El Reino de Dios lo comenzamos a vivir dentro de nuestro corazón cuando nos dejamos transformar por la gracia de Dios
Filemón, 7-20; Sal.145; Lc. 17, 20-25
‘Unos fariseos le
preguntaban cuando iba a llegar el Reino de Dios’. Parece lógica la pregunta, aunque
también podía significar que aún no habían entendido el mensaje de Jesús.
Algunas veces escuchamos las cosas por partes porque no
estamos quizá siempre atentos a todo el conjunto del mensaje, o nos hemos
perdido en un momento determinado alguna explicación porque quizá nosotros
estábamos en otra cosa; o también lo escuchamos desde el prisma de lo que
nosotros tengamos en la cabeza con lo que nos hacemos nuestras particulares
interpretaciones.
El anuncio del Reino de Dios era una constante en la
predicación de Jesús desde el principio. Ese había sido su primer anuncio
porque llegaba el Reino de Dios. Con las parábolas, con las explicaciones que Jesús hacía, con
las actitudes nuevas que El nos enseñaba, con una nueva forma de entender todo
el misterio de Dios y nuestra relación con El Jesús hablaba continuamente del
Reino de Dios.
Ahora vienen preguntando cuando va a llegar ese Reino
de Dios anunciado. Pero no nos ha de
extrañar por diversas razones esta petición o pregunta de los fariseos, porque
incluso sus discípulos más cercanos, incluso después de la Pascua y de la
resurrección de Jesús, en el camino del monte de los Olivos para la Ascensión,
aun andarán preguntando si es ahora cuando se va a restablecer la soberanía de
Israel.
Ya sabemos cómo la función o misión del Mesías ellos lo
entendían como un caudillo guerrero y victorioso que iba a liberar al pueblo judío
de la opresión de los pueblos extranjeros devolviendo aquel brillo que tuvo en
los tiempos del rey David. Recordemos incluso las peticiones de los propios discípulos
de puestos de honor en ese reino.
Una vez más Jesús explicará que el Reino de Dios no lo
hemos de buscar de esas espectacularidades ni desde cosas asombrosas. ‘El reino de Dios no vendrá
espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el
reino de Dios está dentro de vosotros’.
Si hemos ido escuchando bien y con atención toda la
predicación de Jesús entendemos fácilmente estas palabras de Jesús. Reconocer
el señorío de Dios sobre nuestra vida no está hecho de cosas externas o que
podamos imponer. Tiene que partir de nuestro corazón, porque es ahí donde
tenemos que poner a Dios, en el centro de nuestra vida. Y cuando reconocemos
que El es nuestro único Dios y Señor haremos que toda nuestra vida gire en torno
a Dios; todo en nuestra vida será siempre para la gloria de Dios.
Es una nueva manera de relacionarnos con Dios, porque
al sentirnos inundados de su amor nos sentiremos amados y nos sentiremos hijos;
al sentirnos amados de Dios comenzaremos a amarle a El con un amor sobre todas
las cosas, pero porque le amamos a El comenzaremos a amar lo que Dios ama.
Serán unas nuevas actitudes ante la vida misma, pero serán al mismo tiempo unas
nuevas actitudes hacia los demás a quienes comenzaremos a amar como hermanos.
Y todo eso parte desde lo más profundo de nosotros
mismos. Todo eso es querer vivir el reino de Dios desde lo más hondo de nuestra
vida. Claro que eso se va a manifestar externamente porque habrá una nueva
manera de ver las cosas, una nueva manera de actuar y de vivir la
responsabilidad de la vida, una nueva manera de acercarnos a los demás para
caminar junto con ellos. Y todo eso no se impone desde el exterior. Todo eso va
a surgir en lo más hondo de nuestra vida porque nos sentimos transformados por
la gracia del Señor. Todo esto no lo vamos a vivir con triunfalismos y al
sonido de trompetas, sino que todo eso lo vamos a vivir desde la humildad y la sencillez
de las cosas pequeñas.
A lo largo de la historia también hemos tenido la
tentación de esos triunfalismos y hasta algunas veces como de querer imponer
por la fuerza nuestras convicciones para así, decíamos, construir el Reino de
Dios o hemos querido basar nuestra religiosidad en cosas grandiosas, en
apariciones o en milagros; pero ese no será nunca el camino como hoy nos dice
Jesús, sino que siempre ha de partir de una verdadera conversión del corazón
que realizamos allá en el silencio del corazón y con la fuerza de la gracia del
Señor.
Que el Espíritu del Señor nos ayude a descubrir como
vivir el Reino de Dios sintiendo que El es nuestro único Señor, que nos hará
amar con un amor nuevo a los demás.
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