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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Reconocimiento de la obras de Dios en la fe que se hace alabanza y acción de gracias que nos hace signos del amor de Dios para los demás

Reconocimiento de la obras de Dios en la fe que se hace alabanza y acción de gracias que nos hace signos del amor de Dios para los demás

Tito, 3, 1-7; Sal. 22; Lc. 17, 11-19
‘Yendo Jesús camino de Jerusalén pasaba entre Galilea y Samaria…’ comienza una vez más a decirnos el evangelista. Jesús va de camino pero no es ajeno a los sufrimientos y angustias de las gentes; Jesús va de camino y se va acercando a todos y va permitiendo que todos se acerquen a El con sus dolores, con sus angustias, con las sombras que lleven en el corazón, con lo que son los sueños y las esperanzas que se suscitan en sus corazones, pero también con cuanto de oscuridad o muerte lleven en sus vidas.
Muchas son las sombras y las angustias que hay en el corazón de los hombres. Jesús estaba atento; quizá tendríamos que comenzar por preguntarnos si quienes somos sus discípulos, quienes decimos que vamos con Jesús llevamos también los ojos y el corazón abiertos para ver y atender a cuanto de sufrimiento vamos encontrando a nuestro paso. Quizá ya podría ser un primer interrogante que se nos suscite con este evangelio; quizá podría ir por ahí alguno de nuestros compromisos de respuesta.
Se acercan unos leprosos. Bueno, lo de acercarse es relativo, porque realmente están condenados a estar lejos, segregados, de alguna manera discriminados. Ellos se hacen notar. ‘Se pararon a lo lejos y comenzaron a gritar’. ¿Están lejos de nosotros los que tienen el corazón cargado de sufrimientos o quizá nos resulten incómodos y somos nosotros más bien los que nos ponemos lejos?
‘A gritos le decían: Maestro, ten compasión de nosotros’. Allí estaba el amor y la misericordia para responder a aquel grito. Ojalá hiciéramos así presente la compasión y la misericordia con nuestra presencia junto al que sufre y poder responder igualmente de manera efectiva. Quienes curaban para poderse reincorporar a la comunidad habían de pasar por un protocolo, como ahora se dice. Era el sacerdote el que podía autorizarlos a volver a incorporarse a la familia. Cuando les dicen que se presenten a los sacerdotes para cumplir con ese protocolo, ya no pensaron en nada más, sino hacer las gestiones necesarias para poder volver a abrazar a los suyos. Nosotros hubiéramos hecho lo mismo.
‘Y mientras iban de camino se quedaron limpios’. La salud que habían pedido la habían recuperado. Era lo importante en aquel momento y lo que llenaría sus corazones de alegría. Corrían para cumplir con las normas.
Sin embargo ‘uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias’. Era importante aquel protocolo para volver a reincorporarse con los suyos, o incluso para poder llegar hasta Jesús y su comitiva. Pero en su corazón sentía que había algo más importante que era el reconocimiento de la obra de Dios en su vida. ‘Se volvió alabando a Dios a grandes gritos’. No era solo el acudir a Jesús, el profeta de Nazaret, que con su gran poder había realizado el milagro. Tengamos en cuenta que aun no terminaban de reconocer en Jesús al Hijo de Dios hecho hombre. Pero para él a través de Jesús había llegado Dios a su vida que le había curado. ‘Se postró a los pies de Jesús dándole gracias’.
Ya escuchamos luego las palabras de Jesús como una queja de que los otros nueve no habían hecho lo que había hecho aquel samaritano. Pero la fe de aquel hombre le había hecho ver a Dios y su salvación. ‘Levántate, vete - ya puedes ir con los tuyos cumpliendo todos los requisitos -: tu fe te ha salvado’.
El reconocimiento de las obras de Dios nos hace crecer en la fe; y el reconocimiento es alabanza y es acción de gracias y es proclamar la gloria del Señor. ¡Qué presente tendría que estar en nuestra vida! Somos prontos para pedir desde nuestras necesidades; pero somos prontos para no ver y no reconocer, para olvidar o para dejar para otro momento esa acción de gracias por cuanto recibimos del Señor. Porque tantas veces todo ese proceso no lo hemos sabido hacer en nuestra vida, a pesar de tantas gracias que continuamente recibimos del Señor, no terminamos de vivir la salvación. 
Si tuviéramos fe, si actuáramos movidos por la fe, si con ojos de fe fuéramos capaces de todas esas acciones de Dios en nuestra vida, seguro que nos sentiríamos en verdad transformados por la salvación que Jesús nos ofrece. Y además seríamos signos de salvación por nuestra fe y nuestro amor para los demás. Aprenderíamos también a abrir nuestros ojos y nuestro corazón al clamor del sufrimiento de los que nos rodean.

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