Que la levadura del Reino de Dios que es Jesús mismo penetre profundamente en nuestra vida y fermentados por El transformemos nuestro mundo
Éxodo
32 15-24.30-34; Sal
105; Mateo
13, 31-35
Nos habla el evangelio del grano de mostaza o del
puñado de levadura, y lo hace para decirnos como es el Reino de Dios, el Reino
de los cielos, en expresión del evangelista Mateo. Algo pequeño e
insignificante como una semilla que se hace una planta grande; algo muy
sencillo aparentemente que parece que no tiene fuerza en si mismo pero que
luego hace fermentar la masa.
Como decíamos nos propone Jesús estas parábolas para
hacernos comparación o semejanza de cómo es el Reino de Dios; en nuestro
pensamiento pudiéramos verlo como algo ajeno o fuera de nosotros; decimos que así
es la Iglesia y quizá podemos pensar en algo así como un ente, al que sí
pertenecemos pero que no somos nosotros. A mi me gustaría ver esas parábolas
como signos de lo que se realiza en mi. El Reino de Dios no es algo ajeno o
distante de mi vida, sino que en mi vida tengo que vivirlo; pero aun más
podemos que el Reino de Dios es Jesús, Jesús presente en nuestra vida que nos
vivifica, nos llena de vida.
Cuando nosotros hemos aceptado a Jesús nuestra vida
tiene otro sentido, otro valor. Creer en Jesús no es solo un acto meramente
intelectual, por así decirlo, con el que nuestra fe decimos que creemos en El
porque aceptamos su existencia o reconocemos el valor y la riqueza de todo su
mensaje. De ahí partimos, sí, pero aceptar a Jesús es mucho más, porque aceptar
a Jesús es comenzar a vivir su misma vida; esa riqueza de su mensaje no se
queda en unas palabras que guardamos en un libro; ese mensaje de Jesús lo
hacemos vida en nuestra vida; desde ese mensaje de Jesús queremos vivir de una
forma distinta, tal como El nos enseña; aceptando a Jesús nos dejamos
transformar por El para vivir como El.
Es lo maravilloso de nuestra fe; es lo maravilloso de
nuestro encuentro con El. No nos deja insensibles; una vez que nos encontramos
con El ya nuestra vida no puede ser igual, porque en El nos sentimos
vivificados. Es la imagen que nos está proponiendo hoy en la parábola de la
levadura que fermenta la masa. Aceptamos a Cristo y nuestra vida se fermenta
para ser otra vida, recogiendo la imagen. Todo va a tener otro sabor, otro
sentido, otro valor. Ya no podemos vivir igual. Es toda la profundidad de
transformación que se realiza en nosotros cuando nos encontramos de verdad con
El.
Por eso siempre decimos que no es solo saber cosas de
Jesús. Lo importante es el encuentro vivo con El. Un encuentro que es un
misterio que se realiza en nosotros. De muchas maneras El nos sale al
encuentro, viene a nuestra vida; no todos lo experimentamos igual, pero sí es
importante que tengamos esa experiencia viva de un encuentro vivo con Jesús. ¿No
es lo que vemos en el Evangelio con aquellos que iban a ser sus discípulos? ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ preguntaban
Andrés y Juan y se fueron con Jesús. Estuvieron con Jesús y ya inmediatamente
salieron también anunciando la buena nueva de Jesús.
Que esa levadura de Jesús que es Jesús mismo penetre
profundamente en nuestra vida; grande es la tarea porque fermentados en Jesús
tenemos que transformar nuestro mundo.
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