El sentido de fiesta innato en el corazón del hombre ha de llevarnos al encuentro con los demás y a la alabanza al Creador
Levítico
23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37; Sal
80; Mateo
13,54-58
Podríamos comenzar afirmando que el sentido de fiesta
es algo que lleva el ser humano, por así decirlo, impreso en lo más profundo de
su ser. Una manifestación de alegría y de gozo compartido que viene como a
expresar también sentimientos de gratitud por el bien recibido ya sea de la
vida misma o del mismo compartir con los que convivimos. En el creyente este
sentimiento de fiesta, de alegría se eleva sobre si mismo para trascender hasta
el que es el Creador y Redentor de su vida. Por eso en la experiencia religiosa
de todos los hombres siempre ha estado unida la fiesta también a esas
expresiones del culto a Dios.
El Levítico prescribe esas fiestas que el pueblo judío
ha de realizar a través del año. ‘Estas
son las festividades del Señor, en las que convocarán a asambleas litúrgicas’,
les dice Moisés. Y señala la fiesta de la Pascua, como la fiesta de las siete
semanas - Pentecostés - que es la fiesta de la ley, la de los tabernáculos para
recordar su peregrinar por el desierto, la de la expiación. Serán convocados en
asamblea; la fiesta nunca tiene un carácter particular o individualista, sino
que siempre se ha de realizar en el compartir; y en esas asambleas siempre se
dará gloria al Señor en recuerdo de las maravillas que el Señor ha realizado en
su pueblo.
Para nosotros cristianos ya para siempre nuestra fiesta
es Cristo. Es el motivo y razón de ser de nuestra alegría más profunda en la
salvación recibida en el amor de Dios que se nos manifiesta en Cristo. Por eso
el centro de las fiestas cristianas es la Pascua, en la que celebramos la
pasión, muerte y resurrección del Señor. Pero más aun cada semana, en el primer
día de la semana, el día que resucitó el Señor, los cristianos seguimos
reuniéndonos en asamblea litúrgica para celebrar la Pascua del Señor.
Qué sentido más hermoso tiene para nosotros el domingo.
Es el día del encuentro, del compartir, donde la familia ha de verse reunida
cuando durante la semana hemos caminando cada uno en nuestros quehaceres y
ahora el descanso dominical nos facilita ese encuentro, pero es también el día
del Señor, donde además nos reunimos en asamblea litúrgica para alabar al Señor
que nos salva, al Señor que nos ama y que está con nosotros.
Pero también tenemos que reconocer que vamos perdiendo
ese hermoso sentido del domingo, y algunas veces mas que momento de encuentro
parece momento de dispersión en que cada uno sigue yéndose por su lado; es una
lástima que se pierda ese sentido humano de la fiesta que ha de tener el
domingo cada semana, como se pierde el sentido familiar, pero también se vaya
perdiendo ese sentido religioso y ya a Dios lo hemos aparcado a un lado en el
día del Señor, olvidándonos del sentido más profundo que tendría que tener el
domingo.
Y algo parecido tendríamos que decir de nuestras
fiestas populares, en su origen con un profundo sentido religioso, pero del que
queda el recuerdo de que es la fiesta de este santo o de aquella virgen o aquel
Cristo, pero que en la mayoría de los que celebran la fiesta eso se queda en un
muy postrero lugar. Se sigue con la fiesta, porque el ser humano siente
necesidad de expresar esa alegría y ese encuentro con los demás compartiendo
sus gozos y sus esperanzas, aunque hemos de reconocer que mucho de eso en su
sentido más profundo también se va perdiendo quedándose muchas veces en algo
así como una orgía donde se pierde todo sentido.
Creo que los cristianos, los verdaderos creyentes
tenemos mucho que hacer y que decir en ese sentido; por una parte para vivirlo
nosotros mismos con intensidad, pero también que recuperemos los sentimientos
más humanos en nuestras relaciones interpersonales y en la convivencia con los
demás, dándole un profundo y sano sentido a nuestra alegría y a nuestra fiesta.
Y claro, nosotros creyentes no podemos olvidar ese sentido religioso de
alabanza y acción de gracias al Creador.
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