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lunes, 27 de julio de 2015

Que la levadura del Reino de Dios que es Jesús mismo penetre profundamente en nuestra vida y fermentados por El transformemos nuestro mundo

Que la levadura del Reino de Dios que es Jesús mismo penetre profundamente en nuestra vida y fermentados por El transformemos nuestro mundo

Éxodo 32 15-24.30-34; Sal 105; Mateo 13, 31-35
Nos habla el evangelio del grano de mostaza o del puñado de levadura, y lo hace para decirnos como es el Reino de Dios, el Reino de los cielos, en expresión del evangelista Mateo. Algo pequeño e insignificante como una semilla que se hace una planta grande; algo muy sencillo aparentemente que parece que no tiene fuerza en si mismo pero que luego hace fermentar la masa.
Como decíamos nos propone Jesús estas parábolas para hacernos comparación o semejanza de cómo es el Reino de Dios; en nuestro pensamiento pudiéramos verlo como algo ajeno o fuera de nosotros; decimos que así es la Iglesia y quizá podemos pensar en algo así como un ente, al que sí pertenecemos pero que no somos nosotros. A mi me gustaría ver esas parábolas como signos de lo que se realiza en mi. El Reino de Dios no es algo ajeno o distante de mi vida, sino que en mi vida tengo que vivirlo; pero aun más podemos que el Reino de Dios es Jesús, Jesús presente en nuestra vida que nos vivifica, nos llena de vida.
Cuando nosotros hemos aceptado a Jesús nuestra vida tiene otro sentido, otro valor. Creer en Jesús no es solo un acto meramente intelectual, por así decirlo, con el que nuestra fe decimos que creemos en El porque aceptamos su existencia o reconocemos el valor y la riqueza de todo su mensaje. De ahí partimos, sí, pero aceptar a Jesús es mucho más, porque aceptar a Jesús es comenzar a vivir su misma vida; esa riqueza de su mensaje no se queda en unas palabras que guardamos en un libro; ese mensaje de Jesús lo hacemos vida en nuestra vida; desde ese mensaje de Jesús queremos vivir de una forma distinta, tal como El nos enseña; aceptando a Jesús nos dejamos transformar por El para vivir como El.
Es lo maravilloso de nuestra fe; es lo maravilloso de nuestro encuentro con El. No nos deja insensibles; una vez que nos encontramos con El ya nuestra vida no puede ser igual, porque en El nos sentimos vivificados. Es la imagen que nos está proponiendo hoy en la parábola de la levadura que fermenta la masa. Aceptamos a Cristo y nuestra vida se fermenta para ser otra vida, recogiendo la imagen. Todo va a tener otro sabor, otro sentido, otro valor. Ya no podemos vivir igual. Es toda la profundidad de transformación que se realiza en nosotros cuando nos encontramos de verdad con El.
Por eso siempre decimos que no es solo saber cosas de Jesús. Lo importante es el encuentro vivo con El. Un encuentro que es un misterio que se realiza en nosotros. De muchas maneras El nos sale al encuentro, viene a nuestra vida; no todos lo experimentamos igual, pero sí es importante que tengamos esa experiencia viva de un encuentro vivo con Jesús. ¿No es lo que vemos en el Evangelio con aquellos que iban a ser sus discípulos? ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ preguntaban Andrés y Juan y se fueron con Jesús. Estuvieron con Jesús y ya inmediatamente salieron también anunciando la buena nueva de Jesús.
Que esa levadura de Jesús que es Jesús mismo penetre profundamente en nuestra vida; grande es la tarea porque fermentados en Jesús tenemos que transformar nuestro mundo.

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