien venía a traer la libertad a
todos los oprimidos y para eso derramó su sangre en la cruz para poner paz en
todos los corazones y derribar los muros de odio que nos separaban; a cuantos
llevan la cruz del sufrimiento sobre sus cuerpos o su espíritu nosotros hemos
de ungirlos con el óleo de la alegría que nos trae la salud y la salvación. ¡Cuánto
tenemos que hacer y de lo que no podemos escaquearnos!
Nuestra tarea tiene que convertirse en gesto profético que
grite ante el mundo que nos rodea que no podemos permitir que el mal, la
injusticia, la mentira, el odio y todos esos males sigan imperando en nuestro
mundo, sino que todos hemos de comprometernos a hacer un mundo nuevo y mejor.
Nosotros lo llamamos Reino de Dios, porque queremos que Dios sea en verdad el
centro de todos los corazones y de toda la historia porque es el que nos trae
la verdadera libertad y nos enseña los verdaderos caminos que nos pueden llevar
a ese mundo mejor.
Cultivadores de higos o pastores como aquel profeta del
antiguo testamento o pescadores como la mayoría de los apóstoles escogidos por
Jesús, cada uno desde nuestro lugar, desde nuestra profesión, desde nuestros
trabajos y las responsabilidades que desempeñemos en la vida en medio de
nuestra sociedad, porque somos creyentes en Jesús, porque somos sus seguidores
y elegidos hemos de ser esos profetas en medio de nuestro mundo. Y claro que no
será una tarea que hagamos solos o por nuestra cuenta, porque hemos sido
enviados de dos en dos con todas sus consecuencias.
Hace falta cristianos valientes en nuestra sociedad, en
todos los ámbitos en que desarrollemos nuestra vida, que proféticamente
anunciemos con nuestra vida y nuestro compromiso esa palabra buena que en
nombre de Jesús podemos decir para la salvación de nuestro mundo, para hacer
que nuestro mundo sea en verdad mejor y vaya desapareciendo tanto mal y tanto
sufrimiento que nos causamos los unos a los otros. Podrán querer hacernos
callar y llamarnos visionarios, pero hemos de tener muy claro que somos
profetas porque el Señor así nos ha elegido y nos ha enviado. Con fidelidad
hemos de realizar nuestra misión.
Es el compromiso al que el Señor nos llama y nos envía
con unas sandalias en nuestros pies, un bastón en nuestra mano, pero con el
fuego del amor en el corazón.
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