Levantemos la mirada como Jesús y sepamos sentarnos con el que camina nuestro lado para aprender a sentir el ritmo del camino de su vida
2Reyes 4,42-44; Sal. 144; Efesios 4, 1-6; Juan 6, 1-15
Jesús quiere saciar siempre toda el hambre del hombre.
Y cuando decimos el hambre del hombre nos referimos, sí, a esas necesidades
materiales que sostienen nuestra vida, pero queremos ver más allá en toda la
inquietud y el deseo más profundo que pueda haber en el corazón de la persona
en la búsqueda de la vida en toda su plenitud. No podemos pensar en Jesús como
en quien pasa junto a nosotros pero no nos escucha ni atiende esos deseos de
nuestro corazón o esas necesidades de todo tipo que podamos tener latentes ahí
en nuestro espíritu.
‘Jesús marchó a la
otra parte del lago de Galilea o Tiberíades, nos cuenta el evangelista. Y lo seguía mucha gente porque habían visto los signos que hacía con
los enfermos’. Jesús contempla aquella multitud que lo seguía. ‘Levantó los ojos al ver que acudía mucha
gente…’
Vamos a fijarnos en esos gestos de Jesús en este
episodio del evangelio que estamos reflexionando. ‘Levantó los ojos…’ y contempló aquella multitud que allí se
apiñaba. No era una mirada cualquiera. Jesús estaba mirando y fijándose en
aquellas personas concretas que ante él estaban con sus deseos de estar con él,
con sus ilusiones o sus desesperanzas, con sus problemas y sus necesidades, con
el ansia de algo nuevo que había en sus corazones.
Levantó los ojos para mirar y para fijarse. Cómo
tenemos que aprender a mirar. Miramos tantas veces porque los ojos están
abiertos pero no miramos, no nos fijamos, no nos damos cuenta de quien está
delante de nosotros. Nos habrá sucedido tantas veces que vamos por la calle ensimismados
en nuestros pensamientos y quizá alguien nos para y nos dice que si no nos
fijamos en los que pasan a nuestro lado. Vamos a lo nuestro; no estamos pendientes
de nadie y pasamos junto a alguien que quizá esté esperando nuestra mirada;
pasamos y no nos damos cuenta de las necesidades o de los sufrimientos de
aquellos que están a nuestro lado; seguimos nuestro camino y no compartimos ni
una sonrisa ni una palabra amable con aquellos con los que nos cruzamos. Vamos
demasiado a lo nuestro en los caminos de la vida.
Jesús miró y se dio cuenta de las necesidades de
aquellas personas. ‘¿Con qué compraremos
panes para que coman estos?’ Estaban hambrientos porque quizá llevaban ya
varios días lejos de sus hogares y las provisiones se les habrían acabado. Y
Jesús está atento. Quiere encontrar soluciones. Ve la realidad de aquella gente
que está sin comer, y ve la realidad de lo poco que ellos tienen. Está
enseñando a mirar a los discípulos. No es cuestión de ver cuanta gente hay o la
necesidad que tiene, sino que se trata de despertar nuestro corazón para buscar
soluciones, buscar caminos de salida a los problemas o necesidades.
Esa mirada de Jesús, esa inquietud de Jesús va a
suscitar algo en los demás; que se empeñen en encontrar soluciones; que busquen
allí donde pueda haber algo, aunque sea poco y pequeño pero aprendiendo también
a valorarlo. Cuantas veces porque no tenemos la solución total en la mano a los
problemas nos cruzamos de brazos; que se las arreglen, que otros sean los que
ayuden a solucionar, pero nosotros nos desentendemos.
Pero comienzan a abrirse los corazones y comienzan a
aparecer las actitudes solidarias, aunque nos parezcan pequeñas o que no dan la
solución completa. ‘Aquí hay un muchacho
que tiene cinco panes y dos peces; pero, ¿qué es esto para tantos?’ Pero
Jesús les pide que la gente se siente en el suelo, que había mucha hierba en
aquel sitio.
Sentarse juntos que es una expresión de cercanía y una
forma de compartir la vida; sentarse juntos que nos enseña a escuchar y a
compartir, a mirar de una forma más cercana y a abrir el corazón, a darnos
cuenta lo que valen los cinco panes y dos peces de los demás; sentarse juntos
que es una forma de detener nuestras carreras y nuestras prisas para saber ir
al paso de los demás; cuantas veces en nuestras carreras no sabemos medir el
ritmo de la vida de los que caminan a nuestro lado. Antes quizá venía cada uno
por su lado porque querían estar con Jesús, pero ahora comienzan a saber estar
también con los demás. No son solo los cinco panes y dos peces lo que van a
compartir, sino que puede ser una nueva forma de entender la vida, de caminar
juntos por la vida, de darnos cuenta de quien con nosotros está haciendo el
mismo camino de la vida. Así seremos amables, humildes, comprensivos con
nuestros hermanos, como nos decía san Pablo en la carta a los Efesios.
Jesús bendice y da gracias a Dios tomando los panes en
sus manos y dándoselos para que los repartieran. Aprender a repartir y a
compartir; aunque sea poco, aunque sea pequeña la cantidad. Repartir con
generosidad, sin tacañerías, lo que quisieran, lo que necesitaran. Y comieron
todos.
Aprendamos a mirar, a ver la realidad de lo que somos y
lo que tenemos o no tenemos, a valorar hasta lo que nos parezca lo más pequeño
e insignificante, a mirar al que está a nuestro lado y en el que casi nunca nos
fijamos; aprendamos a repartir y a repartir sin tacañerías, con generosidad, y
también a recoger para que nada se desperdicie.
Es el milagro que nos manifiesta el poder de Jesús,
pero es el gran signo que necesitamos para nuestra vida. Si aprendiéramos a
mirar a los ojos de los demás y a sentarnos a su lado, a detenernos de nuestras
prisas y a abrir más el corazón para escuchar a los demás, qué distinto sería
el camino que fuéramos haciendo por la vida. Son inquietudes que llevábamos en
el corazón pero quizá de una forma muy callada o muy velada y que ahora pueden
ir apareciendo y enseñándonos a tomar nuevas actitudes y nuevas posturas ante
los otros.
Jesús quiere saciar siempre toda el hambre del hombre,
decíamos al principio. Pero Jesús quiere contar con nosotros. Nos enseña a
mirar, a sentarnos en la hierba junto al otro, a escuchar y compartir, a
repartir generosamente y a recoger la lección para aprender a caminar de una
manera nueva en la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario