Ir al encuentro con el Señor es encontrarnos con la vida
Éxodo
34,29-35; Sal
33; Juan
11,19-27
Todos queremos vivir, todos buscamos la vida. Parece
que algunas veces no sabemos como encontrarla. No es solamente mantener la
respirar y que el corazón siga palpitando.
Sentimos que es algo más. Queremos vivir y parece que algunas veces andamos a
ciegas. No terminamos de encontrarnos con la vida verdadera. Queremos vivir y
buscamos placeres; queremos vivir y nos llenamos de cosas que terminan poseyéndonos
a nosotros; queremos vivir y nos mostramos dominantes creyéndonos superiores a
todo; queremos vivir y nos dejamos arrastrar por cualquier cosa que nos llame
la atención; queremos vivir y nos convertimos en reyes de todo y de todos.
¿Serán esos los caminos que nos llevan a una vida en plenitud? ¿Serán solamente
unas pasiones las que nos mantienen con vida? ¿Es cosa solo de sentimientos?
Preguntas difíciles y búsquedas costosas. No nos
podemos quedar en lo superficial, solo en lo que brilla y reluce exteriormente.
Tenemos que buscar allá en lo más hondo de nosotros. Buscar lo más noble que
pueda haber en nuestro interior. Ansiar lo que nos de verdadera felicidad
porque nos haga alcanzar una plenitud dentro de nosotros mismos que nada ni
nadie nos pueda arrebatar.
Es una búsqueda de un sentido para nuestra vida. Hay
cosas que nos suceden que nos llenan de sombras; hay momentos duros que nos
parece que nada tiene sentido; nos aparece el dolor y el sufrimiento; los
problemas y dificultades que encontramos en las relaciones con los demás nos
desestabilizan y nos hacen perder el pie; cuando nos dejamos arrastrar
simplemente por nuestro yo, nuestros caprichos y pasiones, al final nos
sentimos vacíos porque nada nos llena.
Necesitamos una luz que nos oriente, que nos haga
encontrar lo que de verdad nos llene de plenitud; necesitamos encontrar motivos
para luchar, para superarnos, para seguir adelante a pesar de los
contratiempos; hemos de buscas metas que nos den sentido y orientación a
nuestro caminar, porque cuando caminamos sin metas vamos errantes y perdidos;
hemos de saber elevar la mirada por encima de todas las sombras de muerte que
nos rodean para encontrar la luz verdadera.
Nosotros los cristianos miramos a Cristo. En El vamos a
encontrar esa plenitud que buscamos; su vida va a dar un sentido a nuestra
vida. No le miramos lejano, sino caminando a nuestro paso; es Dios que se hizo
hombre para caminar nuestros mismos caminos, para sufrir nuestros mismos
sufrimientos. Por eso nos dirá que es Camino y es Verdad y es Vida.
Hoy en el evangelio vemos a una mujer, Marta, que sufre
en medio de las sombras de la muerte, la muerte de su hermano Lázaro sostén de
su familia, pero que en medio de sus lágrimas sabe ir al encuentro de Cristo. ‘Cuando Marta se enteró de que llegaba
Jesús, salió a su encuentro’. En El no solo va a encontrar palabras, sino
que se va a encontrar de nuevo con la vida.
Escuchará que Jesús le habla de resurrección y de vida,
la habla de plenitud. Ella cree y espera en la resurrección al final de los
tiempos, pero sigue en su mar de dudas porque sigue en el momento presente. Es
cuando Jesús le dice que El es la resurrección y la vida, que en El es donde
podemos encontrar ya ahora esa vida en plenitud, a pesar de las sombras, a
pesar de los sufrimientos, a pesar de los momentos malos por los que podamos
pasar. Jesús es la resurrección y la vida, y lo que necesitamos es contemplarlo
a El, contemplar su vida, su entrega, su amor hasta el final.
Marta se encontró con la vida no solo porque su hermano
Lázaro resucitó sino porque en ella se hizo firme la fe, en ella se mantuvo la línea
de su vida del servicio y del amor. Algo nuevo comenzaba a darle un sentido a
su vida. Es lo que tenemos que encontrar en Cristo. Por eso como Marta vayamos
al encuentro de Cristo, aunque nos cueste, aunque tengamos que salir de muchas
cosas de nosotros mismos, y nos vamos a encontrar con la vida verdadera. Se nos
acabaran las dudas y las incertidumbres, se apagarán las oscuridades porque se
encenderá una nueva luz en nuestro corazón.
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