Reconocimiento de la obras de Dios en la fe que se hace alabanza y acción de gracias que nos hace signos del amor de Dios para los demás
Tito, 3, 1-7; Sal. 22; Lc. 17, 11-19
‘Yendo Jesús camino de
Jerusalén pasaba entre Galilea y Samaria…’ comienza una vez más a decirnos el evangelista. Jesús
va de camino pero no es ajeno a los sufrimientos y angustias de las gentes;
Jesús va de camino y se va acercando a todos y va permitiendo que todos se
acerquen a El con sus dolores, con sus angustias, con las sombras que lleven en
el corazón, con lo que son los sueños y las esperanzas que se suscitan en sus
corazones, pero también con cuanto de oscuridad o muerte lleven en sus vidas.
Muchas son las sombras y las angustias que hay en el
corazón de los hombres. Jesús estaba atento; quizá tendríamos que comenzar por
preguntarnos si quienes somos sus discípulos, quienes decimos que vamos con
Jesús llevamos también los ojos y el corazón abiertos para ver y atender a
cuanto de sufrimiento vamos encontrando a nuestro paso. Quizá ya podría ser un
primer interrogante que se nos suscite con este evangelio; quizá podría ir por
ahí alguno de nuestros compromisos de respuesta.
Se acercan unos leprosos. Bueno, lo de acercarse es
relativo, porque realmente están condenados a estar lejos, segregados, de
alguna manera discriminados. Ellos se hacen notar. ‘Se pararon a lo lejos y comenzaron a gritar’. ¿Están lejos de
nosotros los que tienen el corazón cargado de sufrimientos o quizá nos resulten
incómodos y somos nosotros más bien los que nos ponemos lejos?
‘A gritos le decían:
Maestro, ten compasión de nosotros’.
Allí estaba el amor y la misericordia para responder a aquel grito. Ojalá
hiciéramos así presente la compasión y la misericordia con nuestra presencia
junto al que sufre y poder responder igualmente de manera efectiva. Quienes
curaban para poderse reincorporar a la comunidad habían de pasar por un
protocolo, como ahora se dice. Era el sacerdote el que podía autorizarlos a
volver a incorporarse a la familia. Cuando les dicen que se presenten a los
sacerdotes para cumplir con ese protocolo, ya no pensaron en nada más, sino
hacer las gestiones necesarias para poder volver a abrazar a los suyos.
Nosotros hubiéramos hecho lo mismo.
‘Y mientras iban de
camino se quedaron limpios’.
La salud que habían pedido la habían recuperado. Era lo importante en aquel
momento y lo que llenaría sus corazones de alegría. Corrían para cumplir con
las normas.
Sin embargo ‘uno
de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos,
y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias’. Era importante
aquel protocolo para volver a reincorporarse con los suyos, o incluso para
poder llegar hasta Jesús y su comitiva. Pero en su corazón sentía que había
algo más importante que era el reconocimiento de la obra de Dios en su vida. ‘Se volvió alabando a Dios a grandes
gritos’. No era solo el acudir a Jesús, el profeta de Nazaret, que con su
gran poder había realizado el milagro. Tengamos en cuenta que aun no terminaban
de reconocer en Jesús al Hijo de Dios hecho hombre. Pero para él a través de
Jesús había llegado Dios a su vida que le había curado. ‘Se postró a los pies de Jesús dándole gracias’.
Ya escuchamos luego las palabras de Jesús como una
queja de que los otros nueve no habían hecho lo que había hecho aquel
samaritano. Pero la fe de aquel hombre le había hecho ver a Dios y su
salvación. ‘Levántate, vete - ya
puedes ir con los tuyos cumpliendo todos los requisitos -: tu fe te ha salvado’.
El reconocimiento de las obras de Dios nos hace crecer
en la fe; y el reconocimiento es alabanza y es acción de gracias y es proclamar
la gloria del Señor. ¡Qué presente tendría que estar en nuestra vida! Somos
prontos para pedir desde nuestras necesidades; pero somos prontos para no ver y
no reconocer, para olvidar o para dejar para otro momento esa acción de gracias
por cuanto recibimos del Señor. Porque tantas veces todo ese proceso no lo
hemos sabido hacer en nuestra vida, a pesar de tantas gracias que continuamente
recibimos del Señor, no terminamos de vivir la salvación.
Si tuviéramos fe, si actuáramos movidos por la fe, si
con ojos de fe fuéramos capaces de todas esas acciones de Dios en nuestra vida,
seguro que nos sentiríamos en verdad transformados por la salvación que Jesús
nos ofrece. Y además seríamos signos de salvación por nuestra fe y nuestro amor
para los demás. Aprenderíamos también a abrir nuestros ojos y nuestro corazón
al clamor del sufrimiento de los que nos rodean.
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