Tenemos que descalzarnos de nuestras sandalias para aprender a ir humildes al Señor con un corazón despojado de nuestro yo
Éxodo
3,1-6.9-12; Sal
102; Mateo
11,25-27
‘Aquí estoy’ fue la respuesta de Moisés a la voz
de Dios que le llamaba. Temeroso y lleno de curiosidad se había acercado a la
zarza ardiendo que no terminaba de consumirse. ‘Voy a acercarme a
mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza’. Dios se le manifiesta y le llama. ‘No te acerques; quítate las sandalias de
los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado’.
Acercarnos a Dios con disponibilidad. ‘Aquí estoy’. Pero acercarnos a Dios con
humildad. ‘Quítate las sandalias…’
Tenemos que despojarnos. Y no son precisamente las sandalias; será nuestro yo,
nuestro orgullo, nuestro saber, nuestra autosuficiencia. Cuantas veces queremos
acercarnos a Dios pero no queremos despojarnos de nuestro yo o nuestras ideas.
Y decimos luego que Dios no nos escucha, no se nos revela. Es que vamos con
nuestras ideas preconcebidas, con nuestro pensamiento, con la imagen que
nosotros nos hemos hecho de Dios. Tenemos que descalzarnos.
Descalzarnos que es abajarnos, ponernos en actitud
humilde de búsqueda, de escucha, de disponibilidad generosa. Si nos hacemos
pequeños Dios se nos revelará, se nos manifestará, nos hará conocer su designio
salvador. Como sucedió con Moisés. ‘Ahora
marcha, yo te envío…’ Y tendrá que volver a Egipto de donde había salido de
mala manera, y tendrá que ir hasta el faraón con el que pocas ganas tendrá de
encontrarse. Sabe que va a tener dificultades. Se disculpa diciendo que no sabe
hablar. Pero Dios lo envía. Dios estará con él. Dios pondrá a su lado medios,
Aarón su hermano que hablará porque tiene facilidad de palabra, el poder de
Dios en aquel bastón que pone en su mano, la fortaleza de su Espíritu que
sentirá por dentro. ‘Yo estoy contigo’,
le dice Dios.
¿Aprenderemos nosotros a ir a la búsqueda y al
encuentro con el Señor? Tenemos que aprender a descalzarnos de nuestras
sandalias. Tenemos que aprender a ir con humildad al Señor, con el corazón bien
despojado de nuestro yo, con los oídos de nuestro corazón bien abiertos para
escuchar a Dios, con disponibilidad en nuestra vida para lo que el Señor quiera
descubrirnos, con generosidad de espíritu para emprender los caminos que se
abren ante nosotros aunque no los entendamos o nos parezca que nos puede costar
recorrerlos.
En el evangelio Jesús dará gracia al Padre porque se
revela a los pequeños y a los sencillos. Es como tenemos que hacernos nosotros.
‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor’.
Mientras nos creamos los entendidos no llegaremos a descubrir los designios de
Dios para nuestra vida. Tenemos que descalzarnos de muchas cosas. Si lo hacemos
podremos escuchar también al Señor que nos dice: ‘Yo estoy contigo’.
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